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Dónde Miguel recuerda a Gabriela y la hija de Peter es algo así como su consuelo personal.

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Miguel O'Hara es muchas cosas para diferentes personas.

Para los ciudadanos es un héroe, para sus compañeros de trabajo, alguien muy obstinado, gruñón. Mandon y poco flexible; para sus más cercanos –Si es que así podía llamarles– Un hombre melancólico y perdido en el dolor.

Miguel es tantas cosas pero nadie se toma la molestia de ver más allá de ese seño fruncido que parece tatuado en su cara. La única que logra ver los frágiles momentos del hombre, era Lyla, ella realmente no podía hacer mucho, esta programada para sentir las emociones de los otros pero no para entenderlas. Así que siempre que Miguel llora sobre su escritorio con las imágenes de su hija reproduciéndose opta por quedarse a su lado para, al menos, brindarle compañía entre lágrimas y autoreproches.

Lo oye culpandose, agarrándose el cabello en desespero, se abraza así mismo y al otro día actúa completamente normal delante de las cientos de variantes que dependen de él.

Una vista cansada y los ojos levemente hinchados

Todos notan pero nadie comenta nada. Porque nadie tiene el valor suficiente para preguntar.

Nadie conoce lo suficiente a Miguel como para decir: "Entiendo cómo te sientes"

Y él solo se para ahí, frente a los programadores moviendolos de un lado a otro, ignora el amargor en su pecho y de nuevo, tiene el rostro en una mueca de enojo y frustración constante.

Es alguien ocupado no tiene tiempo para juegos o charlas divertidas. Es el encargado de guíar a toda esa spider gente; no puede flaquear, no puede verse ni ser vulnerable, es un líder y los líderes no dudan. Por el bien de ellos y el suyo propio.

— ¿Dónde está tu padre? — La duda sale de su boca antes de siquiera pensar bien en que acababa de preguntarle eso a una bebé de tan solo dos años. Se desliza de su hombro derecho con lentitud, la toma con cuidado. Ella ríe, algo se revuelve en su estómago y no sabe identificarlo.

Hacia mucho tiempo no cargaba un bebé. No desde Gabriela.

El característico olor de la colonia para bebés se cuela en sus fosas nasales y si presta más atención también identifica el talco y la leche.

Parece analizarlo, de nuevo, en su estómago se revuelve algo, los ojos pican. No va a hecharse a llorar. No puede.

Alguien podría entrar y verlo en ese estado. Se repite otra vez, los líderes no flaquean.

La niña hace un puchero que le resulta divertido a Miguel, no puede evitar reír. Ella lo imita, se miran un rato más aunque la bebé empieza a verse cansada.

El sentimiento es suficiente como para empezar a mecer a la pecosa. En sus ojos se refleja algo parecido a la adoración, vuelve a sentir esas ganas inmensas de llorar, de gritar, llamarse así mismo por las cosas más denigrantes que existan. Sabe que no solo él a perdido todo por lo que un día trabajo y aquello lo hace sentirse peor, todos siguen adelante, con dolor o no y Miguel... Miguel se queda viendo la pantalla por horas buscando inútilmente llenar ese vacío que lo carcome desde dentro.

El pecho duele; está ahí, con la hija de otro hombre en brazos, una hija que no es suya, no es él a quien llamara "papá" en un futuro. Duele más de lo normal, es algo de lo que ya tiene conocimiento pero Dios, como le dolía hasta la médula. Ese solo pensamiento lo desestabiliza tanto, que ni siquiera se da cuenta de que las gotas saladas están recorriendo sus mejillas otra vez. Le arden los ojos pero ya no puede, simplemente acata a sostener su cuerpo con una mano frente a la mesa, sabe que la está arañando y sabe que Lyla lo va a reprender después. Pero elije eso antes que caer de rodillas con la niña en brazos.

One shots → ParkHara/HaraParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora