NO ESTÁS SOLO, BAL

191 11 2
                                    

¿Qué como he llegado hasta aquí? Buena pregunta. A mí también me gustaría saber por qué tengo al acosador de Todd tirado en el suelo y la cara roja de vergüenza mientras toda la clase me mira.

Retrocedo un poco para deciros que durante las siguientes semanas a la reunión con los reinos vecinos, Ambrosius y yo no hemos dejado de entrenar juntos ni un solo día.

El día siguiente a ese me le encontré en la sala de entrenamientos, luchando con fiereza contra uno de los modelos de madera, y acabé uniéndome a la batalla en defensa del pobre muñeco inerte. Creo que es una de las batallas más interesantes que he tenido en mi vida, aunque la perdiese contra un Ambrosius que parecía que en cada golpe de espada estaba intentando zafarse de sí mismo.

Incluso cuando al fin acabé en el suelo con el fijo de su espada en mi cuello, ambos jadeando de agotamiento, tardó más de lo normal en ofrecerme la mano para levantarme. Cuando al fin lo hizo, también tardó en soltármela.

—¿Estás bien?

—Si, si. Lo siento. Nos vemos mañana, ¿vale? A la misma hora.

Pareció tan seguro de sus palabras que solo pude hacerle caso, y al día siguiente estábamos allí los dos a la misma hora. Y también el próximo. Y el otro. Hasta que se convirtió en rutina.

Pero hoy la rutina había sido muy diferente. Rutina, por cierto, en la que yo había ganado tres veces, y así se lo hice saber con creces a Ambrosius.

—Es la tercera vez que lo dices.

—Eso es porque es la tercera vez que te gano.

—Enhorabuena, plebeyo, ¿quieres un premio? — Me dice él, socarrón.

—Ahora que lo dices, un premio estaría bien, si.

—Estupendo. Déjame que piense un poco... — Ambrosius se pone la mano en la barbilla de forma pensativa y se acerca un poco más a mi. — ¿Qué tal esa peli que tenemos pendiente?

—Me...me parece un... — ¿Por qué cada vez que tenía a Ambrosius frente a mí se me olvidaba hablar? —Un gran premio.

—Pues...no se hable más. — Dijo él, en un tono de voz más bajo que antes, casi susurrante.

Nos quedamos unos segundos en completo silencio, mirándonos, y sentí la mano de Ambrosius posarse en mi cinto. Poco a poco, comenzó a desenvainar mi espada, dejando tras de sí una suave caricia que me puso el pelo de punta y que de paso me excitó un poco. Bueno, vale, me excitó mucho.

Aunque yo estaba totalmente mudo, Ambrosius si abrió los labios para decir algo, sin embargo, no tuvo tiempo de hacerlo. Unos aplausos nos hicieron ver qué no estábamos solos en la sala.

Todd y otros de nuestros compañeros estaban en la puerta observándonos.

—Precioso, chicos, preciosos. Ahora sí nos disculpáis, venimos caballeros de verdad a entrenar de verdad.

— Déjalo Todd, ya nos íbamos. — Dijo Ambrosius, dejando las espadas plagadas en el soporte del escudero de mala gana.

—¡Eso, buscáos un hotel! — Se oyó una voz entre el gentío de adolescentes que habían entrado, y que no pude reconocer bien de quién era.

—Si, y asegúrate de paso de que el plebeyo no vuelva. Cómo descendiente de Gloreth debería ser uno de tus principales objetivos.

—Todd, Ballister es tu compañero. Eres tú quien deberías irte si no puedes aceptar eso.

—En cambio tú parece que lo tienes aceptadísimo, ¿verdad, señorito holor a lavanda? — Ambrosius soltó un quejido de enfado que no me hizo augurar nada nueva.

—Ambrosius, deberíamos irnos ya. — Pero mi intento por cogerle del brazo y sacarle de allí fue un fracaso total, puesto que él evitó nuestro contacto apartándome de él con un suave empujón y en seguido Todd volvió al ataque.

—Yo que tú tendría cuidado y no confundiría la pena que se le puede tener a ese muerto de hambre con amistad.

Y así fue como Todd acabo tirado en el suelo, con toda la clase mirándome y Ambrosius frotándose el puño, dolorido por el golpe.

—¡Parad ya! Ambrosius, vámonos.

Pero Ambrosius no tenía pinta de estar escuchándome mucho.

—¿A tí que te pasa, eh? ¿Por qué no puedes dejarle en paz de una vez? — Y cuando se tiró encima del chico tumbado para arremeterle otro de sus puñetazos, empecé a temerme lo peor.

—¡No, no, para! ¡No le pegues más! — Mis sonidos sonaban amortiguados por las voces de la clase, el ruido de los golpes estallando en el rostro de Todd y la respiración agitada de Lomodorado. — ¡Ambrosius, para, por favor!

No aguantaba más. Me levanté y sin decir ni una palabra más, me fui por la puerta con paso firme, dejando allí a Ambrosius, a Todd, y a todo el que me recordara que yo no forma parte de todo eso. Que no encajaba.

—¡Bal! ¡Bal, espera! — Apenas había recorrido la mitad del pasillo, con las primeras lágrimas cayéndome de los ojos, cuando me detuvo y me obligó a darme la vuelta hacia él. — No te vayas, por favor.

—¿ Y que quieres que haga? ¿Me uno a la paliza yo también? Eso podría traerme un parte disciplinario. ¿Y sabes lo que significa un parte disciplinario para alguien como yo? Perder la oportunidad de ser caballero, Ambrosius.

—Lo siento. Perdóname, no he podido controlarme. ¡No puedo dejar que te insulten!

Al escucharle, se me escapa una risa irónica.

—No has hecho esto por mi. Lo has hecho por tí. Porque querías defender tu orgullo después de que te vieran con el plebeyo.

—¿Qué? ¡No, de verdad! Lo he hecho porque eres mi amigo. No estás solo, Bal.

—¡Yo no tengo amigos, Ambrosius! Porque esto es lo que le pasa a todo el que se acerca a mí. Por eso es mejor que dejemos las cosas cómo están.

—¿Y ya está? ¿Te rindes? ¿Que tipo de caballero haría eso?

—Uno que no quiere dejar de serlo. — Nos miramos, y las siguientes palabras que salen de mis labios me hacen más daño a mí que a él. — No me esperes mañana para entrenar.

Caballeros de GlorethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora