Prólogo - Parte 1

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Te envidio, mar. Las tormentas te agitan, el ser humano no deja de contaminarte y, aun así, sigues estando ahí. Es estúpido, pero... —rió suavemente, cerrando los ojos— ¿y si yo cayera, convirtiéndome en más de la basura que constantemente recibes...?

Sus últimas palabras fueron un elogio al mar, con el que durante muchos, muchos años de su vida, solo pudo soñar. Fueron una envidia expresada, la única de aquella persona que jamás podría haberla sentido por alguien más. Pero sobre todo fueron crueldad, porque cuando la vida te golpea es duro y cuando lo hacen aquellos a los que quieres lo es aún más, pero si la herida la causó el silencio y te das cuenta de que ni siquiera puedes obtener respuestas de entre tus recuerdos olvidados, sabes que ha habido un antes y un después y que nunca, nunca volverá a ser como ese "antes".

Ahora bien, aunque eso fue cruel, también lo sería no mencionar nada más sobre la crueldad, porque muchas veces aquel que hace sufrir, ha sufrido. Así lo expresaban sus últimos recuerdos.

Todo aquello que hizo mal y ya no sabía cómo cambiar.

Todo aquello que dejaba atrás.

Sueños rotos y, sobre todo, el recuerdo de aquellas sonrisas que jamás volvería a ver, no solo porque se estaba hundiendo en el fondo marino, sino porque probablemente en mucho tiempo, si no es que nunca, volverían a aparecer.

Es triste, pero lo más triste es que su despedida fue dirigida a unas olas tan transparentes como azules y no a aquellos que, al enterarse, más sufrieron.

¿De quién estoy hablando?, te preguntarás.

Pues bien, para eso tenemos que volver aún más atrás en el tiempo, pues a partir de ese momento ya no sería nadie, solo un recuerdo perdiendo paulatinamente su nitidez hasta desaparecer porque, como bien dijo un sabio, alguien no muere hasta ser olvidado.

Pero ahora no es el momento de descubrir la identidad de esa persona.

Vayamos a otro momento, a otro lugar.

Relájate y disfruta de los pequeños momentos de felicidad de una inocente familia.

Estados Unidos

Una pequeña casa a las afueras

—¡Gen-san! ¡Gen-san!

Una niña de unos 6 años, de pelo corto y anaranjado natural —por más extraño que suene—, llamaba la atención de aquel al que todos, excepto ellas, llamaban Genzo. A pesar de que no lo llamaran "papá", él era como su padre.

¿De sangre? No, pero a ninguno de los 3 presentes les importaba ese hecho. Incluso podrías pensar que dos niñas pequeñas ni siquiera serían conscientes de ello, pero la verdad era que conocían perfectamente su situación, porque su crianza se basó en el realismo moderado, un equilibrio entre ficción, pureza y realidad.

Las dos hermanas estaban muy unidas a aquel hombre. Ese era un lazo de una dureza que muy pocos igualan y aún menos superan.

Una niña de 6 años, Nami.

Otra 2 años mayor, Nojiko. Pelo azul, contrastando con el de su hermana.

Y Genzo, moreno y con un molinillo de viento en la cabeza, que estaba por responder a su hija menor.

Co-protagonista de mi vidaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon