Capítulo 28

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Contacté con mi profesor de francés, pero al parecer se había retirado. Entendía por qué: después de la guerra quedaban muy pocos alumnos. Imaginé que, cuando los soldados del frente tuvieran hijos años después, habría clases enteras sin suficientes estudiantes. Aquello me desmotivaba, porque me había acostumbrado a un ambiente repleto de susurros y monólogos. Trataba de recordar sus manías, ocurrencias y lecturas para enseñarle a Frieda sobre la gramática de mi idioma, pero supe que necesitaba emplear técnicas diferentes. Enseñarle a una muda la fonética de mi lengua parecía un desperdicio, y practicar sintaxis con ella sin yo poder hablar sería todo un reto. Me fascinaba pensar en esos detalles: me alejaba de mis heridas, de mi depresión y de mis intentos de suicidio. Regresé lo más pronto posible con Frieda, el veinte de abril, y me la encontré tallando una figura de ella y de Yevgeny. Se veía feliz, absorta en retratar cada arruga y peca de mi amigo.

Dejé que terminara el tallado mientras preparaba los materiales para nuestra primera clase. Había comprado un pizarrón de madera junto con un par de tizas. Lo colgué al lado de los dibujos de Frieda y empecé con palabras básicas de vocabulario. Le enseñé a decir los buenos días, a pedir una comida en un restaurante e incluso el vocabulario básico para una transacción bancaria. Frieda contemplaba mi caligrafía como si se tratara de una pintura y me dijo que le recordaba al Sütterlin. Había visto ese tipo de escritura en muchos soldados alemanes y era la primera vez que aceptaba que mi escritura había sido influenciada por un factor externo. Traducí más palabras del día a día aunque Frieda no podía pronunciarlas. Estaba encantada con las similitudes entre ambos idiomas y no tardó en crear su propio tipo de aprendizaje. Por cada palabra nueva que asimilaba, creaba una tarjeta con una ilustración de la misma. Opinaba que era una idea maravillosa y empezamos a dividirnos la tarea.

Organizaba el vocabulario que Frieda acumulaba según su naturaleza. Cuando quería nombrar a cada flor que veía, pasaba horas recopilando información sobre los tipos de orquídeas, hortensias, lirios y claveles de la aldea. Si Frieda estaba falta de ideas, dividía la mayoría de tarjetas en categorías: las vestimentas de un lado, los muebles de la casa del otro al igual que los números, las comidas y los animales. A Frieda le fascinaba aprender palabras nuevas, pero sin una base gramatical sería incapaz de emplearlas como quería. Creé una rutina para nosotros igual que mi profesor de antaño. Los lunes y martes trabajaríamos con el vocabulario. Tomaría dicciones de ortografía y probaría su memoria visual con las tarjetas. Los jueves y viernes estudiaríamos sintaxis a pesar de que Frieda no mostraba un gran interés en comprender el funcionamiento de la lengua. El sábado y domingo estudiaría literatura y completaría una serie de ejercicios de comprensión lectora y escritura. Como ninguno de nosotros hablaba, propuse que para entrenar su audición fuéramos a caminar por el pueblo a finales de cada jornada por más repugnante que esa idea era para mí. Pareció contenta con mis ideas y al cabo de unos días nos pusimos manos a la obra.

Salía temprano de casa, cerca de las ocho, y pasaba toda la mañana con Frieda hasta las cuatro de la tarde. Los únicos días en donde no la veía eran los miércoles, ya que ambos descansábamos de los estudios. Cada vez que tenía una duda levantaba la mano y me escribía en un francés imperfecto como práctica del idioma. Su memoria era excelente y retenia una cantidad considerable de vocabulario cada semana, entre cerca de cien palabras. Sin embargo, la gramática se le hacía complicada. Sabía que el alemán era conocido por ser una lengua metódica, una en donde su construcción sintáctica seguía un orden en específico. Intenté explicarle que con el francés era diferente, que a diferencia de un puzzle cuyas piezas debían ensamblarse, o de un mapa que debíamos descifrar, nuestras oraciones se construían siguiendo una brújula. La ausencia de una marca clara del nominativo, acusativo, dativo y genitivo también la confundió. Hice una comparación con el latín y de explicarle la organización de los complementos directos e indirectos, el uso de los sustantivos en oraciones nominales y las preposiciones causales o de lugar, pero fue difícil. Me dije que mejoraría en mis enseñanzas o se acostumbraría al manejo del idioma.

La guerra que nos pondrá finWhere stories live. Discover now