Capítulo 62: Reencuentro III

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Ludo emprendió paso firme hacia el lugar en donde se ubicaba el segundo reino Avarius, o al menos el que se intentó levantar desde que el anterior cayó en desgracia. La nueva ubicación no tenía una muralla como tal, tan solo algunas empalizadas improvisadas, las cuales eran tan útiles como un trozo de tela cubriendo una puñalada. Aquello no podía considerarse un reino. Cómo mucho podía llegar a considerarse un pueblo, y uno pobre. Los antiguos habitantes, criaturas aladas que surcaban los cielos, ahora vivían arrastrando sus pies por el fango de la ciénaga en la que se ubicaba aquel sitio, casi temerosos de alzar el vuelo. Aquellos eran los pocos incompetentes que no se fueron cuando tuvieron la oportunidad. Todo por mantenerse fieles a un rey que, por tener, ni tenía trono.
Ludo iba con su vestimenta habitual: una armadura hecha con pieles y una capa con capucha, la cual llevaba puesta para no llamar la atención más de lo que ya lo hacía. Sus ropas distaban bastante de las que solía usar tiempo atrás, cuando todo se fue a la mierda. Pese a ello, no faltaban las miradas curiosas de los habitantes, sea porque lo habían reconocido, o sea porque no solían tener visitantes, lo cual no era de extrañar. ¿Qué motivos tendría alguien para ir a un sitio como aquel?
Fue inevitable lanzar una mirada furtiva a aquellos que lo observaban. Cuando se percataban de su reacción, apartaban la vista o fingían estar haciendo otra cosa. No le importaba, no venía por ellos, sino por alguien más. Aun así, no podía ignorar una sensación de culpabilidad que asolaba su conciencia. Pese a que ninguno de los allí presentes hubiese dicho nada, una parte de sí le decía que lo estaban mirando con odio, que cuando lo veían a él veían el recuerdo de aquel día. Un recuerdo que, si bien había sido provocado por el otro, nadie se lo tendría en cuenta a la hora de juzgarlo.
Halló la casa que estaba buscando. Más grande que el resto, pero igual de deplorable. Su hermano le había revelado la ubicación tiempo atrás. Era el único que habría podido hacer semejante estupidez, y también el único de su familia que le era fiel.
Caminó hacia la puerta, pero dos enormes sombras que salieron del tejado se interpusieron en su camino. Ludo habría utilizado sus dagas en un instante, de no ser porque la luz que se filtraba por los árboles fue suficiente para revelar la identidad de la dupla. Su mano, la cual ya se encontraba tocando dos de sus dagas, cayó flácida y se quedó colgando. Sintió como el corazón se le encogía y se le secaba la garganta. Los ojos le comenzaron a picar, y pensó que se echaría a llorar, pero se forzó a no hacerlo. No era el momento, y tampoco podía permitírselo, no después de haberlos abandonado.
Delante de él se encontraban la araña y el águila de los cuales se había hecho amigo tiempo atrás. Sin embargo, ambos estaban algo cambiados. El águila tenía un corte en el ojo derecho. Lo llevaba abierto, pero no era más que una bola blanca cuyo iris se había apagado, y que ahora tenía un tajo que le cruzaba de un lado a otro. La araña, por su parte, había perdido una pata, la penúltima del lado izquierdo si contaba de adelante hacia atrás.
Ambos lo miraron como a un intruso, entonces Ludo se llevó una mano a la capucha, tragó saliva y se reveló. Los miró a ambos a los ojos, y sonrió. Estos se mostraron sorprendidos, y hasta paralizados.
—Hola, muchachos, yo... —no sabía que decir. Los había abandonado y dejado a su suerte en territorio enemigo. Aquellas heridas seguro tendrían algo que ver. De seguro lo odiarían por abandonarlos. Ellos, los cuales siempre se habían mostrado fieles a él, merecían más que lo que recibieron—. Lo siento —se forzó a decir, porque su garganta apenas se lo permitía—. Siento haberlos abandonado. Yo... —no pudo acabar la frase. Ambos se le echaron encima y se pegaron a él como lo haría una cría con su madre. Los dos restregaban sus cabezas contra él, y Ludo sintió una gratitud como nunca antes la había sentido. Apretó los ojos y abrazó a sus amigos. Estos no pudieron evitar fijarse en el muñón que tenía por brazo izquierdo, y cuando lo hicieron, comenzaron a frotar sus cabezas contra este—. Tranquilos, está bien. No es menos de lo que merezco. Además, ustedes también lo han pasado mal, ¿no?
Aquel momento se rompió en un instante cuando escuchó la puerta de la choza abrirse. Los animales lo cubrían. Ludo aprovechó ese momento para secarse los ojos humedecidos, ocultar su muñón bajo la capa y adoptar un porte más serio. Le pidió a sus amigos que se hicieran a un lado, permitiéndole ver a aquel que había llegado. Y allí estaba: un monstruo mayor, con arrugas en la cara y unas bolsas debajo de los ojos que le llegaban por debajo del pico. Expresión gruñona y antipática. Una barba gris descuidada, al igual que el poco cabello que le quedaba, el cual rodeaba a una corona que brillaba menos que una piedra llena de barro. Su vestimenta se limitaba a unos pantalones cortos y cómodos y una bata harapienta. Poco quedaba ya de aquel que otrora fue considerado un gran rey.
—Te habíamos dado por muerto —dijo el monstruo—. Habría sido mejor así.
—Hola, padre. El sentimiento es mutuo.
El viejo arrugó la cara y escupió a un lado.
—¿Qué haces aquí? ¿No tuviste suficiente con arruinar el antiguo reino que ahora también quieres arruinar este?
—No te preocupes, no tengo interés alguno en esta triste parodia a la que llamas reino. He venido a buscar a mi hermano —dijo Ludo con firmeza—. ¿Dónde está Dennis?
—Debes haberte dado un golpe muy fuerte si piensas que voy a dejar que vengas a mis dominios a hacer lo que quieras.
—Puedes estar más que seguro que, de los dos, soy yo el que más ganas tiene de que esta reunión dure lo menos posible, así que haznos un favor a ambos y dile a Dennis que he venido a verlo.
—¿O qué? ¿Me vas a amenazar con tu ejército de semi bestias camaleones invisibles? —pareció decir a modo de burla, aunque por la expresión en su rostro y el tono de su voz no lo parecía—. Hazte tú un favor y vete de aquí. Tus amenazas valen de poco ante mí.
—¿Tenemos visita? —preguntó una voz femenina desde dentro—. ¿Querido?
—No es nadie. Vuelve adentro —dijo su padre, girándose un momento hacia el interior.
Sin embargo, la mujer no le hizo caso, y apareció por uno de los costados del marco de la puerta, clavando los ojos en él.
—¿Ludo? —preguntó ella, sorprendida.
—Hola, madre —dijo en tono impersonal, pero manteniendo la cordialidad.
Esta se mostraba entre consternada y confundida. Cualquier madre se habría alegrado, y puede que la suya no fuera la excepción, pero por la expresión en su cara se podía notar que no sabía qué hacer o qué decir. Como si se debatiese entre la razón y el impulso.
—¿Qué haces aquí? —preguntó al final.
—Nada, ya se iba —dijo su padre.
—Vine para hablar con Dennis —respondió Ludo.
—Oh, claro. —Su madre se apartó un momento y miró hacia el segundo piso—. Dennis —gritó—, baja. Tú hermano Ludo ha venido a verte.
—Ni hablar. No dejaré que entre a esta casa —se quejó su padre.
—Pero, cariño.
—No. —Se giró hacia Ludo y le dirigió una mirada severa—. Tú, largo de aquí. Da media vuelta y aléjate de este sitio. No quiero volver a verte nunca más.
Después de decir eso, dio un portazo que hizo que se levantara algo de polvo de la madera, y provocó que muchos de los presentes se giraran. Ahora sí sabían quién era. Cuando los sorprendía mirando hacia él, ahora ya no solo se hacían los distraídos, sino que dejaban lo que estaban haciendo y se metían en sus casas. Otros tomaban lo más parecido a un arma que tuvieran a mano y miraban hacia él con cautela. Ludo entrecerró los ojos en gesto amenazador, mientras que sus compañeros animales se ubicaban a ambos lados de él, como si reafirmaran su posición, y todos aquellos que mostraron un resquicio de valor imitaron a sus compañeros y se ocultaron en donde pudieron.
Ya de por sí, el ambiente de aquel sitio no le gustó desde el primer momento, pero ahora lo detestaba. No iba a esperar más. Entraría por la fuerza si no había más opción. Alzó la mano y apuntó a la puerta. Iba a utilizar su hechizo, hasta que escuchó los postigos de la ventana de arriba abrirse de golpe. Una figura salió de ahí como un animal encerrado.
—Vuelve aquí —escuchó a su padre gritar desde adentro.
La sombra se alzó al vuelo y subió por encima del techo de casa. Luego se giró hacia Ludo y bajó en picado. Ludo sonrió.
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Un desagradable reencuentro familiar para nuestro monstruo favorito. ¿Cómo acabará de desarrollarse este encuentro? Síganme para comprobarlo.
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Jarco - Un amor malditoWhere stories live. Discover now