2. De camino al laburo

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Desde el día que nació Yésica sus viejos se rompen el lomo laburando. 

Ella, su hermana mayor, es inteligente así que estudia. Él es burro así que trabaja. Bah, no es burro. Pero tampoco le gusta estudiar.

Sus viejos nunca lo obligaron a trabajar. Pero él los ve llegar cansados, morderse los labios leyendo las cuentas, a sus hermanitos con las zapatillas viejas y le da noséqué. Siempre le dio nosequé.

Su primer trabajo como tal, con quince años, fue en una parrilla. El primer día rompió un vaso, al tercero se olvidó la canilla prendida (un charco en la cocina) y al sexto se peleó con uno de los meseros. Aparte siempre llegaba tarde.

Chau. Parrilla, restaurante: nunca más.

Ahora, a sus diecisiete, está con un albañil que trabaja mayormente en barrios privados y lo llama cada vez que engancha algún laburo grande. Ahí lo tiene de mula, yendo y viniendo con baldes llenos de hormigón, preparando material, cargando bolsas de cemento. (Encima el tipo es salteño y no se le entiende un carajo).

En fin, una mañana se levanta tarde; se acuerda que no tiene auto y su viejo se llevó el Fiat, así que omite el desayuno y se va a esperar el colectivo. 

Pero el 260 es una cagada. Sergio imagina que deben tener dos colectivos en la línea; uno de ida, y otro de vuelta, porque el hijo de puta pasa cada tres horas y sólo cuando no se lo necesita.

Se resigna y se va caminando. Está apurado y los atajos que toma lo obligan a caminar debajo del sol de verano directo en la cabeza. Siente que en cualquier momento se va a insolar y empieza a tener hambre. Por lo rápido que camina el corazón le late fuerte y tiene sed, pero se olvidó la botella de agua en la mesada. Escucha sus propios pasos resonar en sus oídos, que están tapados, y nada más.

—Disculpá —alguien trota hacia él desde atrás y le agarra el hombro; se caga hasta las patas porque piensa que es un chorro. Como trata de ir para adelante y el otro lo está agarrando, pierde el equilibrio y se va para atrás.

El tipo lo ataja y entonces se topa con su cara: está entre los brazos del mecánico. Le pregunta "¿Estás bien?" con voz amable, y Sergio piensa que es el momento más gay de toda su vida.

Lo empuja un poco para separarse y se sienta en la vereda porque siente que se desmaya.

—¡Ay, mamita! Ay. Casi me da un infarto —dice con una mano en el corazón, que le late como un motor V8 a máxima velocidad.

—¡Perdón, perdón! No pensé que te ibas a asustar así...

Suena arrepentido, pero se está riendo y el Kun, con la cara toda roja, lo mira mal.

—¿Cómo me vas a venir por atrás así? Te falla, pelotudo.

El chico se acuclilla junto a él y saca una botella de Coca-Cola de la mochila que lleva a la espalda.

𝐄𝐋 𝐎𝐑𝐆𝐔𝐋𝐋𝐎 𝐃𝐄 𝐌𝐈 𝐕𝐈𝐄𝐉𝐎Where stories live. Discover now