Un viernes de locos

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26.

El baño fue silencioso, no había ningún ruido que perturbada el ambiente. Había tanto eco que el sonido del agua chapoteando retumbaba contra las paredes.

Se dio un baño sin decir nada. Complemente entregado a no sobre reaccionar. Sabía exactamente lo que estaba pasando. Simplemente no quería darse la oportunidad de entrar en pánico.

En la cama de su para-nada-modesta habitación lo estaba esperando un pañal de su talla. Se lo puso como bien pudo, que no fue exactamente muy bien y luego la ropa que no le pertenecía. 

Bajó a la cocina. Durante el trayecto vio que los escalones eran algo como marmol o de piedra muy elegante. Las paredes, tapizadas pero sin estar muy decoradas daban un aire sofisticado y minimalista. Pudo ver en alguna parte que tenían piscina en el patio y que algún empleado la estaba limpiando.

Encontró la cocina, no sin antes deambular evaluando el lugar, la casa de Tyler desbordaba lujo.

Su desayuno lo estaba esperando en la mesa. Y al sentarse, la madre de Tyler apareció por detrás y empezó a peinar su cabello húmedo.

"Tiron, mírate nada más. Cualquiera diría que no se te ha enseñado nada de buena presentación personal."

Henry, en el cuerpo de Tyler, iba a decir algo, pero se quedó callado mientras la señora lo peinaba hacia atrás.

"Eso es, mucho mejor. Casi te pareces a tu abuelo."

Comió su desayuno de forma desanimada. Y desanimado llegó a la escuela. No estaba preparado para afrontar este cambio de 180 grados, o de 360 grados, o de ningún grado en absoluto. Estaba harto de los cambios… Necesitaba estabilidad. Estar con una sola cosa por un rato y que todo no fuera tan… voluble.

Los pies de Tyler se sentían distinto a los suyos al caminar. Y los ojos era un poco más agudos, veía mejor pero, era más sensible a la luz. ¿Y qué eran esos olores? ¿Tenía un olfato más sensible? ¿Cómo podía  vivir Tyler sin agobiarse por el mal olor de la gente?

Sensaciones raras. Muy raras y agobiantes. Se sentía a punto de llorar.

En vez de entrar a clase, se metió en el gimnasio, y dentro, tras la puerta del almacén de equipo deportivo, encontró un lugar privado y abandonado para estar solo.

"Genio…" llamó. Pero no pasó  nada "Genio, ven a mí."

La rata roja no venía.  No venía a cumplir sus deseos… tal como lo pensó; no lo puso a prueba antes por miedo a confirmarlo.

El genio no vendría. El genio le pertenecía a Henry, y él  ya no era Henry, era Tyler… 

Lloró, pues estaba atrapado en ese cuerpo y en esa vida lejos de sus amigos y familia que recién se había arreglado.

"Quiero que Jerry me haga un Sándwich… y que su mamá me critique…. Y que su papá  insinúe que soy tan malo en los juegos de mesa como mi padre…"

Sollozó en posición fetal,  y luego fue a clases.

Cuando entró a la clase, se encontró cara a cara consigo mismo… bueno, no, con Tyler. Solo que no era Tyler, era Henry.

Este Henry para variar estaba peinado y hablaba entretenidamente con Alam Alamo.

Sus miradas se cruzaron, y fue como electricidad en el aire. Henry le sonrió… con esos dientes incompletos y… ¿que era eso en sus labios? ¿Era brillo?

Se sentó en el puesto que recordaba siempre se sentaba Tyler, y quiso retorcerse de rabia y gritar, pero se contuvo toda la clase. Tampoco podía reaccionar apresuradamente, ¿sabía ese chico rico lo que le había pasado? ¿Era consciente? Por alguna razón se veía muy poco alterado.

El Genio Malvado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora