18 // He nacido de nuevo y un mensaje inesperado.

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Leah y yo nos paramos atrás en el jardín. Habíamos plantado nuestra calabaza, pepino y unas cuantas rosas, y ahora nos paramos, como dos soldados felices, inspeccionando una pequeña tierra conquistada. Kelly juega con la tierra y ríe mientras la lanza de aquí y allá.

Esperamos que las semillas exploten del pesado suelo húmedo, pero la verdad es que no sabemos. Como los pioneros que no sabían si una tormenta, granizo o bichos destruirían la cosecha de un año entero, no lo sabíamos tampoco, no estábamos seguras de sí nuestro jardín crecería.

Tras muchas salidas al parque, desayunos y pláticas por whatsapp; Leah y yo decidimos hacer un huerto porque concordábamos en ser amantes de la jardinería, y queríamos intentar cocinar con ingredientes naturales desde casa. Le hice muchas preguntas de jardinería y me gusto que propusiera hacer el huerto en el jardín de la casa de mi madre. Me enseño a colocar el abono y el mantillo sobre la tierra y echar las semillas de alimentos y las de flores.

Leah cubría todo el terreno mientras yo la miraba sentada bebiendo un vaso lleno de naranjada fresca. No estaba de pereza. Solo descansaba y pensaba en lo que terminaría las semillas que estábamos plantando.

<< ¿Pero qué pasa si todo el "no saber" en nuestras vidas es en realidad el regalo más increíble, porque nos obliga a arraigar en lo que si sabemos? Qué pasaría si hacer las paces con la incertidumbre es en realidad la clave de la sabiduría, como lo fue para el viejo Sócrates, cuya fuerza era su habilidad para decir "Sé que no se nada". >>

— ¿En qué piensas? — me pregunto Leah deteniéndose y mirándome mientras se secaba el sudor de su frente con la mano.

— La incertidumbre de lo que pasara con este huerto.

— ¿Las semillas?

— Si — respondí.

Kelly jalaba de mí a mi lado, estiraba sus bracitos y abría y cerraba sus puñitos en señal de que quería estar en mis brazos; aún necesitaba un poco de ayuda, ya casi llevaba el año y medio y no lograba caminar, si pasa de los dos, me empezaré a preocupar.

— ¿Te digo una metáfora? — indago Leah acercándose.

— Dime. — dije sosteniendo a Kelly.

— Piensa en la certeza de la semilla de Dios en tu corazón. Deléitate, porque en medio del profundo desconocimiento, hay una certeza que es para siempre nuestra.

— ¿Cuál?

— Somos niños pequeños de Dios, y su semilla permanece en nosotros — dijo Leah señalándome con el dedo índice —. Juan 3.7: "No te asombres de que te haya dicho; tienen que nacer de nuevo". Nuestras semillas en nosotros no es como estas pequeñas semillas de remolacha, una semilla que puede o no producir. No, la semilla del amor de Dios y Su Palabra no es semilla incierta; es una semilla celestial que producirá un jardín sin falta. La semilla de Dios, por gracia, seguirá creciendo e hinchándose dentro, arrancando todo mal y convirtiendo la arcilla desnuda en fruto nutritivo, trayendo el cielo a la tierra.

— No lo había visto desde esa perspectiva — confesé.

— En tiempos de incertidumbre, duda, dolor, podemos estar seguras de la semilla de Dios trabajando en nuestros corazones. Él nos está salvando de nosotras mismas y de nuestros pecados. La gran historia de la redención continua, "porque desde la muerte la vida ha comenzado, un jardín desde la tumba", y podemos vivirla y presenciarla en nuestra vida cotidiana. ¿Ves cómo Dios se muestra en nuestro día a día?

Quedo petrificada y asombrada ante sus sabias palabras. Todas estas semanas han sido llenas de buenas charlas, enseñanzas, conocer gente nueva y con la que siento que puedo aprender cosas muy buenas y sanas que ayudarían a no tomar malas decisiones en mi vida.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora