Alexander Somerset se había convertido en el hombre más codiciado de todo Londres apenas piso la ciudad.
Su reputación como un caballero apuesto y encantador se había extendido como la pólvora, alimentando las fantasías y las intrigas de las damas que ansiaban ser la elegida para conquistar su corazón.
Lady Whistledown, habían descrito al Marqués como un hombre de una belleza indiscutible, cuyo encanto y carisma dejaban sin aliento a todas las damas que tenían la fortuna de cruzar su camino. Sus rasgos angulosos y su sonrisa encantadora se habían convertido en tema de conversación en los salones de baile y las tertulias de las damas de alta alcurnia.
Sin embargo, a pesar de toda la atención y el fervor que despertaba en las mujeres, el Marqués se había mantenido alejado de la sociedad. Era como si estuviera envuelto en un halo de misterio, y su ausencia en los eventos públicos solo aumentaba el interés y la curiosidad hacia él. Las especulaciones y los rumores sobre su vida y sus motivos se tejían en los rincones más selectos de la alta sociedad, añadiendo un aire de intriga y fascinación a su aura enigmática.
Por su lado, el joven hombre solamente reía a carcajadas cuándo escuchaba a sus mucamas hablarle de las historias que contaba la sociedad de él. Su hermana le contaba qué ya había gente diciendo que tenía una deformidad y por eso no se había presentando ni siquiera a un bar de caballeros, y eso le causaba tanta diversión que solamente le daban más ganas de quedarse en Ivydale Hill el resto de la temporada.
─ Pueden ser demasiado superficiales, Bee. ─exclamó el hombre con alegría antes de apretarle la mejilla a su pelirroja hermana, la chica soltó un chillido de dolor exagerado─. No saldremos hasta que la Reina Charlotte lo indiqué, ella sabe lo que hace.