LO QUE TÚ DIGAS, BRAVO CORAZÓN

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Mentiría si dijera que alguna vez he encajado en el instituto de caballeros.

Tampoco es que haya sido una pesadilla, a ver si me entendéis. Cómo buen plebeyo, o al menos la idea de plebeyo que tienen aquí, fue, de hecho, todo un alivio venirme a vivir a este enorme edificio en el que a día de hoy sigo perdiéndome y en el que la comida nunca jamás se acaba (en serio, he hecho verdaderas averiguaciones sobre esto y es imposible que jamás te digan en la cafetería o el comedor que no tienen algo o qué está si quiera agotado).

Es simplemente un sentimiento que, aunque pase desapercibido, siempre continúa presente. La directora con sus pequeños comentarios que intentan animarme y que en realidad dicen "debes esforzarte el doble", la reina con sus favoritismos que en realidad me recuerdan que estoy aquí porque un día sintió una pizca de aprecio y lástima por mí, o los comentarios de Todd que...bueno, vienen a decir directamente que no encajo, sin florituras, ni favoritismos ni nada.

Así que día tras día desde que entré aquí con cinco años he aprendido a cumplir mi deber (que es también mi sueño) sin hacer mucho ruido, aceptando el papel que me ha tocado y dando gracias, en el fondo, por tener esta oportunidad, por poder convertirme en un verdadero caballero del reino.

—Ey, Ballister. —Eso es, Ballister, caballero del reino. ¿No suena increíblemente perfecto? —¿Ballister?

Me giro en seguida hacia la voz que me está llamando. Se trata de Lomodorado, que está hablando en Pandilla con otros cuantos de nuestros compañeros antes de que comience el entrenamiento. Su melena rubia apunta directamente hacia mí, con una pequeña sonrisa propia de él cuando quiere pedir algo.

Le hago un pequeño gesto de cabeza para indicarle que le estoy prestando atención.

—Habíamos pensado en ir esta tarde a La Serpiente Astada para pedirnos unas pizzas. ¿Quieres venir?

—¡Ah! Muchas...muchas gracias por la invitación pero...me había reservado la tarde para practicar los entrenamientos de esta semana, que no los llevo muy al día. ¡Pasadlo bien!

Intento que no se note mi incomodidad por haber soltado la burda excusa de siempre, y aprovecho que tengo la espada ya enfundada para sacarla y empezar a hacer pequeños movimientos de calentamiento. Sin embargo, en uno de esos despligues, otra espada se cruza frente a la mía. Su tono dorado es inconfundible.

—Ambrosius.

—Ballister, no puedo obligarte si no quieres pero...creo que deberías venir y desconectar un poco. ¿Cuál es el último día que no te pasaste la tarde entrenando?

¿Ambrosius está al día de mis entrenamientos? Ese pensamiento me hace bajar la guardia y cuando me doy cuenta se me ha caído la espalda. Me agacho a recogerla con movimientos más torpes de los que me gustaría.

—¿Eh? No. O sea, no sé, no lo recuerdo bien, no hace tanto. Ahora que lo pienso, el jueves pasado.

—La sala de entrenamiento cerró el jueves pasado.

—Por eso, no entrené.... —La ojos de Ambrosius bien abiertos y sus cejas enarcadas me lo dicen todo. — ¿No te vale eso?

—Podría valerme... — Me contesta, con un espadazo que vuelve a hacer caer mi espada al suelo antes de que me sea posible volver a blandirla, desprestigiándome una vez más de todo mi poco honor de caballero. —Si vienes hoy con nosotros. Venga, aunque sea un rato. Y mañana, si quieres, entrenamos juntos toooda la tarde.

Aunque sigo sin creer que es buena idea salir hoy con la gente del instituto, he de confesar que el segundo plan que me propone a cambio me resulta bastante atractivo como para desecharlo en seguida. Lomodorado no deja de ser el mejor soldado de nuestra promoción. Siempre quedamos primeros en los torneos, a veces yo con la medalla de oro y el la de plata, y a veces al contrario. Y teniendo en cuenta que sus dos movimientos certeros hoy han echado por tierra mis propósitos de tener un buen entrenamiento de espada, quizá si necesito un poco de su compañía para mejorar mi lucha.

—Mmm...veamos, se lo está pensando... Rumiando cómo buen caballero... —Me rio de su ocurrencia. — Esa sonrisilla en es un sí.

—Que conste que lo hago para poder machacarte en el entrenamien...

—Lo que tú digas, Bravo corazón... Te recogo a las ocho.

Y, por si toda la escuela (incluido yo) no admirará ya lo suficiente al descendiente directo de Gloreth... Antes de irse lanza su espada al aire una vez más, dando ésta unas volteretas en el aire antes de caer en su sitio en el soporte del escudero.

Miro a mi alrededor. No sé si alguien más lo ha visto. Pero desde luego yo si lo he hecho, y me obligó a cerrar bien la boca y que no se me caiga un poco la baba.

Caballeros de GlorethWhere stories live. Discover now