Capítulo 2. La inquietud de Max

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La tormenta de nieve empezó justo cuando revelé mi verdadera identidad a otro humano

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La tormenta de nieve empezó justo cuando revelé mi verdadera identidad a otro humano. Max quedó congelado y alcé mi cara para seguir con la lucha de miradas. El tipo tenía agallas para seguir de pie sin haberse orinado del miedo.

Creo que Max se estaba convirtiendo en mi humano varón favorito.

— ¿Vampiro? Eres un monstruo tal cual como tus hermanos.

—Es una historia larga y no me detendré a contarte el cuento de hadas del que provengo —ironicé con los ojos en blanco y alcé una mano hacia la oscuridad del bosque—. Si me disculpas, iré a cazar antes de que termine por hincar mis colmillos en tu carne y matarte.

Desaparecí antes de escuchar otro pero más.

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El piso temblaba con ligereza y algunas capas de nieve caían en las frondosas ramas de los pinos. Martillo resurgió de la oscuridad y chasqueé mis dedos para transformarlo en su forma humana y comunicarme con él.

Una figura musculosa y casi de mi altura llegó; su piel marrón brillaba en la oscuridad y sus ojos rojos se encontraron conmigo antes de hacer una genuflexión.

—Amo.

— ¿Qué tienes para mí?

Si una cosa que había incrustado Maddy eso mí era la vulnerabilidad de perderla. De la mano humanoide a Martillo dejó caer en la mía las argollas que representaban nuestra unión en matrimonio.

La tierra no tardaría en temblar, las montañas se partirían en dos y las avalanchas terminaría por hundir los pueblos más cercanos.

—Me temo que no son buenas noticias mi señor.

Arrugué la nariz del enfado y apreté las joyas de mi esposa que había sido arrebatadas de su lugar.

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Al pisar el terreno del improvisado campamento me encontré con las tres figuras de sangre cálida. Por fortuna de ellos ya había saciado mi apetito, por el momento.

Lo único que tenía en mi mente era ingresar a Valfart lo antes posible. Warren estaba cometiendo un crimen atroz e iba a pagar por eso.

Nora se levantó de golpe y me encaró. Su osadía me irritaba como si el maldito sol me estuviese consumiendo hasta convertirme en cenizas.

—Ahora nos dirás todo, habla, Gastón.

No suelo succionar aire para llenar mis pulmones—que dejaron de funcionar hace años—, pero en esta ocasión lo hice porque era parte de mis estrategias para guardar la calma cuando me sentía fuera de control. Eso provocaba las devastaciones y caídas de miles de pueblos.

2° El amo de la destrucciónWhere stories live. Discover now