Capítulo XXII

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"La amaba contra toda razón, contra toda promesa, contra toda paz y esperanza y contra la felicidad y el desencanto que pudiera haber en ello"

Charles Dickinson
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26 de abril, 1985

Mierda.

¿Por qué todo cambió tan rápido?

Fue como si con ellas una bomba atómica explotara. Ellos estaban tan acostumbrados a la comodidad, seguridad y paz que les daba su burbuja que olvidaron la realidad. Olvidaron que el mundo estaba jodido.

Todo se fue en picada de golpe, muy de golpe. El día perfecto que Rosé planeó, fracasó penosamente frente a sus ojos y, lo peor, que fue por culpa de dos cercanas a ella. Sintió que, indirecta y directamente, arruinaba todo.

Quizás debió haber elegido otro lugar, otra tienda que fuera igual de buena, pero en la mente de Rosé solo estaba la idea de darle lo mejor a sus amigos y Leanne. Ella quería que se sintieran felices, pero logró todo lo contrario.

Logró que Arti se comenzara a pestañar para ocultar sus lágrimas, que Lynn temblara por la mezcla de emociones y que Leanne se perdiera mirando un punto fijo. Logró que el silencio los invadiera.

La cagó como siempre lo hacía. Sentía tanta vergüenza, se sentía tan humillada y culpable también, tanto que en ese minuto quiso correr de allí para llorar, pero no solo por la mezcla de emociones, sino porque las palabras de Noemi estaban martillando en su cabeza. De alguna forma, Rosé no se podía sacar de la cabeza las palabras hirientes que la chica dijo y como la nombró por querer ir con Leanne.

—Necesito salir a fumar —Lynn rompió el silencio y, prácticamente, salió corriendo a la salida.

Rosé la miró salir, tomar un cigarro, encenderlo y darle una profunda calada. Ella no sabía que Lynn fumaba y se dio cuenta de que no sabía muchas cosas de la chica... ¿ella realmente podía llamarse a sí misma su amiga? Dios, apestaba para eso. Con razón jamás tuvo amigos reales.

Ahora encontraba la razón por la cual siempre se alejaban de ella. Era su culpa no tener amigos, todo siempre era su culpa.

—Iré a verla, quédense aquí —Arti murmuró, haciendo sentir peor a Rosé, pero antes de levantarse tomó la mano temblante de la chica y le sonrió—. No es tu culpa, nada lo es, así que tranquila.

El nudo en la garganta de Rosé se cerró más. Se suponía que esas palabras de consuelo debían darle ánimo, pero no sentía aquello como algo bueno. La verdad es que, en ese momento, Rosé estaba sintiendo tanto que nada lograba calmarla. Nada lograba sacar de su cabeza los pensamientos hirientes que la atacaban.

El ruido en Cherry's cesó a los minutos, ya nadie hablaba o comía, de un momento para otro ya no quedaba nadie en la fuente de soda, solo ellas dos. Solo Rosé, Leanne y un ensordecedor silencio, y eso no era normal cuando estaban juntas. Todo podía suceder, pero jamás existía un atisbo de silencio incomodo y tenso.

¿Qué le podía decir a Leanne? ¿Cómo podía disculparse con ella por lo que Noemi dijo? ¿Por como la acusó, humilló y rebajó? Lo odiaba, odiaba recordar como fue tratada y que ella no hizo nada para detenerlas, pero no fue porque Rosé no quiso, simplemente se quedó paralizada al ser apuntada con el dedo como si el haber invitado a Leanne fuera un pecado.

¿Por qué estaba mal? ¿Por qué estaba mal que ella quisiera invitar a la única persona con la que se sentía feliz, llena, plena y en paz? ¡No tenía sentido alguno! Para Rosé, Leanne era tanto... tanto que no podría explicarlo en palabras.

Ladeó la cabeza sutilmente, analizó el perfil de la castaña y solo pudo llegar a una conclusión: Leanne era poesía a los ojos de Rosé. Leanne era la definición viva de prosa, verso y rima. Leanne era la perfección que solo un balada te entregaba.

Juventud En Primavera Where stories live. Discover now