Lucien

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Antes...

Él no sentía casi nada en absoluto. Sentía las cosas a medias. Muchas veces tuvo que fingir que nada lo lastimaba y otras que lo ajeno le afectaba. La verdad era que Lucien Red fue un experimento fallido. Al menos desde su perspectiva.

Había entrado en el Proyecto de Despersonalización unos días antes de cumplir ocho años. Le dijeron que sería un ejemplo para los oficiales, sería el único heredero que conviviría con reyes a temprana edad y que le permitirían faltar a tantas galas como quisiera. Obviamente, le mintieron en esa última parte y lo condenaron a rodearse de imbéciles. Sin embargo, entendió los motivos de las tácticas de su padre para que le obedeciera.

En un inicio conoció a Patrick Black, un ególatra que actuaba pésimo con tal de agradarle a los demás. Supuso que trataba de hacer su trabajo al convertirse en el futuro monarca de la Nación y procuró no juzgarlo tanto. Además, le agradaba un poco por su innata falta de empatía. En un mes los científicos anaranjados le realizaron pruebas múltiples para ver las posibles respuestas de su organismo al tratamiento.

Aquella fase le causó terror y aburrimiento. Le asustó la idea de que le dijeran que no estaba apto para participar, más bien que la estable relación con su familia se desmoronara. Le aburrió que le prohibieran indagar en los secretos del estudio. Sabía que el arte de la guerra se basaba en más elementos que una espada, que su mente también debía estar afilada. Por lo que recopilaba información, espiando sin que se percataran, y se mostraba como un fiel seguidor de las reglas. Las dos partes de su cabeza habían descubierto el equilibrio.

Con el transcurso de los años, sus habilidades atléticas de lucha se perfeccionaron y el objetivo del programa se fue cumpliendo. Le estaban apagando lentamente el corazón. Lucien se enorgullecía de eso porque la Corte Real lo consideraba su representante ideal y sus progenitores se jactaban de tener un hijo así. Aun así, lo lastimaban. Los testeos junto con las inyecciones poseían efectos secundarios dolorosos. Los miembros le pesaban como si lo hubieran aplastado con acoplado y ahora tuviera que continuar con sus huesos rotos y su carne hecha picadillo.

Aunque se olvidaba de las dolencias en cuanto la sentía cerca. No sabía si se trataba de algo mental, solo sabía que tal vez ella era la indicada para alejar el dolor. Se acordaba de la primera vez que la besó. En oportunidades se quedaba tildado al no reconocer una emoción propia o impropia. Los sentimientos se decían en un idioma que no comprendía. No obstante, en ese momento no requirió hablar ningún tipo de lenguaje. Simplemente, actuó bajo la influencia de los rastros de sus reconcomios.

La relación que compartieron le provocó un terrible conflicto de intereses. Lo habían puesto a elegir entre lo que debía y lo que quería. Al final, escogió su deber. Por una razón llevaban las coronas en la cabeza y no en el corazón: supervivencia.

El experimento había finalizado y en poco tiempo iniciaría la competencia, los dos enfrentarían los problemas más adultos y no le costó perderla porque se dio cuenta de que si lo hacía se hallaría a sí misma. Sin agregar el hecho de que, pensando estratégicamente, la alianza entre sus amigos daría frutos. Ella era arte y ciencia. Él, economía y tradición. Estarían bien y estaría ahí para verla triunfar.

No tenía nada en común con los rebeldes y aprobaba por completo las creencias del reino, por eso se denominaba un hipócrita de la multitud en sus cavilaciones nocturnas.

En los meses de reclusión total se dedicó a entrenar más duro de lo que había entrenado. Procuró enfocarse en su carrera por delante y se metió dentro de una soledad inesperada. Le gustó la sensación. Le agradaba que su compañía exclusiva fuese su astuta y cruenta cabeza. Jamás se hastiaba de ello. Lo agotaban las pláticas innecesarias. Si no le interesaba lo que el otro decía, ¿por qué demonios debía fingir que sí?

InstruidosWhere stories live. Discover now