Parte II. La Mariscal de Iroshtar. Capítulo 4.

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Sirvarth

-El negro es fogoso. Será bueno en una carga a todo hierro -afirmó Ormard.

-Es muy pequeño. Mira al del general. Eso sí es un caballo de guerra -. Léstar se atizaba el bigote mientras razonaba a favor del semental tulvwarense.

-Léstar habla razón. Caballo generala muy bueno, siñora -terció en su machucado iroshí Bandu, el tercer hombre junto a ella.

Guardaba silencio examinando los caballos capturados para elegir el suyo. El primer botín, le llamaban. Lo que correspondía al artífice de la victoria según las leyes de Iroshtar. Ya habían echado mano a su parte del oro, plata, armas y demás bienes incautados. Solo faltaban las bestias. La verdad le estaba costando decidirse entre el poderoso caballo de guerra de Iakéndaraz, el general vencido, y otro corcel de porte menos compacto pero muy brioso. No quería apresurar su elección a pesar que fortísimos dolores volvían a morderle toda la herida de la pierna.

-¿Todavía aquí? -les llego la regia voz de Ertgarld-. Fádmer creerá que demoras el reparto a propósito y volverá a marearme con sus quejas. -agregó cuando todos se volvieron. Cuatro escoltas le seguían.


No hizo ningún comentario. Fádmer era otro de esos nobles que no acababa de aceptar -'a pesar de todo'- que una mercenaria se despacharse el botín antes que los más antiguos representantes de la nobleza del reino.

-Magníficos animales -admiró el Kaitán a ambos corceles, que coceaban y balanceaban sus cuellos. Con la convulsa madrugada era normal que estuviesen ariscos, nerviosos.

-Mañana mi vida puede depender de uno de ellos... -le comentó, las manos en jarras.

-Quédatelos. Los dos.

Ertgarld había atrapado el belfo del de guerra firmemente y lo obligaba a ceder a su tosca caricia. Al escucharlo, ella le observó en silencio, creyendo que había entendido mal.

-Pero estos son los mejores de todo Yamedal... -Eran animales por los que valía la pena batirse en un duelo como el de esa mañana.

-Si lo dices por mí, tengo magníficos corceles de repuesto, tanto aquí como en Ira-Roshtare. Y en cuanto a los demás kayis, también.

Sí, había sido una campaña muy favorable para Iroshtar. Y aun no terminaba.

-¿Y el Kai?

-A nuestro magnánimo señor no le alcanzará la vida, me temo, por benevolente que sea el Supremo, para montar todos los caballos que posee así use uno cada día del año -. Ertgarld alzó las gruedas cejas negras, bañano todo él como el grupo, por la danzante luz de los hachones cercanos. -En fin -soltó al corcel, -nos has dado una gran victoria Máralad. Les hemos cortado el principal acceso a la Gran Isla a la vez que evitamos un asedio prolongado. Además, nadie tiene derecho a quedar inconforme con el botín que le toque hoy porque tú misma no nos has dado tiempo entre batallas a gastar los anteriores.

La sonrisa fue cordial.

-Tómalos -insistió. -Ya nos haremos de muchos otros cuando pasemos el Volondr y comience a caer Llanura Sur ante nuestra arrollada.

Asintió en aceptación.

-Cuando termines todo lo que te ocupa, ve a verme -añadió él antes de dar la espalda.

Lo vio alejarse bañado de sombras y el refulgir de los fuegos que bordeaban su paso y el de sus hombres. Cuatro años bajo su mando, dos como Mariscal. Se entendían bastante bien, mas no sabía cómo interpretar tantos gestos generosos juntos. Primero en valiosísimo sable del vencido Iakéndaraz, ahora los dos mejores corceles del Patronato de Yamedal.

¿Tendría que ver con lo que hablaran antes, de si necesitaba algún incentivo extra para borrar toda posibilidad de cambiar de empleador? ¿Acaso podía a estas alturas dudar de ella, de su palabra?

-Debería darte un feudo, no caballos -se enfurruñó Léstar, atrapando la brida del más bravo, que le lanzó una mordida.

-¡Ha sido un buen día, señora! ¡Dos caballos de primera, y el arma de un general! -la codeó Ormard. -¡Y qué más pedir, si hasta todo Yamedal sin combatir!

Le miró de reojo.

-Sin que tuviésemos que combatir todos, digo... -rectificó el mercenario, comprendiendo su error: ella sí que se había batido. Y a muerte.

A unos pasos, Bandu y Léstar forcejeaban con los caballos. Tuvo que sonreír al ver sus nuevas y magníficas posesiones, y eso que el dolor de la reciente herida crispaba sus labios en una mueca.

-Tienes razón, ha sido un buen día -suspiró. -Gran botín y victoria fácil. Y esto es solo el comienzo.

-¿Comienzo? ¿Y los cuatro años que llevamos guerreando para ellos? -Léstar se volvió a quejar. Forcejeaba con el caballo de guerra, y Ormard tuvo que ir a auxiliarlo.

-Ahora no se detendrán en las fronteras -le respondió, y corrigiéndose: -Ahora no nos detendremos sino hasta Karstere mismo. Yamedal es solo el comienzo de todo lo que nos espera. No seas impaciente, Pendrarróat.

Léstar no respondió. Solo soltó una maldición entre dientes, y porque el caballo seguía tratando de morderlo.

La última guerrera.Where stories live. Discover now