Kaysa

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Antes...

Yo hacía muchas preguntas. Eso no era algo nuevo para nadie. En mi defensa, el mundo era una gran interrogante para mí.

Los herederos de Idrysa no podían salir de sus casas hasta que cumplieran los dieciocho, todos lo sabían, pero no fui realmente consciente de ello hasta que tuve seis años.

Estaba parada junto a la ventana de una de las tantas habitaciones de la Mansión Natural y, aunque apenas llegaba a ver a través del cristal, vi a un par de niños jugar libremente en las calles. Reían sin medir el volumen de sus voces, correteaban y no era porque estaban entrenando, y saboreaban la libertad de poder ir a dónde quisieran. Quedé fascinada. Fue una escena muy simple que para mí lucía como un sueño inalcanzable porque estaba atrapada detrás de las rejas de mi casa.

―¡Señorita! ―llamó mi institutriz del momento―. Su madre está aquí.

Entonces, mi respiración se cortó y volteé como si hubiera sido atrapada cometiendo un crimen.

―Lo siento, madre ―me apresuré a disculparme a la vez que alisaba mi vestido―. Yo quería...

―Solo podrás hablar cuando termines tu lección ―replicó Nora parada en el umbral de la puerta.

Si bien era pequeña, ella me hacía sentir que lo era aún más.

Tragué grueso, recordando lo que había estado estudiando desde la mañana, y enumeré una lista de los delegados de ese momento y los aportes de sus alianzas. Me sudaban las manos. El miedo a equivocarme fue subiendo con cada nombre que pronunciaba y se notaba en mi voz.

―Suficiente ―bramó Nora, interrumpiéndome. Sonaba decepcionada y no se molestaba en ocultarlo―. Puede irse.

Dicho eso, la institutriz abandonó la habitación, quien me regaló un vistazo antes de irse. Ella también le temía a mi madre.

―¿Estás enferma? ¿Te duele la garganta?

―No ―dije con timidez.

―No ―repitió Nora y chasqueó la lengua como si fuera un chiste―. ¿Entonces por qué te tiembla la voz?

Mentirle implicaría un castigo más severo, así que fui sincera.

―Me puse nerviosa y...

―¿Nerviosa? Solamente estabas hablando frente a mí, ¿qué pasará cuando tengas que dar un discurso en presencia de miles de personas? ―retó sin una pizca de dulzura porque yo no era una niña, era una líder en construcción―. No puedes ponerte nerviosa o no te tomarán en serio. ¿Y qué pasa cuando alguien no te toma en serio, Kaysa?

―Piensan que pueden tomar lo que te pertenece ―respondí, recitando la respuesta programada que la contentaba―. Lo haré mejor la próxima vez, lo prometo.

―Las promesas son palabras que los mentirosos le dicen a los tonos. Quiero hechos.

―Lo haré mejor la próxima vez ―dije con convicción una vez que levanté la cabeza que había mantenido cabizbaja.

Nora asintió, dando a entender que mi tono de voz la convenció, e iba a irse de no ser porque la detuve.

―Madre, ¿puedo hacerle una pregunta?

―Rápido. Debo ir a una reunión.

Me armé de valor y le pregunté:

―¿Por qué no puedo salir afuera como los otros niños?

―¿Por qué lo preguntas?

―Es que estaba pensando que tal vez podría...

―No, lo que sea que quieras, no puedes hacerlo ―cortó y me interrumpió cada vez que abrí la boca para decir algo―. Ya sabes por qué no tienes permitido salir. Es lo que dictamina la ley.

―Lo sé, pero lo que no entiendo es por qué...

―Haces muchas preguntas.

Curvé mis labios hacia arriba con inocencia.

―Haría menos si tuviera respuestas.

―No siempre obtenemos lo que queremos. Ahora ve a tu práctica de lucha. William te está esperando.

Y obedecí. Siempre obedecía.

Sin embargo, desde ese instante no paré de preguntarme cómo era el mundo.

A veces olvidaba qué era real. Los libros decían que el planeta era gigantesco y lleno de maravillas, no obstante, para mí terminaba con las rejas de mi casa. Yo vivía en lo que parecía una isla remota sin la posibilidad de salir, por ende, todo lo que me quedaban eran las historias sobre el exterior. En consecuencia, en cada ocasión que lograba completar una lección, hacía una pregunta.

―¿Cómo es caminar en las calles?

―Como caminar en cualquier sitio ―respondió mi madre sin comprender mi entusiasmo.

―¿Es cierto que las olas de la playa pueden arrastrarte? ―curioseé después de la lección de natación.

―Sí ―se limitó a contestar mi padre cuando lo fui a visitar a su estudio y cerré la puerta sin atreverme a continuar la conversación.

―¿Han visto las montañas? ¿Son tan altas como lo imagino? ―inquirí luego de la clase de geografía.

―Probablemente, mucho más ―reveló Nora mientras la perseguía por los pasillos.

―¿Es verdad que Londres siempre está lleno de gente? ―interpelé una vez que terminé con mi clase de historia.

―El mundo en general está lleno de gente ―farfulló Nora, exasperada.

Y así sucesivamente fui preguntando hasta que creé mi propio mundo de fantasía hasta que la dura realidad me golpeó.

―¿Todas las pelirrojas tienen el cabello igual? ―quise saber luego de la clase de arte y música.

Por una razón que no conocía en ese momento, mi padre detestó que quisiera saber eso y siguió caminando sin responderme. Jamás tuvimos un empleado que fuera pelirrojo. Ergo, yo no había visto a nadie más que tuviera el pelo como yo. Parecía ser al propósito, como si el color le recordara a mi padre algo que no quería.

―¿Y todo es...? ―empecé a decir, ya que no quiso contestar mis dudas.

―¡Basta! ―gritó mi padre y retrocedí, amedrentada.

Su mirada cambió a los segundos de decirlo a causa de mi expresión, pero no se retractó y se fue. Mis ojos se cristalizaron de inmediato, mas no lloré. No podía. Nora fue la que vino debido a que justo estaba pasando por el corredor.

―No más preguntas de ahora en más, ¿entendido? ―intervino mi madre, agachándose para alcanzar mi altura―. Por más que sigas preguntando, no vas a saberlo. No puedes salir de aquí y punto.

―¿Por qué?

―¿Quieres saber cómo es el mundo?

Realicé un asentimiento:

―Bueno, ¿viste cómo lees en tus libros que hay depredadores y presas entre los animales? Con los humanos es exactamente igual. Pero no es tan obvio. La gente se disfraza, usa a otra gente a su conveniencia, y traiciona para sobrevivir por su cuenta. Hay asesinos, ladrones, y todo tipo de monstruos ahí afuera. Por eso no puedes salir ―prosiguió ella―. Ahora mismo tú eres una presa frágil e infantil que cualquiera puede comerse viva, pero vas a crecer y te vas a convertir en una depredadora a la que incluso otros depredadores temerán. ¿Sabes cómo lo sé? Porque te estamos entrenando para eso y lleva tiempo. Saldrás cuando te digamos que estás lista para sobrevivir. Así que por ahora confía que todo lo que hacemos es por tu bien, ¿de acuerdo?

Aunque no dije nada, ambas sabíamos que debía pronunciar que sí. Desde instante en adelante me guardé las preguntas para mí misma. Los días fueron cubiertos por una niebla pesada que hizo que todos parecieran iguales. Despertaba, estudiaba, entrenaba, leía, comía y me iba a dormir. Nada más.

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Esta es una colección de extras. Cuando vean "antes", "después", o "durante" se refiere a Construidos.

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