Acto 2.1

687 60 5
                                    

Es increíble como de un momento a otro una persona puede transformarse y pasar a ser otra totalmente diferente.

Y lo más extraño de esto es que, al final, todo depende de tu punto de vista y de nada más.

De tu punto de vista y de la información que tienes para construir este, claro. Porque en ese momento mi cabeza era una bomba de relojería de tantísimas cosas que tenía que gestionar, pero si había algo a lo que le dabas vueltas sin parar, era el motivo por el que me habían tratado como a una cría ocultándome toda la información, y no solo desde que conocí a Hugh, si no desde que era una niña.

En ese momento solo pensaba que si me lo hubiesen contado antes, no lo habría pasado tan mal esos tres años. Porque fue casi mágica la forma en la que esa bestia desapareció de mi corazón dónde, aún a riesgo de resultar bastante cursi, diría que estaba profundamente clavado.

Aquella tarde, tal y como había quedado con ella, esperé impaciente su llamada para dirigirme al teatro con algo de picoteo que había comprado antes en el bazar de al lado.

Y cuando llegué, allí arriba del escenario, sentada en el suelo y con las piernas cruzadas como una niña, vi a una Ainhoa que yo no conocía de nada. Una persona nueva para mí. Y me di cuenta que jamás me había detenido a mirarla a los ojos y ver todo lo que ellos gritaban. Cansancio, tristeza, bondad, y, entre todo eso, como podían, se hacían hueco las ganas... las ganas y la ilusión por dejar toda la mierda atrás y empezar una nueva vida.

Y no podía sentirme peor al saber que yo le había dificultado bastante durante toda su vida que en Llerena se sintiera plenamente en paz y en familia. Pero siempre había tiempo de remediarlo, supongo.

— Hola. — Dijo risueña. — ¿Qué me traes? Me muero de hambre.

— Pues mira. — Me senté a su lado y puse la bolsa en medio de las dos. — Yo es que soy una golosa y no puedo parar de comprar guarrerías. — Empecé a sacar paquetes de patatas y bolsitas de gominolas. — Y por supuesto, un par de cerves fresquitas.

— Dios mío. — Dijo indagando en la bolsa de gominolas. — Recuerdo desbloqueado. No había vuelto a ver esto desde... ni me acuerdo — Me enseñó una piruleta en forma de pitufo.­— Me encantaban.

— Lo sé. — Reí.

— ¿Lo sabes? — Me miró extrañada mientras lo abría.

— Sí — Agaché la cabeza. — Mi padre siempre tenía una bolsita llena de pitufos en el cajón del mueble bar para cuando su niña favorita llegara. — Lo último lo dije con un poco de sorna.

— Uy... ¿hay ahí un poco de pelusilla quizá? — Sonrió. — Qué recuerdos. — Dijo mirando a la nada y mordiendo sus labios.

— Si yo te contara...

— Pues cuéntame. Para eso estamos aquí ¿no? para que me digas todo lo que te inquieta.

— Antes me gustaría que cerráramos el tema de Hugh. — Vi como tragó saliva y soltó en el suelo la bolsa de gominolas. — Bueno, si te incomoda seguir hablando de esto, no te preocupes. Lo dejamos para otro día si quieres. Entiendo que para ti es difícil y hoy ya te estará removiendo demasiado.

— No te preocupes, compartirlo también me viene bien, aunque sea duro. No me he desahogado nunca con nadie ¿Sabes? Y además, estaría bien hablarlo hoy todo y no volver a mencionarlo nunca más.

— Me parece bien.

Me salió de dentro dedicarle una sonrisa y agarrarle su mano fuerte. De repente esa sensación de querer cuidarla un poquito se apoderó de mí y también me desconcertó.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 15, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Templo. Luznhoa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora