34. Solo.

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Amaury.

La chica caminaba derecha, tenía el cabello largo y arreglado, los ojos despampanantes con las pestañas largas y pintadas. Olía a pétalos de rosa, un aroma común, pero en ella era embriagador porque era la persona correcta que lo poseía. Elena me gustaba y no lo podía ya negar. Pero solamente necesitaba una cosa de ella.

Esa mañana en la escuela, cuando comenzó la clase de inglés ella aún no se presentaba

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Esa mañana en la escuela, cuando comenzó la clase de inglés ella aún no se presentaba. Ya había pasado más de media hora y Elena no entraba por el umbral de la puerta, algo que me comenzó a inquietar pero conforme pasó la clase deje de darle importancia. No tenía por qué preocuparme, no debería.

— Bueno ahora hagan equipos de dos para realizar la conversación de saludo y despedida — sugirió la profesora antes de sacar de su bolsa un pan dulce envuelto en papel cartón.

Entonces inhale el aroma fresco a rosas. Pasó delante de mí, como si no existiera. Se sentó al fondo del salón junto a Carlos y saco a toda prisa su cuaderno y sus plumas de la mochila. Reían y susurraban no sé qué cosas que los hacía ver como si fueran adolescentes de secundaria. La profesora no le dijo nada, suponía que ya éramos mayores y sabíamos cuál era la hora de entrada. Explico más o menos lo que llevábamos de clase y le ordeno hacer equipo con Carlos, pero demasiado tarde, él antes ya había hecho equipo con una chica de psicología.

Ella lo miro con ojos de recelo mientras él se burlaba. Entonces fue cuando poso sus ojos en mí, pensando. Yo desvíe la mirada e hice como que buscaba algo en mi mochila, podía oír sus pasos hacia mí con cautela pero seguridad. Se posó frente a mí, con las manos en la cadera y me miró fijamente.

— Oye — su voz era dulce y tenue.

Levanté la cabeza y la mire a los ojos, con la cara endurecida, sin expresión. Solo la mire y ya.

— ¿Tienes equipo? — me preguntó indiferente.

— No.

— ¿Hacemos equipo?

Trague saliva disimuladamente. ¿Por qué me ponía nervioso? Ya la había topado anteriormente y ya era parte de mi vida al verla todos los sábados en la escuela, no era que fuera excesivamente guapa, era la manera en cómo me miraba, y a veces, su manera de ser, de hablar.

— ¡Por favor, si! – suplicó sentándose a mi lado.

La mire de reojo. En su rostro había una mirada, una mirada con una insistencia y súplica, una súplica que no comprendo pero me daba risa. Sonreí entre dientes.

— ¿De qué te ríes? — me pregunto frunciendo el ceño.

— ¡De ti ridícula! — grito a lo lejos Carlos.

— ¡Cállate, si! — espetó Elena riendo.

— Sí, acepto ser tu pareja de equipo — solté en un suspiro.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora