44. Cultivar jardines para crecer en gracia.

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Juan.

El interés de Elena conmigo era ineludible, por lo que opte dejarla en paz y seguir mi camino. Sé que la mejor manera de matar el amor por alguien es dejarlo morir lentamente de tu mente, sin nombrarlo, sin llamarlo, sin escribirle, sin buscarle. Por eso la evite todo este tiempo.

Ahora Renata ha entrado a mi vida. Es una chica guapa, dulce y madre soltera. Su hija también es un amor. Hemos conversado por horas y me ha dejado llevarla hasta a su casa caminando. Los días de mí descanso, cada que puedo, salgo a verla y vamos a comer un helado junto a su hija.

Ese día Renata estaba más hermosa de lo habitual, posaba con un vestido rojo campirano y unos zapatos bajos de color kaki.

— ¿Vas a ir a ver a tu novia? — me pregunto cuando le dije que era tarde, había que irse.

— ¿Qué?

— ¿Por qué la prisa? — ella sonrió de una manera recelosa.

La observé y permanecí en silencio mientras cantaba el viento, lloraba al oído, para interrumpir en el tiempo. Pude sentir sus celos, o el sentido de su pregunta.

— No, no tengo prisa. Y no tengo novia.

— Ah — ella se volvió para ver a su hija correr por el jardín.

Más tarde regresamos a su casa, la deje ante el porche, su hija entro a grandes zancadas. Ella se quedó a mi lado. Su rostro se iluminaba; tenía una tez tan pálida y brillaba tanto a la luz del alumbrado que su expresión fue más que un mero gesto.

— ¿Lo leíste? — me preguntó.

Negué con la cabeza. No sabía de qué estaba hablando.

Renata volvió la vista hacia su casa y descendió rápidamente los pocos peldaños.

— La carta que te envíe.

Oh sí. La carta. No la había leído y la deje dentro del cajón de mi buró. Tenía prisa por salir a tiempo para el trabajo. Pensé leerla antes de ir a dormir.

— No, ¿por qué?

— Porque...— su rostro se puso como jitomate—, la verdad es que me gustas.

Me quedé petrificado. Tragué saliva.

— ¿Y?

— Bueno... pensé...

— Falta conocernos más — no estaba del todo seguro de mi respuesta.

— ¿Eso crees? Llevamos dos meses saliendo.

— No es suficiente.

— ¿Por qué?

— Hay que ser amigos, por el momento. Quiero ir despacio por tu hija. Me gustaría que nos juntáramos un día a la semana para leer juntos la biblia.

— ¿Y mi hija que tiene que ver en esto?

— Renata, por favor....

— Ustedes los cristianos son muy complicados.

Antes de que pudiera decir algo, ella se marchó y cerró la puerta de su casa de un portazo que hizo temblar el suelo. Me quedé inmóvil sin saber que decir.

(...)

Elena.

— Mamás; ¿qué transición fue más fácil para ustedes? — preguntó la pastora Lety al grupo de mamás a su alrededor—. Para mí de la edad de cero a uno, fue el más difícil.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora