Capítulo 19

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Me levanté más temprano de lo usual, casi a las cuatro de la madrugada. Preparé el desayuno para todas las chicas, bebí un poco de leche y comí con un pedazo de pan duro. Salí a las cuatro y media y dejé una nota para todas ellas: estaría en la huelga y si querían acompañarme solo me esperarían en la plaza Jules Ferry. Como la huelga era a las ocho, caminé alrededor de los campos del pueblo, con la promesa de René en mi bolsillo y pensando en mis estudiantes antes de la guerra. Amaba su curiosidad y su pasión por los estudios. Realizaba excursiones en campos como estos, estudiando la vida silvestre o relatando la historia detrás de cada carretera y aldea. Cuando Francisco Fernando fue asesinado, creí que esta guerra sería igual a todas las demás, como lo habían sido la de Crimea o la de los Balcanes, pero entendí que lo que afrontábamos era un suceso que la humanidad nunca había experimentado. Estaba segura de que libros y documentos exhaustivos se escribirían y se narrarían sobre la Gran Guerra. Si no era así, ¿quién sería capaz de recordar los horrores de la violencia?

Di casi tres vueltas enteras de Traissée hasta que regresé alrededor de las siete de la mañana. Me dirigí a la imprenta con la intención de hablar con el sindicalista, pero al entrar, me lo encontré durmiendo en el piso. Se sonrojó y se disculpó por las molestias. Sonreí y le indiqué que era hora de reunir al resto de huelguistas.

Las costureras trabajaban a estas horas, pero las voluntarias no llegaron hasta las ocho. Muchas de ellas habían confeccionado pancartas con las cortinas de sus casas y leña para el invierno. Les aplicamos pintura y escribimos nuestras solicitudes en ellas. Una de las mujeres trajo una para mí y escribí «Que la paz llegue a nosotros». Cuando ya todos estábamos reunidos, partimos rumbo a la plaza a las ocho y media, dando inicio a la huelga.

Era la primera vez que sentía que era parte de una comunidad que luchaba por una causa. Caminábamos por las calles alzando nuestras pancartas y gritando por la libertad y los derechos que nos merecíamos. Las huelguistas de París habían logrado extender el movimiento más allá de la capital. ¿Quién sabía si otras grandes ciudades habían organizado sus propias huelgas? Tal vez Marsella, Toulouse, Burdeos o Estrasburgo tenían sus calles pobladas de mujeres como nosotras. Esta era nuestra guerra, una que necesitaba ser pacífica para alcanzar nuestros objetivos. Tal vez si continuábamos por el mismo camino nuestros hombres regresarían a casa. Seríamos un ejemplo para todos.

Muchas mujeres nos observaban desde la ventana de sus departamentos o de sus casas, ya sea por la curiosidad de descubrir el objetivo de nuestra marcha o por el revuelo que estábamos haciendo. Algunas de ellas bajaron y caminaron con nosotras, animadas a apoyarnos o a enterarse del chisme. Tras unos cuarenta minutos de marcha llegamos a la fábrica y nos detuvimos en la puerta. Estuvimos llamando a nuestros patrones durante una hora, pero nadie contestó. Las mujeres trabajaban, sostenidas del pescuezo y tal vez en peligro. Quise romper las reglas y entrar en la fábrica, pero el sindicalista me detuvo.

—Recuerda lo que pactamos —dijo—. No podrán hacernos daño si no tienen evidencia de una amenaza.

Continuamos la huelga hasta las doce y decidimos descansar a las afueras del complejo hasta el fin de la jornada a las siete. Algunas familias vinieron para ayudarnos y compartieron su almuerzo, pero la mayoría nos observaba con desdén. Nos amenazaban diciendo que estábamos arruinando la economía, que el racionamiento empeoraría o que incluso los hombres en el frente estaban muriendo por nuestra culpa. Eran comentarios hirientes, pero mantuvimos la cabeza en alto. Llegada la noche, cuando todas las chicas salieron, volvimos a exigir nuestros derechos. La mitad de las trabajadoras aprovecharon nuestra presencia para unirse a la huelga, pero el resto partió rumbo a sus casas, temblorosas y cansadas por el infierno que habían sobrevivido. Seguimos en la fábrica hasta las nueve de la noche, donde el grupo se disolvió, listo para reunirse mañana temprano.

La guerra que nos pondrá finWhere stories live. Discover now