08) El roba sueños

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Robar sueños era fácil. Ir de casa en casa y ver a la gente dormir también. Y a él le encantaba ver a su muñeca favorita despertarse por las pesadillas, amaba ver su ceño fruncido, sus ojos moverse bajo sus párpados, los gritos de horror que sus labios desprendían. Lo mejor de todo, era que él era la causa de todo eso. Al sacarle sus sueños, él le robaba parte de ella y a su oscuridad la acercaba.

—Pequeño lucero, si sigues brillando tanto como una estrella, tendré que llevarte conmigo. Eres demasiado brillosa para tú bien —susurraba mientras acariciaba su cabello, sus manos de sombras recorriendo el cuerpo que sucumbía a los terrores nocturnos...

Tomás, así se había autonombrado durante está última década de oscuridad. Tomás porque él tomaba, él robaba, secuestraba y segaba. Él era el roba sueños que traía pesadillas a la ciudad. Al país. Al mundo.

Su origen era desconocido, ¿Cómo había nacido? Nadie sabía, quizás existía desde el comienzo de los tiempos, quizás tenía las mismas pesadillas que los hombres tenían. Quizás él era simplemente él y seguía los instintos de su naturaleza cruel.

Su corazón de sombras y podredumbre buscaban desesperadamente encontrar un corazón tan brillante como el sol.

Encontrarlo y comerlo. Volverlo suyo, llenarlo de su odio y negrura.

Y Tomás ya tenía una nueva obsesión.

Elena no era la primera muñeca con la que se obsesionaba. Era una más en la larga lista de sueños y corazones brillantes que tanto anhelaba extinguir.

Él solía pararse afuera de su ventana y verla dormir. El hermoso cabello dorado como sus sueños, la piel bien bronceada y besada por el sol, sus pestañas largas, rubias, que descansaban tan apaciblemente sobre sus mejillas, las cuales se llenaban de rubor cuando sus sueños se tornaban acalorados. Cuando una versión suya, más humana, se metía en sus sueños y la hacía gritar de placer. Su hermoso cuerpo cubierto por las sábanas verdes lima, las largas piernas que se movían bajo estás y lo que él más anhelaba, además de sus sueños, eran sus labios y húmedad.

Sobre su cabeza, que descansaba con firmeza sobre la almohada de plumas, unos halos dorados se amontonaban, girando y girando, envueltos con un polvo dorado brillante que caía dulcemente sobre sus pómulos, que al despertar desaparecen sin más, eso, era la esencia de su sueño, que flotaba ahí de forma inocente.

Solo tenía que estirar la mano para poder robarlos y hacerlos suyos, como hacía todas las noches. Pero hoy, él quería más. Él la quería a ella. Moverse sobre ella en esa cama y llevarla consigo a la oscuridad de su hogar. Quería coronarla sobre su trono al hacerla suya contra el material de algodón que lo cubría. Quería escuchar sus gritos.

Ella sería feliz, Elena era la indicada, después de todas las anteriores. Tantas que habían muerto mientras las volvía suyas, adentrando su oscuridad en sus cuerpos para volverlas sus perfectas compañeras.

La muñeca perfecta. Elena resistiría, él estaba completamente seguro.

Abrió la ventana con cuidado de no romperla, la mugre y oscuridad se despegaba de sus dedos. La peste agrietando la madera y dejando el olor del mal en el aire nocturno de San Valentín.

Cuando la abre, su larga silueta se adentra al dormitorio, no le toma muchos pasos llegar hasta los pies de la cama y pararse ahí. Una sonrisa malévola tiró de sus comisuras hacia arriba. Su amado sueño, brillante, dormía tranquilo, no sabía con exactitud con que soñaba pero el olor dulce de su almíbar se mezclaba con la muerte del suyo.

Pequeño lucero que en mi oscuridad naces, déjame tocarte, déjame llenarte —su voz ronca y áspera resonó en todas las paredes haciéndolas vibrar, creando un eco perturbador que hizo que Elena se removió incómoda en las sábanas, sus piernas desnudas quedando a la vista, su bello rostro rompiéndose de dolor.

Cusumbo; pueblo de locos, relatos de otrosWo Geschichten leben. Entdecke jetzt