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–Joven Roier está usando el cuchillo de pescado para la mantequilla y por favor deje de mover los pies como un crío.

El castaño asintió, corrigiendo su postura de acuerdo a las órdenes de su profesor de etiqueta y tomando el cubierto correcto.

–El Duque Vegetta me notificó que los preparativos para su presentación serán adelantados 4 meses, así que deberemos aumentar el tiempo de las lecciones.– Sentenció aquel hombre con estrés mientras tomaba nota en su portapapeles.

–Profesor, no creo ser capaz de venir durante tanto tiempo a las clases, tengo mucho trabajo en mi hogar.– Dijo Roier apenado dejando los cubiertos de lado.– Mientras prioricemos pulir los modales básicos creo que estaré bien, al menos para el día de mi presentación. 

–Joven Roier, con el debido respeto que se merece, únicamente recibo órdenes del Duque, al menos hasta que usted sea oficialmente su hijastro. – El anciano se rascó la barbilla expectante y volvió a tomar nota.– Le sugiero nuevamente qué considere empezar con su estancia en el ducado desde este momento.

Roier removió sus pies incómodo.. 

–Profesor… Quiero aprovechar hasta el último día la tranquilidad de mi pueblo antes de tener que abandonarlo.

Aquel hombre de ropas vistosas hizo una mueca de desagrado.

–Oh vaya, qué joven de corazón más noble, las lecciones de hoy se han terminado.– El nombrado suspiro aliviado y se paró de la mesa con velocidad.– Espero verlo mañana a primera hora del día.

–No prometo nada señor...

–No deberías ser malagradecido con el Duque.– Reprendió el anciano.– Desde el día en que lleves su apellido tendrás que rozar la perfección hasta tu último suspiro, así que espero más disciplina en tus lecciones.

–Yo soy consciente de eso señor pero...

–Así que, en muestra de agradecimiento al Duque, espero verte mañana a primera hora en el salón de baile.– interrumpió cortante.– Ahora sí, puede retirarse joven Roier.

Y más que una sugerencia, Roier sabía que era una orden, por lo que se dirigió rápidamente hacia la salida del comedor, siendo guiado por uno de los mayordomos del castillo hasta el carruaje que lo llevaría de regreso al pueblo. 

–Gracias, vendré el día de mañana temprano.– Aviso con una sonrisa desde el interior del elegante vehículo. 

–Por su puesto joven Roier, lo estaremos esperando.– Comentó el mayordomo.– Que tenga un buen viaje, que la gloria lo acompañé.

–Y al Imperio.

Y así nuevamente emprendió un viaje que ya sabía de memoria.

Meses atrás no paraba de ver sorprendido cada detalle de los jardines del castillo, o al pasar por la capital observar lo ajetreada y ordenada que parecía; Ahora, prefería conciliar el sueño para que esas 4 horas pasaran más rápido y que al llegar a casa, tuviera la suficiente energía para jugar con su hijo. 

 

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Revolución | Guapoduo (Hiatus Temporal) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora