Parte IX. El Consejo de Guerra. Capítulo 8.

3 3 0
                                    

Sirvarth

-¡Démonik! -Eiyaltán escupió un diente junto con una baba rojiza.

Parecía un loco. Sus ropas están sucias, quemadas, echas jirones, como si le hubiesen hecho atravesar un gran fuego. Chamuscados el pantalón y las botas, en una apenas tenía suela. Las manos ensangrentadas también se le han quemado, en una colgaba un retazo de piel. Pero a él no parecía importarle.

-Dame ahora mismo un motivo para no acabar con tu miserable vida -repitió con un gruñido al ver que solo había lanzado aquel ¡démonik! junto con el escupitajo como toda respuesta.

-Mátame, traidora. Mira a tu alrededor. Nunca podrás con todos. ¿Y sabes qué? -volvió a escupir sangre -, te llevarás a unos cuantos, pero ya todo Iroshtar sabe qué eres una démonik. ¡Y como démonik arderás eternamente en las llamas del Supremo! -impulsó el cuerpo adelante en un arrebato.

-¡Basta! -vibró la orden.

Es Ertgarld, que se ha acercado. Atisba que lleva la otra espada ceremonial en la mano.

-¡Ya me escuchó, Kaitán! -Eiyaltán rechinaba los dientes. Había lanzado un rápido vistazo a Ertgarld-. ¡Esta mujer es una démonik! ¡Los ejércitos del enemigo esperan su señal para atacar! ¡Ella nos trajo aquí! ¡Es una traidora que busca nuestra destrucción y la del Supremo!

Eiyaltán gritaba para que todo Yamedal lo escuchara. Estaba perdiendo la paciencia; solo la orden de Ertgarld la detenía.

-¡La otra démonik nos prendió fuego como a bolas de heno! ¡Me trajo aquí con sus poderes prohibidos y me perdonó la vida para que avisara a Máralad que los ejércitos aguardan por su señal allá en Talgat-Deuza! ¡Perra traidora! -seguía el joven, clavando en ella una mirada cargada de odio-. ¡Mátame, pero ya los demás están advertidos, que eres una démonik y que trabajas para el Sarl de Tulvwar! -y con la velocidad de un rayo le fue arriba blandiendo una daga.

No, no una daga. Era el pedazo de sable que debía haber ocultado. Pero la espada en su mano fue más rápida y por el suelo rodó la mano de Eiyaltán aun empuñando el sable roto.

A la vez que el chorro rojo de la articulación salía disparado, el caos se adueñó de los patios de Yamedal...

La última guerrera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora