Acto 1.1

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Cuidado con lo que sueñas, que puede hacerse realidad.

Igual es excesivamente triste que a mis treinta y dos años ya supiera de sobra lo que significaba esa frase.

Y de verdad que por una parte me considero una chica con suerte. Podría decir que he vivido todo lo que ni siquiera fui capaz de imaginar, ni de soñar. Pero eso de que nadie da duros a dos pesetas, como me advertía continuamente alguien a quien quiero mucho, era tristemente cierto.

Aún así, todo eso lo dejaré para más tarde.

Ahora solo quiero recrearme en aquella mañana en la que de verdad empezó todo.

Hera y Atenea estaban acomodadas en su transportín y el tren ya estaba en marcha. Así que, con la nariz congelada pegada al cristal de la ventana para intentar ver el paisaje, y bebiendo un café asqueroso de seis euros de cualquier cafetería de Sants, decidí ponerme otra vez ese disco de Aute que había escuchado tres veces en el viaje de avión. Era la única forma de conseguir la paz que necesitaba entre tantísimos nervios.

Esta vez no sé cuanto tiempo había estado fuera trabajando, pero lo suficiente para ver cada vez más bonito todo lo que me rodeaba cuando llegaba a España.

Lo de mirar el paisaje duró más bien poco, porque calculo que unos veinte minutos después, caí redonda y lo siguiente que recuerdo es abrir los ojos y estar ya en Madrid. Un milagro, porque tenía el sueño tan profundo que ya me había pasado más de una vez lo de acabar en otra ciudad.

Agarré torpemente las maletas y los transportines, y bajé del tren con tanta ilusión como nervios.

En el camino de la vía hasta donde me esperaban, aunque deseaba fuertemente que no pasara, pasó lo de siempre.

— Ay, Ainhoa, yo no te quiero molestar, pero ¿Tú te harías una foto conmigo para que yo se la enseñe a mi hija? Es que eres su fan número uno vamos, está loca contigo...

— Bueno... voy un poco cargada, pero...

— Nada, nada, tranquila. Yo te agarro esto — Dijo sujetando mi bolso y el transportín de Hera. — ¡Ay! Qué se ha movido, es un perrito, qué lindo... ¡Manolo! ¡Haz la foto! Que esta chiquilla tendrá prisa.

— ¿Cómo se hace la foto aquí? Si me veo yo...

— ¡Chiquillo, a la flechita!

Dios mío... ojalá poder evitar estos momentos y ser capaz de decirles a todos los que se me acercan que les agradezco el cariño, pero que odio las fotos.

Llegué por fin a aquella puerta dónde tantas veces me habían dado la bienvenida un montón de prensa y de gente "importante".

Esta vez me recogía alguien importante de verdad, alguien a quien ya no le pedían fotos, pero que merecía muchísimo amor más que el que ahora me puedan dar a mí.

— ¡Mi niña!

Sin decir ni media palabra, cuando lo localicé entre la multitud que, por supuesto, me observaba, me lancé a sus brazos y me dejé apretujar una vez más.

— Javier... qué ganas tenía de esto, jolín. — Dije con voz ronca. — Gracias por venir a por mí.

— No sabes la ilusión que me hace todo esto. — Me agarró fuerte de las mejillas y me miró de esa forma tan dulce — Estás guapísima.

— Tú también estás muy guapo ¿eh? — Reí. — Creí que los años te habían estropeado más, pero estás hecho un chavalín.

— Oye guapa, que todavía no tengo ni los cincuenta ¿eh?

Templo. Luznhoa. Where stories live. Discover now