Diego

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Durante...

Cuando volví a la habitación hallé a mi novia tirada en la cama con la cabeza casi colgando del borde y el libro que le había prestado a un lado de su cuerpo, como si hubiera intentado leer y no tuviera ni ganas de pasar las páginas. La comprendía. 

―¿Qué haces?

―La placentera nada ―respondió Kaysa, dándose vuelta en busca de tener una mejor vista―. ¿Tú no ibas a traer el almuerzo?

Me encogí de hombros.

―Surgió algo.

―¿Algo cómo qué? ―indagó, levantando una ceja con curiosidad.

―Algo que requiere que te levantes.

―Es mi día libre, no pienso mover ni un dedo ―se negó efusivamente a pesar de estar consciente de que las reinas no tenían un día libre―. Vamos, ven aquí y dame un beso.

Fue una oferta tentadora que tuve que declinar.

―Si lo hago sabes que no podré parar y te he preparado una sorpresa.

―¿No puedes hacer que la sorpresa venga a mí?

―No.

―En ese caso tendrás que cargarme ―bromeó, sentándose. La miré con escepticismo ante ese tono infantil impropio de ella―. ¿Qué? Esto es lo que soy. Quiéreme o déjame. De preferencia tú elige la primera opción.

―Escogí esa opción hace mucho.

Me incliné en su dirección con claras intenciones de besarla, sin embargo, en vez de tocar sus labios me topé con una superficie dura y fría que resultó ser la portada del libro. Ni me molesté en quejarme. Ojo por ojo, rechazo por rechazo.

―De acuerdo, no vi eso venir.

―Debiste hacerlo. Ahora desaparece de mi vista ―solicitó Kaysa, calzándose tras abandonar el ejemplar sobre la colcha.

Entonces, rodeé los ojos y accedí a su pedido.

―¿A dónde vas? Quédate ―pidió a medida que encaminaba fuera de la habitación, cambiando de humor a una rapidez insólita.

―Vas a volverme loco ―murmuré ebrio de amor, volteándome y arrastrándome de vuelta a ella. En un fugaz movimiento procedí a cargarla como me lo había solicitado. El subidón repentino la asustó y se aferró a mí con fuerza―, y me gusta esta clase de locura.

―¡Lo de cargarme fue un chiste! ―masculló alterada en simultáneo que caminaba fuera del cuarto. Ignoré su queja y esbocé una sonrisa triunfante, deteniendo mis pasos en pleno pasillo deshabitado. No supe por qué ella sonrió también―. ¿Además no se supone que me lleves a la habitación de esta forma en vez de sacarme de la misma?

―Lo haré cuando estemos de regreso.

―¿De regreso?

—Eso me recuerda... —dije y regresé a la habitación para buscar un regalo que compré ilegalmente y que tenía guardado desde nuestra cita nocturna en mi casa. Lo había olvidado por los nervios, pero pude recuperarlo al ir a mi casa ayer. Una vez que se lo entregué, esperé una sonrisa y recibí lo más parecido a lágrimas que ella podía demostrar.

—El Retrato de Dorian Gray.

Sus reacciones podían ser confusas, mas ya la conocía lo suficientemente como para saber que le encantó.

—Te dije que lo encontrarías.

InstruidosWhere stories live. Discover now