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Viernes

Mi desesperación es máxima.

Ni una noticia. Ni una llamada. Nada.

No sé absolutamente nada de él. Y eso me hace entender que efectivamente fui su juguete durante unos días y ahora sólo espero olvidarme yo de él.

Mi jefa es una mierda. Hoy me ha montado un numerito delante de varios compañeros. No la he mandado a la mierda porque hay mucho trabajo, porque si no... ésta se iba a enterar de quién es Park Jimin.

Por la tarde, me llama mi amigo Kai y quedo con el para ir al cine. Vamos a ver la película Tengo ganas de ti y lloro... lloro como un bebé. Es preciosa y triste a la vez. Me siento como Ginebra, una guerrera luchadora e incomprendida, y enamorada hasta los huesos de un hombre que guarda secretos.

A la salida, mis amigos, que nos esperan, se ríen de mí. Ninguno entiende que llore por una película y proponen ir a tomar unos pinchos cerca del rio Cheonggyecheon. Saben que me gustan y eso me alegrará.

Entre pincho y pincho, caen muchas cervezas y por fin consigo sonreír. De allí nos vamos a tomar unas copas y, a las cuatro de la mañana, ¡por fin vuelvo a ser yo! Río, me divierto y bailo como un loco, aunque para eso me he bebido los suministros de ron con Coca-Cola de todo Seúl.

A la mañana siguiente, el zumbido de la puerta me despierta.

Me tapo la cabeza con la almohada, pero el zumbido sigue y sigue... Cabreado, me levanto y descuelgo el telefonillo.

—¿Quién es?

—Hola, tito. Somos papi y yo.

Lo que me faltaba. ¡Mi hermano!

Les abro la puerta con desgana. Comenzar el día con la negatividad de mi hermano me desespera, pero no tengo escapatoria. Mi pequeña sobrina se tira a mis brazos como una bomba nada más al verme y mi hermano, al ver mi estado, pasa sin decir ni mu y rápidamente pone la tele. Busca el canal de los niños y, en cuanto sale Bob Esponja, la pequeña desaparece de nuestro lado. Menudo enganche tiene a esos ridículos dibujos.

Entro en la cocina, como un espíritu.

Me preparo un café y mi hermano me sigue. Su gesto es serio y presiento que va a acribillarme a preguntas. Veo cómo encoge el cuello.

—Lo primero, dame mi copia de las llaves de tu casa ahora mismo.

Con ganas de degollarlo, voy hasta el aparador de la entrada, las saco y se las pongo en la mano en cuanto llego de vuelta a la cocina.

—Lo segundo —prosigue—, eres un mal hermano. Te he llamado cientos de veces durante estos días y no me has devuelto las llamadas. ¿Y si hubiera pasado algo grave?

No contesto. Tiene razón. A veces soy muy despreocupado y esta vez asumo que lo he sido.

—Y lo tercero, ¿qué narices te pasa para que tengas esta pinta tan desastrosa?

—Seokjin, anoche salí de fiesta y me he acostado a las siete de la mañana. Estoy destrozado.

Mi hermano se prepara otro café y se sienta frente a mí.

—Desde luego, la fiesta ha tenido que ser apoteósica. Tu pinta lo dice todo.

—Lo ha sido —murmuro, mientras tomo una aspirina. La necesito.

—¿Fue con el dios griego ese con el que sales?

—No.

Su gesto se descompone y el mío más al pensar en Jungkook.

Deseos Ocultos 1Where stories live. Discover now