Capítulo 24. Apodos

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Tenía un mal presentimiento que no me dejaba en paz, me sentía muy inquieta y después de estar tan desconectada de todo durante tanto tiempo, no sabía qué me esperaba

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Tenía un mal presentimiento que no me dejaba en paz, me sentía muy inquieta y después de estar tan desconectada de todo durante tanto tiempo, no sabía qué me esperaba.

Las gárgolas volvieron, esos increíbles y fantásticos guardianes de Valfart eran una cosa maravillosa. Gastón pese a que no demostraba afecto o alguna consideración por ellas, sabía que en el fondo eran importantes para él, procuraba que descansaran y que volvieran a su estado de piedra sanos y salvos. Las resguardó en el jet que nos esperaba para regresar a Estados Unidos y por el momento íbamos en carrera rumbo a Berlín.

Llevaba ropa más cómoda y abrigadora e hicimos una parada para que yo pudiera desayunar, pero solo picaba mi baguette en pequeños trocitos porque lo único que quería era ver a mis amigas y a Max, sobre todo a Max. Sé que mi hermano debió pasar semanas llenas de preocupación por no poder hacer nada al respecto y poner toda su fe en un vampiro que podría resultar todo un traidor.

Le di un sorbo a mi café y lo dejé entre mis piernas. La mano de Gastón cubrió mi pierna para presionar ligeramente, el calor de mi bebida y el frío de su mano se combinaron para formar una sensación que alborotaba mi sistema. Tragué saliva con fuerza y volteé a verlo.

—Ya falta poco.

Asentí, mirando el hermoso paisaje invernal de las carreteras de Alemania.

—Solo quiero regresar a casa.

—Ya casi, querida.

Un escalofrío terrorífico me recorrió todo el cuerpo.

—Gastón, no quiero que vuelvas a decirme querida —esa última palabra la dije con todo el repudio del mundo—. Busca otra.

No replicó y asintió.

—Entonces —me miró y me dedicó una pequeña sonrisa—, ¿Cuál te gustaría a ti?

Abrí mi boca de la impresión.

—Eso tiene que salir de ti, no tengo que imponerte nada. Aunque pensándolo bien ya lo hago al decirte que no me digas querida —parpadeé y sacudí mi mano en el aire como si hubiera moscas molestándome—, pero esto es diferente.

—Maddy —ese bajo tono de advertencia me rebobinó para concentrarme en la plática.

Repiqueteé mi pierna con mis dedos mientras pensaba.

—¿Qué tal nena?

El ceño fruncido de Gastón se acentuó.

—¿Nena? —repitió con un gesto de inquietud e inseguridad.

—Sí, suena bien con tu voz, misterioso y sexi.

Gastón seguía muy pensativo.

—Yo pensaba en cielo o... —volteó a verme con una expresión más gentil—, mi amor.

El corazón se me apachurró de manera automática.

—Gastón eres un vejestorio cursi y me encanta.

2° El amo de la destrucciónWhere stories live. Discover now