30 // Las apariencias engañan.

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Briana

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Briana.


Sé que no soy la niña que todos piensan. Dice mi mamá que cuando una jovencita como yo se siente triste lo mejor que puede hacer es levantarse del estado zombie que la deprime, lavarse la cara, acicalarse el cabello enmarañado y ponerse guapa con el mejor maquillaje y las mejores garras que tuvieras en el closet. Un tip que he hecho a lo largo de mi vida desde que comencé a preocuparme por mi aspecto. Pero lo más importante, cuando conocí a Jesús esa perspectiva cambio. Ahora no solo me levanto y con las pocas fuerzas que me quedan arreglo lo desordenado de mi aspecto, también ordeno todo lo que está en el interior. Porque como mama decía, la tristeza o el enojo queda atrapado dentro de uno tratando de salir. Había que tener cuidado que esas emociones no se metieran en los ojos pues lo haría llover, tampoco era bueno dejarlo mucho tiempo en los labios porque los obligarías a decir cosas que no son del todo ciertas o hieren más el alma. Que no se meta en tus manos – dice mi mamá -, porque te quedaría la comida agria o lastimarías en un abrir y cerrar de ojos. Y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo y el enojo lo áspero. Cuando me siento triste me rindo ante Jesús y hablo con él. Saco lo que tengo que dejar salir. No quiero esto. Ya no.

¿Me observan? ¿Están viendo bien? Parezco feliz, ¿no? Diciendo bromas, sonriendo, riendo, tratando de pasarla de bien y... extrañando por dentro. Aún la ausencia de papa me duele. Él nos dejó tras haberse encontrado con el alma joven de otra chica, y de la nada; se fue. Sin decir más. Una mañana de agosto, después de oír gritos y reclamos en la madrugada; papa empaco sus cosas y se fue. Mi madre quedo llorando por horas en la habitación. Yo tenía seis años y mi hermana ocho. Ambas no sabíamos que hacer o decir.

Estoy dolida, y cansada, cansada de todo el drama, cansada de no ser suficientemente buena. Pero no quiero parecer dramática, débil y en busca de atención, así que me guardo todo para mí misma y Dios, actúo como si todo fuera perfecto, pero lloro en las noches sin que nadie me escuche. Así que todos piensan que soy la persona más feliz. Y si lo soy, Dios me dio un propósito, pero...

Soy cristiana y aún lucho con...

Ira, celos, orgullo, sentirme menos, no saber expresar mis emociones, pasar más tiempo con Dios, miedo al rechazo, recordar que no es mi tiempo sino el de Dios, inseguridades, lastimar a los demás con mis palabras cuando el enojo se apodera de mí, juzgar, preocuparme por mi físico, creer las mentiras del enemigo.

Es difícil serlo, pero vale la pena.

Todo vale la pena al final del día. 

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora