¿POR QUÉ ERES TAN BUENO, BRAVOCORAZÓN?

175 9 0
                                    

Cuando una tal Rachel de la Serpiente Astada me llama con el móvil de Ambrosius porque "Lomodorado está en apuros", me falta un segundo exacto para correr a por mi espada y salir pitando hacia allí. Por suerte, la chica me salva de un ridículo inmediato al aclararme que lo querealmente le pasa a Ambrosius es que se ha emborrachado un poco.

Así que, aproximadamente media hora después, tengo su brazo colgado sobre mi hombro y me estoy peleando con la tarjeta de su habitación para poder abrir la puerta y que al fin descanse un rato.

—Maldita...cosa...¿por qué es tan... — Digo justo cuando suena el picaporte y la puerta se abre dejándonos paso a una amplia habitación, que en el caso de Lomodorado es más bien la suite principal del instituto.

Dejo a un Ambrosius tirándose de golpe en la cama y riéndose de mi torpeza. Mientras me dirigo a los cajones de su mesilla para sacar uno de sus pijamas, observó la habitación.

No es la primera vez que estoy aquí. Conozco la habitación de Ambrosius lo suficientemente bien como para saber dónde guarda los pijamas, pero hoy la noto algo cambiada. Ha quitado la estatua de Gloreth y ha tapado algunos tonos dorado de las paredes y los muebles con pintura blanca.

Sacudo la cabeza y me obligó a centrarme. No estoy aquí para inspeccionar su habitación, ahora lo prioritario es que se duerma y descanse.

—Vamos a ponerte el pijama, anda. — Le digo mientras me agacho para quitarle uno de sus zapatos de marca.

—¿Qué te crees que soy ahora, Cenicienta?

—Oye, que solo intento ayudarte.

—No hace falta que me ayudes. Total, ya no somos amigos, ¿no? — Dice con resquemor, mientras intenta quitarse la chaqueta de un plumazo y acaba quedándose atrapado entre las mangas.

Esta vez, cuando vuelvo a acercarme a él para ayudarle con la vestimenta, no se queja.

—Ya...bueno...lo siento. Quizá fui un poco duro esta mañana. Eres la persona que mejor me trata de todo el instituto. El único que no me trata mal, en realidad. Así que supongo que no tenía derecho a ponerme así.

Consigo quitarle la chaqueta y prosigo por donde lo había dejado con los zapatos, viendo que Ambrosius ya no tiene pinta de mostrar mucha reticencia.

—No, Bal. Soy yo quien te debe una disculpa. Debí escucharte cuando me dijiste que nos fuéramos. A partir de ahora prometo hacer las cosas a tu manera con Todd. Y con cualquiera que se meta contigo. Pero si quieres que les pegue, dímelo y les pego.

El hecho de que cada sílaba caiga de su garganta con ese deje alcoholizado le hace incluso más gracioso, así que no tengo otra que soltar una risita.

—No hará falta pegar a nadie, no te preocupes.

—Eres tan bueno... ¿Por qué eres tan bueno, Bravocorazón?

Cuando al fin he terminado de colocarle el pantalón y la camiseta de su pijama, que por cierto era de un terciopelo carísimo que llamaba a gritos ser tocado, abro las sábanas y le ayudo a meterse dentro de ellas, listo para tener un plácido sueño hasta el entrenamiento de mañana. Por un momento espero a que Ambrosius se tumbe, o bostece, o lleve a cabo cualquier gesto que indique sueño o cansancio, pero en cambio se dedica a seguir mirándome, expectante.

—Eres tú quien me ve así. — Le digo entonces en respuesta. —Y gracias. Es todo un honor que saques un hueco en tu enorme lista de chico irresistible para...

—La única persona de mi lista eres tú, Bal... — y cuando creo que empiezo a procesar el mensaje, sus manos se posan en mi cuello, me atrae hacia sí y me besa.

Y...me...besa. Ambrosius Lomodorado me está besando en la boca. Y no sólo eso, sino que además yo, como el idiota que soy, lo único que hago en respuesta es soltar un pequeño ruidito de sorpresa, y quedarme pasmado en el sitio mientras nuestros labios siguen unidos.

Podría decir todas las sensaciones que sentí, como el increíble olor a lavanda de su pelo, sus manos tocando mi cuello con firmeza o la suave presión de sus labios en los míos, en un beso pasional pero inocente.

Sin embargo, todo eso lo procesé con posterioridad, porque en ese momento no pude pensar en nada. Es como si algo cortocircuitase mi mente y la volviese completamente inútil.

Incluso cuando Ambrosius se separa, continúo unos segundos más postrado en el sitio, con los ojos cerrados e intentando asimilar el momento, incapaz de moverme ni un ápice o decir nada.

Cuando al fin mi cuerpo me responde y puedo abrir los ojos de nuevo, me encuentro con un Ambrosius completamente dormido entre sus sábanas de seda cara y con su pijama de terciopelo, como si nada de aquello hubiera pasado.

Por lo menos uno de los dos iba a poder dormir esa noche.

Caballeros de GlorethWhere stories live. Discover now