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Velía logró subir a uno  de los coches que estaban saliendo del reino con otras familias. Luego de tres días interminables e infernales para ella y la princesa logró llegar al reino de Murspek, donde estaba él rey Ión, un muy buen amigo de Amias y más que eso. Él debía recordarla de algunas noches en la que ambos monarcas pasaron juntos con ella y otras mujeres en interminables horas risas, bebida y comida. Él era el único que podía ayudar a Darius.

Luego de una semana y muchos intentos, logró entrar al palacio de Ión, una de las lavanderas la ayudó a entrar.
   Claro pero  para hacerlo, tuvo que dejar el anillo de oro y rubíes que Amias le había regalado.

Una vez a dentro del palacio de Ión, Velía buscó la forma de encontrar al rey, traspasar y evadir  a los guardias, a la reina y un sinfín de impedimentos más.
  Quizás fuera Amias desde el más allá que la estaba ayudando, o el universo apiadándose de la bebé que llevaba en   los brazos, Ion había bajado hasta los jardines laterales del ala de la reina, donde ella estaba escondida.

Darius empezó a llorar descontrolada atrayendo la atención del rey que andaba por ahí.
   Ión desconcertado por el llanto de un bebé ordenó que buscarán al responsable del llanto, pero no fue mucho la búsqueda. Velía salió detrás del murallón que la resguardaba con la bebé en brazos y envuelta en harapos, sucia y llorosa.

—Majestad— Velía Se arrodilló delante del rey—. Ruego disculpe mí atrevimiento.

—¡Guardias!— vociferó el rey.

—¡No!— gritó ella, alterando más a la bebé—. Majestad, se lo ruego. Escuche, se trata de Amias.

El rey volvió la vista a la mujer, estaba cubierta de suciedad y envuelta en harapos al igual que la niña que lloraba y gritaba.

—Amias está muerto— informó la mujer.

—Saquéenla de aquí— ordenó a los guardias—. Al calabozo, la niña a algún auspicio.

—¡No!— gritó ella—. No, le ruego me escuche.

—Dime algo que no sepa entonces— escupió él, con desdén.

Cómo aquella intrusa se atrevía a infiltrarse en su palacio y jugar con la memoria de su buen amigo.

—La reina también y la niña desapareció.

—¡Toda la familia Starya, lo está!. La princesa también fue asesinada— bramó en un gruñido furioso.

—Se equivoca. La princesa está viva— él miro a la niña que seguía llorando.

—¿Qué dices?— cuestionó indignado—. Todos murieron cuando Lucían y los rebeldes atacaron.

—Majestad, esta mujer esta loca— intervino el guardia.

—¿Es que no me reconoce?— preguntó la mujer desconsolada, no obtuvo respuesta de él—. Soy Velía, majestad. Yo era la amiga del rey Amias hasta hace unos días. Ella es la princesa Darius.

—Mierda— murmuró él, reconociendo a la mujer debajo de toda esa mugre y harapos, a la bella amante de Amias—. ¿Cómo escapaste de ahí?

—Alguien me ayudó. Salí de ahí con la niña durante la noche, hubo mucho humo y confusión. Nadie me prestó atención.

—¿Cómo se que no me mientes?— Velía sacó el anillo del soberano de Amias de entre sus harapos y se lo entregó.

Ión lo observó con cuidado.

—¿De dónde lo sacaste?— señaló el anillo, la niña seguía llorando—. ¡Haz que se calle!— pidió, harto del llanto y el grito de la niña.

La última Princesa Where stories live. Discover now