XXII

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Su Majestad se había vuelto loco. O sea, era normal que los Sultanes tuvieran a un doncel a su lado para servirle de concubina o guardia, pero nunca se había oído que un Sultán se llevara a su doncel favorito a la guerra.

Bajo el título de tesorero militar II, Lan Xichen había cargado con Meng Yao al campamento militar. No es que Meng Yao no pudiera luchar, era fuerte y había entrenado varias veces con Su Majestad, pero el hecho de que hubiera un doncel del harén en el ejército era una ofensa a la masculinidad.

Los soldados eran verdaderos hombres de los pies a la cabeza, o eso pensaban, y despreciaban a los chicos que podían dar a luz como si fueran una aberración a la naturaleza. Sus mentes estaban entrenadas para afirmar que el lugar de los donceles era junto a las mujeres, cuidando niños y haciendo las labores del hogar.

¿Pero era acaso el amor de Lan Xichen más grande que cualquier construcción social? El joven Sultán consideraba a Meng Yao el ejemplo perfecto para demostrar que los donceles como él podían romper los estereotipos del momento. Si bien, algo que caracterizaba a Lan Xichen era que estaba rompiendo más reglas que las que otro gobernante se hubiera atrevido.

Meng Yao abrió la cortina de uno de los carruajes donde se almacenaba el oro y las monedas del ejército. Él era el encargado de hacer el inventario y distribución de la materia prima, era un gran peso en sus manos y temía fallar, pues parte de su trabajo podía decidir el rumbo de la guerra.

Durante el largo recorrido se mantuvo haciendo planes y organizando las cuentas. Debía repartir sabiamente el dinero para los gastos de armamento, vestido y comida de los soldados, guardar un poco para imprevistos y reservar para la comida de los caballos y animales de carga. No podía gastar demasiado en comida, pero tampoco podía ahorrar tanto al grado de que los soldados no tuvieran suficiente energía para luchar.

Un freno repentino estremeció a Meng Yao, asomó la cabeza por la puerta del carruaje y la mano de Lan Xichen lo invitó a bajar de él. Con hoyuelos y brillantes ojos ilumi­nados por el atardecer, Yao tomó la mano de su amante y bajó del carruaje. El Sultán lo admiró unos segundos, vio a su joven amor mirar hacia todas partes para grabar el hermoso paisaje desconocido. Lan Xichen no lo resistió más y se acercó a él para tomarlo de la cintura y aspirar el olor a narcisos del cabello de Meng Yao.

—¿Qué-qué hace Su Majestad?— replicó Meng Yao al sentir el peso del cuerpo de Lan Xichen sobre su espalda —Los soldados lo pueden ver

—Shhh, sólo quiero abrazarte unos minutos... y aspirar tu aroma lo necesario para no extrañarte el resto del camino

Meng Yao bajó la mirada con una sonrisa tímida. Inclinó su cabeza y Lan Xichen depositó un beso en su cuello. Después de un abrazo más fuerte y un beso en la cabeza de su pequeño doncel, Lan Xichen lo soltó y le mostró el camino hacia el área de abastecimiento de agua, donde muchos de los soldados llenaban sus cantimploras.

Ahí se separaron y actuaron como completos desconocidos. Meng Yao se formó en la fila con los soldados y Lan Xichen se dirigió a la punta de la caravana para hablar con los Visires y Pashas.

El castaño admiraba con asombro los alrededores pues era la primera vez que salía del palacio desde que había sido vendido a él. Además, en sus múltiples viajes sólo había visto la parte norte de la región, ahora iban hacia el sur y, tanto la vegetación como el clima, cambiaban poco a poco. Pasar un poco más de un año entre las mismas murallas lo hacían comportarse como un niño inquieto que quiere descubrir la verdad del universo.

La ropa también era muy cómoda. Agradecía usar pantalones más gruesos y una túnica externa más corta, así ya no se tenía que preocupar por los metros de tela que arrastraban por el suelo en esas faldas circulares con fruncidos que usaba como doncel del harén. Las botas eran fascinantes y sentía que podía correr y saltar por donde quisiese. Miró hacia un árbol mientras iba en la fila para la fuente de agua. El follaje se movía suavemente con las débiles corrientes de viento y se imaginó escalándolo. Cuando aún era un jovencito libre disfrutaba de trepar árboles frutales para comerlos mientras miraba desde las alturas.

Oh! my SultanWhere stories live. Discover now