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Qué pesadita es mi jefa.

Sinceramente, al final tendré que pensar lo mismo que media empresa: que ella y Bang Chan, el guapo de mi compañero, tienen un lío. Pero no. No quiero ser mal pensado y entrar en la misma ruleta en la que todos mis compañeros han entrado. El cuchicheo.

Desde enero trabajo para la empresa HYBE, una compañía de fármacos chinos. Soy el secretario de la jefa de las delegaciones y, aunque mi trabajo me gusta, me siento explotado muy a menudo. Vamos... que sólo le falta a mi jefa atarme a la silla y echarme un pedazo de pan para comer.

Cuando por fin termino el montón de trabajo que mi querida jefa me ha ordenado tener listo para el día siguiente, dejo los informes sobre su mesa y regreso a la mía. Tomo el bolso y me voy sin mirar atrás. Necesito salir de la oficina o acabaré saliendo en las noticias como el asesino en serie de jefas que se creen el ombligo del mundo.

Son las once y veinte de la noche... ¡Vaya hora!

En la calle llueve a mares. ¡Perfecto! Aguacero de verano. Llego hasta la puerta y, tras echarle valor al asunto, corro hacia el parking donde me espera mi amado León. Entro en el garaje como una sopa y, tras darle al botón del mando, Leoncito pestañea sus luces dándome la bienvenida. ¡Es más lindo...!

Rápidamente me meto en él. No soy miedoso, pero no me gustan los parkings y menos aún si son tan solitarios como éste a estas horas. Inconscientemente, comienzo a recordar películas de terror en las que el chico camina por uno de ellos y un desalmado vestido de negro aparece y lo acuchilla hasta morir. ¡Joder, qué mal rato!

En cuanto estoy dentro del coche, cierro los pestillos, abro el bolso, saco un pañuelo de papel y me seco la cara. ¡Estoy empapado! Pero justo cuando voy a meter las llaves en el contacto... ¡zas!, se me caen. Maldigo a oscuras y me agacho para buscarlas.

Toco el suelo con la mano. A la derecha no están. A la izquierda tampoco. Vaya... encuentro el paquete de chicles que busqué hace días. ¡Bien! Sigo toqueteando el suelo del coche y por fin las encuentro. Entonces oigo unas risas cercanas y miro a mi alrededor con cuidado para que no me vean.

¡Oh, Dios mío!

Entre risas y coqueteo veo acercarse a mi jefa y a Bang Chan. Parecen divertidos. Eso me pone de mal genio. Yo trabajando como mula hasta las once y pico y ellos, de parranda.

¡Qué injusticia! De pronto, mi jefa y Bang Chan se apoyan en la columna de al lado y se besan.

¡Vaya tela...!

¡No me lo puedo creer!

Semi agachado en el interior de mi automóvil para que no me vean, contengo la respiración. Por favor... ¡por favor! Si se dan cuenta de que estoy ahí, me muero de la vergüenza. Y no. No quiero que eso ocurra. De repente, mi jefa suelta el bolso y sin ningún miramiento toca con decisión la entrepierna de Bang Chan. ¡¡¡Le está tocando el paquete!!!

¡Por todos los santos! Pero ¿qué estoy viendo?

¡Dios! Ahora es Bang Chan quien le mete mano a ella por debajo de la falda. Se la sube, la empuja hacia arriba contra la columna y se comienza a restregar contra ella.

¡¡Qué fuerte!!

¡Ay, madre! ¿Qué hago?

Quiero marcharme. No quiero ver lo que hacen pero tampoco puedo salir de allí. Si arranco el coche, sabrán que los he pillado. Así que, agazapado y sin moverme, no puedo dejar de mirar lo que hacen. Entonces, Bang Chan vuelve a apoyarla en el suelo y la obliga a dar la vuelta. La coloca sobre el capó del coche y le baja las bragas, primero con la boca y luego con las manos. ¡Joder, le estoy viendo el culo a mi jefa! ¡Qué horror! Y en aquel momento escucho a Bang Chan preguntarle:

—Dime, ¿qué quieres que te haga?

Mi jefa, como una gata en celo, murmura entregada por completo a la causa.

—Lo que quieras... lo que tú quieras.

¡Qué fuerte, por Dios, qué fuerte! Y yo en primera fila. Sólo me faltan las palomitas.

Bang Chan vuelve a empujarla sobre el capó. Le abre las piernas y mete la boca en el sexo de ella. ¡Ay, madre! Pero ¿de qué estoy siendo testigo? Mi jefa, doña Tiquismiquis, suelta un gemido y yo me tapo los ojos. Pero la curiosidad, el morbo o como se llame me puede y me los destapo de nuevo. Sin pestañear veo cómo él, tras relamerse, se separa unos centímetros de ella y le mete un dedo, luego dos y, levantándose, la agarra de su cabello oscuro y tira de él mientras mueve sus dedos a un ritmo que, para qué negarlo, haría suspirar a cualquiera.

—¡Síiiiiiiiiiiiii!—escucho gemir a mi jefa. Respiro con dificultad.

Me va a dar algo.

¡Qué calor!

Me guste o no, ver aquello me está poniendo frenético, y no precisamente por estar de los nervios. Mis relaciones sexuales son normalitas, tirando a predecibles, así que lo cierto es que ver aquello en vivo y en directo me está excitando.

Bang Chan se baja la bragueta de su pantalón gris. Saca un más que aceptable pene de su interior... ¡Vaya con Bang Chan! Y me quedo sorprendido cuando veo que se lo clava de una sola estacada. ¡Me muero! Pero de placer... Vamos, justo por lo que está jadeando mi jefa.

Mis pezones están duros y, de pronto, me doy cuenta de que me los estoy tocando. Pero ¿cuándo he metido mi mano por el interior de la camisa? Rápidamente saco mi mano de ahí, pero mis pezones y mi dura erección protestan. ¡Ellos quieren más! Pero no. Eso no puede ser. Yo no hago esas cosas. Minutos después, tras varios gemidos y bamboleos, Bang Chan y mi jefa se recomponen. ¡Vaya! ¡Ya han terminado! Se meten en el coche y se marchan. Respiro aliviado.

Cuando por fin vuelvo a quedarme solo en el parking, me incorporo de mi escondite y me siento en el asiento de mi coche. Las manos me tiemblan. Las rodillas también. Y noto que mi respiración está acelerada. Exaltado por lo que acabo de presenciar, cierro los ojos mientras me tranquilizo y pienso cómo sería tener sexo de ese calibre. ¡Caliente!

Diez minutos después, arranco el coche y salgo del parking. Me voy a tomar unas cervezas con mis amigos. Necesito refrescarme y refrescar mi calenturienta... mente.


Deseos Ocultos 1Where stories live. Discover now