Capítulo 31: Un momento de tranquilidad

514 46 44
                                    

No sentía nada, ni calor ni frio, me sentía como si estuviera flotando en la nada. Lo último que recuerdo fue que Douma finalmente había sido derrotado, su cabeza salió volando por los aires y su cuerpo se estaba desintegrando.

Entonces, ¿En dónde estoy? Este lugar es tan oscuro que no podía ver nada, ¿Acaso estaré muerta? Bueno, quizás lo este, pero al menos la amenaza de Douma ya fue erradicada, creo que por fin podré descansar en p...

- No estás muerta, Tsutako.

Esa voz... ¡Esa voz era la de...!

- ¡Kiyoshi san!

Al abrir los ojos lo pude ver de nuevo, él estaba parado frente a mí y su lado estaba su esposa e hija. Los tres se veían relajados y con un semblante tranquilo.

- Yo... Este...

No sabía que decir, ¿Cómo podía iniciar una conversación con él?

- Tsutako.

De repente, fue Kiyoshi quien me llamó.

- ¿Sí?

- Muchas gracias.

- ¿Eh?

No entendía porque Kiyoshi me estaba agradeciendo, si yo no hice nada por él y por su familia.

- No... yo no hice nada.

- Eso no es cierto, no has traído paz.

- Pero...

No pude evitar sentir un nudo en la garganta y podía sentir mis lagrimas salir de mis ojos.

- Pero no pude salvarlos, si... si hubiera sido más rápida ustedes...

- Muchas gracias, señorita Tsutako.

La esposa de Kiyoshi también me había agradecido y me sorprendí ante sus palabras.

- Kiyoshi san me habló de usted y puedo decir que todo lo que me dijo era verdad.

- ¿Qué?

- Eres una mujer muy amable y valiente – Me dice.

- No... yo no soy...

- Protegiste a tu hermano menor de un demonio – La esposa de Kiyoshi me interrumpe – Sacrificaste tu propia felicidad por la de otros.

- Yo...

- Por eso – Ahora Kiyoshi me habla – Ahora debes buscar tu propia felicidad.

- Pero...

En eso, la hija de ambos se había acercado a mí y me tomó de las mejillas con sus pequeñas manos.

- Onee san es muy valiente y bonita, estoy segura de que todo saldrá bien.

- Pequeña...

- Aiko, me llamó Aiko y mi mamá se llama Hiroko.

- Aiko chan, Hiroko san, yo...

- No te sientas triste por nosotros – Me dijo Hiroko – Fuimos felices y ahora queremos que tú también lo seas.

Intenté agachar la cabeza, pero la pequeña Aiko no me lo permitió.

- Onee san, si tu estas triste, yo también lo estaré.

- ¿Aiko chan?

- ¿No puedes ser feliz por mí, Onee san?

Al verla a los ojos y darme cuenta de que estaba por llorar, yo tomé sus manos con las mías y las separé de mis mejillas para mantenerlas entre mis manos, después le sonreí a la pequeña y le dije.

Lluvia tras la sequíaWhere stories live. Discover now