Cuando la Luz se apaga.

18 3 0
                                    

—¿Familiares de Ludovica Montenegro? — dijo el Doctor

Julia Montenegro tenía diecisiete años, era la única familia viva que tenía Ludovica, o al menos la única que la había visto en los últimos diez años, así que la acompañaban los Luján, eran sus vecinos, y conocían a Ludovica desde hacía seis años, cuando Katia y Julia se hicieron amigas.

Julia se paró de un salto y fue corriendo hacía la puerta donde el doctor esperaba, Katia y sus padres la acompañaron.

—Lo siento mucho, pero no podemos hacer más nada, si quiere pasar a despedirse es ahora. — señaló la puerta de la sala, y con una mirada más que comprensible, dejaron que ella sola pasara a ver a su madre.

Ludovica no se parecía ni un poco a lo que era antes de que la enfermedad la atacara, nada lo hubiera previsto, fue muy rápido el avance del cáncer y acabó con ella en cuestión de meses.

—Hija, quiero que sepas que te amo, que no he podido nunca sentir más amor del que siento por vos, y me duele dejarte sola en este mundo, pero eres una niña fuerte. Mi niña— le dijo mientras la tomaba de la mano.

Julia no paraba de llorar, sus lágrimas caían en las sábanas de su madre, y entre sollozos repetía "lo sé, lo sé, te amo".

—Eres una gran madre, me cuidaste, protegiste y me enseñaste a ser fuerte, siempre fuimos dos, y seguiremos siendo dos, porque siempre te llevo conmigo — la besó en la frente.

—Debajo de mi cama, hay una caja, todo lo que necesites saber está ahí. Te amo, eres lo más importante en mi vida.

Julia se quedó sentada al lado de su madre, hasta que ella se quedó dormida, y luego dejó de respirar. La muchacha no paraba de llorar y repetir una y otra vez "mamá". Hasta que los médicos la sacaron de la sala, afuera la esperaba Katia, quien la recibió con los brazos abiertos para calmar a su amiga.  

Esa noche fueron a su casa, los padres de Katia ofrecieron quedarse con ella, vivían en la casa de al lado, pero no querían dejarla sola, sin embargo ella no aceptó, pero Katia sí se quedó.
Durmieron las dos juntas en la cama de Ludovica, hasta que el sol salió y Katia preparó el desayuno.

—Julia, necesito que comas algo, me estas preocupando.
La muchacha sin decir nada se sentó y mordió una tostada.

—Tres días faltan para nuestro cumpleaños, tres, y no puedo sentirme peor. Por tres días de diferencia y porque tus padres de quedan conmigo en teoría, no soy huérfana del todo. Extraño a mi madre, hoy es el funeral y no hay nadie que pueda hacer las cosas por mí.

—Sí, mi madre está organizando todo, estamos aquí contigo. Podemos dejar nuestro cumpleaños de lado, no es necesario festejar nada. Y yo me quedaré contigo el tiempo que haga falta.— dijo Katia y dio por terminado el tema.

Luego del funeral Katia había estado en casa de Julia una semana, el cumpleaños pasó desapercibido a pedido de Katia. Dormían juntas todas las noches porque Julia le tenía miedo a la soledad. Una de esas noches tomaron la caja que su madre había dejado bajo la cama, y encontró fotos de bebé, cartas que su madre le escribía, recuerdos de cuando trabajaba en el hospital y los títulos de la casa.

Cumplidos los dieciocho años, la casa, el auto y el dinero del banco serían de ella, pero ella solo quería a su madre.
La casa era bastante grande, tenia dos dormitorios y un baño en la parte de arriba, y en planta baja la cocina, el living, la cochera, otro baño y un patio trasero.

Pasaban el día mirando películas, cocinando, limpiando la casa, y a veces tomaban demás algún licor de esos que había en el mueble de la cocina que la madre de Julia guardaba por si venían visitas, desde antes de enfermar.

—¿Qué tal si hoy miramos una peli en el sillón?— dijo Katia con una botella de tequila en la mano.

—Tomamos algo de eso, hay limón y sal.
— la muchacha cortó un limón en cuatro pedazos y puso el salero en la mesa ratona del living.

Katia prendió la tele y puso un poco de música, ambas andaban con poca ropa porque hacía calor. La piel blanca de Katia resaltaba con su remera negra, y tenía ropa interior de encaje blanca, su pelo recogido con un moño, caminaba hacia el sillón donde Julia estaba sentada.

Luego de tomar un par de shots, la pelirroja se sentó al lado de la chica y apoyó la cabeza en las piernas de Julia, y como si fuera un instinto, se besaron durante unos segundos.

Se miraron un instante y ninguna dijo nada, Julia se levantó del sillón un poco apenada, pero Katia se paró después que ella, la tomó de la mano y jaló hacia ella, era más alta que Julia, la tomó de la cintura y la volvió a besar.

Ninguna de las dos sabía si eran los días de tristeza, el alcohol o el tiempo que habían pasado juntas y solas, pero ambas tenían ganas de seguir besándose, los dedos de Julia se enredaban en los rizos rojos de Katia, mientras ella acariciaba la espalda de Julia.

—Tienes un lunar cerca del ombligo, me parece sexy —dijo Katia acariciando su vientre.

Ambas se quedaron abrazadas un rato, y luego se quedaron dormidas.

Miranda de(s)amor y venganza.Where stories live. Discover now