02) La narradora y el secundario

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Hay personas que en cada una de sus vidas nacen para ser protagonistas de su propia historia, nacen listas para salvar el mundo mientras todos se inclinan ante sus logros. Otros, en su lugar, están condenados a ser espectadores, aquellos que se sientan en una silla en el fondo y ven múltiples historias pasar, sin que a nadie le importe cuánto se esfuerzan por sobresalir y robar aquel brillante reflector. Al final, jamás lograrán ser lo que tanto anhelan...

En cada una de sus vidas, Adlai había sido la espectadora, viendo los romances y aventuras que los demás vivían.

Con el pasar de sus vidas, en cada una de sus reencarnaciones, esperaba entusiasta que llegara su momento en el que dejaría el papel de espectador y se convertiría en la gran protagonista con la que soñaba ser.

Pero luego de más de trescientas vidas transcurridas, siendo un simple secundario, había decidido forzar su destino a cambiar. Iba a torcer el camino para que sus sueños brillasen con fuerza.

Volver a desdibujar la línea de vida y redirigirla a su gusto.

El largo de su vestido se arrastraba por el camino de tierra, sus zapatos de tacón se enterraban unos centímetros y su rostro demostraba su disgusto, sus ojos castaños brillaban con envidia y en su mano derecha sujetaba con firmeza el mango de un hacha afilada. Las aves se habían callado con su llegada, percibiendo el mal presagio que Adlai era.

En el tronco del pino, el cuerpo inconsciente de un hombre estaba atado con sogas. Su cabeza caída hacia adelante y mechas de cabello negro cubrían sus ojos cerrados. El cuerpo del hombre había recibido múltiples palizas a lo largo del viaje hasta el lado oeste del bosque.

Las comisuras de los labios de Adlai se inclinaron suavemente en una sonrisa mientras se detenía frente a su víctima.

—Que guapo —murmuró para sí misma, soltó el hacha y estiró sus dedos tomando mechas del cabello oscuro con fuerza, tiró y levantó la cabeza del hombre bruscamente—. Es una lástima que vengas siendo el típico héroe durante tus últimas sesenta vidas. Una verdadera lástima —ironizó con molestia.

Con su otra mano tomó el hacha nuevamente. Ramas salieron del árbol deslizándose por el tronco hasta llegar a sostener la cabeza del hombre.

Ella aún se sorprendía por lo bien que le estaban comenzando a salir las cosas y la ayuda que el mundo, al confundirla con lo que no era, le ofrecía.

—Esto te dolería más si estuvieras consciente, tienes suerte que hoy me haya sentido misericordiosa —sonrió sujetando la parte baja del mango y con la mano derecha justo arriba. Hizo un movimiento limpio y cortó el cuello, separando la cabeza del cuerpo. Las ramas vuelven a desaparecer dentro del tronco dejando caer la cabeza a los pies de Adlai manchando las puntas de sus zapatos con un poco de sangre.

Miró la hoja del hacha ensangrentada con un poco de admiración y la limpió con su vestido.

—Que asco —dijo analizando el corte que hizo en el cuello del hombre. Su expresión demostraba lo mucho que estaba disfrutando de la cacería que estaba terminando. Sólo unos más, sólo unos más. Se repetía en su mente para calmar el ritmo acelerado de su corazón.

Una voz tintineante interrumpió sus maravillosos pensamientos. Adlai rodó los ojos y se volteó para prestarle atención a la pelirroja.

—La verdad no sé qué esperabas, es sangre —murmuró Nicole a sus espaldas.

La narradora miraba a Adlai con desinterés. Estaba encadenada con varias cadenas de hierro que lastimaban su piel, su camisa blanca estaba hecha un asco, llena de tierra y polvo, sus pantalones largos embarrados hasta las orillas y con lo que se negaba a admitir que fuera sangre. Nicole sentía que su cuerpo comenzaba a acalambrarse mientras miraba las atrocidades que Adlai cometía. Suspiro, resignada a lo que se había vuelto su vida en los últimos meses.

Cusumbo; pueblo de locos, relatos de otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora