Capítulo 14

55 11 2
                                    

Había dejado de conversar con René. El incidente del gas cloro lo había transformado en casi un fantasma. Lo espiaba en mis días libres y siempre se encontraba leyendo, ya sea las cartas censuradas de Yvonne o los periódicos alemanes que había saqueado de los soldados enemigos. Solía mostrarles a todos cómo los prusianos no ocultaban la verdad a sus ciudadanos, ya que las columnas del periódico se mantenían intactas. Fue así como supimos que Verdún era un infierno y que cuando creíamos que al empezar la batalla estábamos ganando, habíamos perdido el fuerte Douaumont y el frente de Fleury no había dejado de cambiar de bando. Vi una cercanía aterradora de la ofensiva con nuestro frente, que a pesar de que medía tan sólo cuatro kilómetros, parecía que vivíamos los mismos horrores. Los muertos, gas, la artillería, los objetos perdidos: mi identidad estaba desapareciendo y no sabía cómo recuperarla.

Me costaba seguir el ritmo de los días como a casi todos. Estábamos a finales de abril, eso era seguro. Me había concentrado en descubrir el misterio del ataque de gas. Interrogué a todos los guardias nocturnos y patrulleros, pero se encontraban al borde del desmayo. Desde el ataque no habíamos comido en cerca de cinco días. Todas los bastimentos habían sido enviados a Verdún y habíamos tenido que racionar. ¿Fue así como los alemanes lograron volver a sus líneas, por nuestra incompetencia? No sabía si esa era la respuesta: tal vez el viento había soplado con tanta fuerza que el gas había viajado desde sus propias líneas. Lo cierto era que habíamos encontrado cuerpos de nuestros camaradas en las líneas alemanas. Era un misterio y creía que encontrar al culpable limpiaría mi consciencia, pero las variables eran tantas que consideraba imposible señalar a una sola persona. Los otros capitanes, los guardias, nuestros puestos de observación, la fotografía aérea, nuestro comandante e incluso yo: todos éramos culpables. Esas muertes estarían conmigo para siempre, ¿pero por qué me sentía así después de tanto tiempo? ¿Era porque había perdido a mi familia?

Meditaba sobre esos temas mientras atisbaba al comandante. Cada vez bebía más y más, como si estuviera en otro mundo, uno en donde sus acciones parecían carecer de consecuencias. Recordaba cómo me había dicho que me merecía mi puesto de capitán y mi medalla. Creí que mis acciones tenían mérito propio, pero cuando leía los periódicos que resaltaban las proezas de otros cientos como yo, me daba cuenta de que el reconocimiento que tanto había buscado era uno vacío. El sistema me había traicionado, prometiéndome gloria y honor, un lugar para ser recordado, pero si las medallas eran reemplazables y las victorias se olvidaban, ¿para qué debía seguir buscando su aprobación? Lo único que me importaba era proteger a mis soldados. Eran todo lo que tenía y viceversa. Solo yo podía protegerlos y asegurar su bienestar. Por eso luchaba, por eso tenía razón: nuestros muertos, al final del día, estaban manchados de culpa alemana.

Mis enseñanzas a los novatos que se enlistaban cada dos semanas estaban cargadas de cientos de datos que debían memorizar. Ya no bromeaba con ellos ni les compartía mis cigarrillos: solo quería que vivieran un día a la vez y que pudieran ver a sus familias. A veces pensaba lo mismo para mí, pero al final del día, sabía que volver sería mi suicidio. Me sentía bien aquí, o eso era lo que intentaba creer. Ver las sonrisas de mis camaradas me llenaba de alegría y ser incapaz de amainar su pésame me hacía sentir inútil. Empeoré cuando nos anunciaron que atacaríamos muy pronto a los alemanes, los cuales habían recuperado sus posiciones y, al parecer, se habían reabastecido. Me encontraba nervioso porque había dejado de sentirme como un capitán desde hacía semanas. Tenía que hablar con René antes de la batalla por más molesto que se encontrara conmigo.

El siete de abril me encontré con él contemplando un cerezo. La primavera había empezado hacía poco y llovería pronto. Me preocupaba que el campo estuviera todavía más enfangado que de costumbre, pero a René no parecía importarle esa posibilidad: estaba ensimismado en las cerezas rojizas. Me acerqué a él sin saber cómo empezar la conversación, pero se dio cuenta de mi presencia y habló primero.

La guerra que nos pondrá finWhere stories live. Discover now