Parte VIII. Premios para Kojtchevawul. Capítulo 4.

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Kojtchevawul.

—Este es el mensaje que debes transmitirle: que los ejércitos están listos y que aguardamos su señal. Y no te sientas mal contigo, kayi, no hay vergüenza en escoger el camino de la supervivencia. Además, Máralad premiará de buen grado tu colaboración. Puedes estar seguro. Su sed de sangre se aplica si se lo pido yo, que buenas amigas somos.

Hacía grandes esfuerzos por mostrarse impasible y poderosa, pero la verdad es que estaba a punto de desvanecerse. Demasiado esfuerzo.

Seguía ahogándola su propia sangre, no aguantaría mucho más. Por suerte el joven iroshí no parecía notarlo, solo la miraba con ojos desbordados, con un terror similar al de los escaramuzadores aquellos que acuchilló en los lejanos pasos; además, mucho tenía con sus quemaduras y dolencias el noble kayi, que trastabillaba ahí en las semipenumbras del límite del bosquecillo besado por la lumbre de los fuegos que dentelladas en las murallas de Yamedal.

—Tienes un segundo para echar a andar o sufrirás una muerte más dolorosa que tus hombres, kayi. Y te estaré vigilando. Al más mínimo signo de duda, un paso desviándote de Yamedal, y sufrirás también en la más insoportable agonía —le amenazó con las fuerzas que le quedaban. Que acabara de largarse antes que la que acabara rodando por el suelo fuese ella...

Solo cuando el iroshí comenzó a dar tumbos hacia las murallas, se permitió permitir a au cuerpo temblar como una hoja. Y cuando su sombra se perdió en la oscuridad, pudo permitirse caer desfallecida.

Sonrió a pesar del dolor que engarrotaba sus nervios, sus músculos, sus articulaciones y sus latidos: no había prendido mil fuegos —posiblemente en Yamedal no se divisase ni uno solo pues quedaron muy abajo en el valle aquel—, pero los iroshís tenían ahora un importante testigo de la traición de la mercenaria, ese estúpido pichón de noble, de inútil valentía. ¡Ah, ya quería ver las caras de estupor e incredulidad primero, y de respeto y hasta regocijo después! Czaginarta felicitándola, pasándose los tiempos venideros enasalsando su hacer de esa jornada, y los otros acólitos retorciéndose de envidia. Porque habría demostrado ser la digna sucesora del Alto de Barld, el líder del balance religioso de aquellas viejas tierras. Y la Sarlyá, tragándose las reservas que ni su diplomacia pudo enmascarar cuando Czaginarta la presentó como su principal acólita y agente en Iroshtar. Y la bella Gaona, la joya del Desposario de Ira-Roshtare,  flamante competencia de la célebre Kaitana Sálkchan, la Bella, resbalaría naturalmente hacia su lado, con el Kaitán caído en desgracia y ella, Kojtchevawul Bel At Edin en ascenso.

Ah, dulce premio... Sonrió ahí sin fuerzas en las mustias yerbas. Todos los premios que aguardaban tras aquel esfuerzo valían cada gota de sangre, cada punzada de dolor, pero el más especial de todos sin dudaa sería la de arrancarle al arrogante Kaitán de Iroshtar su favorita, y el hecho de que, tras aquel triunfo inigualable, ese viejo sapo de Czaginarta no podría negarle su petición: vivir en concubinato con Gaona: no si ella era ante él, los dioses y los hombres la acólita más hábil y fuerte en la manipulación de los poderes.

Ah, dulce premio... Cerró los ojos y dr dejó acariciar por la somnolencia.

Ahora entendía esos ridículos versos que siempre estaban de moda por los reinos beligerantes, versos alabando los sacrificios que se hacen por amor.

La última guerrera.Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz