✧; capítulo veintiseis

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—Harry...

—Calla —Lo escuchó susurrar, cerca del oído—. Ya casi...

Louis estaba asombrado por lo nula que era su fuerza de voluntad.

Sabía que no era buena idea dejarse llevar por los pensamientos que su mente generaba cuando se encontraba caliente y aún así terminó picando el anzuelo del precioso chico que tenía una habilidad impresionante para arrastrarlo a la demencia.

Harry era un experto en hacerlo caer con un simple beso, pues esa peculiar forma que tenía de mover lentamente los labios sobre los suyos, se convirtió en su perdición. Y mierda, cuando se los mordía era desquiciante, cuando sentía sus dientes hincándose sobre ellos, jalando con suavidad, simplemente no podía contenerse.

El trapecista lo convencía con sencillez.

Después de cenar la hamburguesa casera, que sin duda disfrutó en demasía, el chico le mencionó algo sobre pasar al postre y conociéndolo, quizá debió de haber imaginado a qué se refería en realidad.

Tal vez sí lo sospechó y en el fondo, esperaba estar en lo correcto.

Para buena o mala suerte, no se equivocó con la suposición y al ser invitado a su pieza, no hubo fuerza humana que detuviera la progresiva sed originada por el encuentro de sus bocas, con lenguas enredándose y dientes chocando en un frenesí cegador.

Cobijados por el manto de la sensualidad y el deseo sexual, Louis acabó recostado en la cama, con la piel sudorosa y la visión nublada ya que Harry se hallaba bajando tortuosamente lento sobre su polla, tomando poco a poco cada centímetro de ella mientras se mordía los nudillos de una mano para no gemir.

El ruido no estaba permitido esa noche, Melody dormía despreocupadamente en la habitación de a lado y lo que menos querían era despertarla con obscenidades.

Louis se tragaba los gruñidos, la excitante imagen lo estaba aniquilando.

El trapecista tenía la frente fruncida y brillante por el sudor, el torso desnudo con los pezones erectos, ese tono bermellón propagándose en sus mejillas y ni hablar de lo dilatadas que se encontraban sus pupilas, el verde en sus ojos ya había desaparecido.

Era una sinónimo de lujuria, de ese pecado que les haría ganar un boleto directo al infierno.

Trataba de respirar silenciosamente, la delirante temperatura lo hacía gozar de la enloquecedora estrechez y del como esas apretadas paredes se rendían a la longitud de su erección, dándole el acceso total a ese pequeño lugar que los llevaría a la cumbre del éxtasis.

La entrada del rizado se expandía al tomarlo y la quemazón que alcanzaba a percibir por la intrusión provocaba el temblar de sus extremidades.

Sin embargo, sonreía con descaro, sus comisuras se curvaban hacia arriba ante la maravillosa sensación de sentirse totalmente lleno y soltó varios quejidos que podían llegar a confundirse con gimoteos suaves, ocasionados por ese ardor que evidentemente, extrañó.

It's all an act 🎪 || larry stylinsonWhere stories live. Discover now