XXVI

235 21 12
                                    


El primer mes del pequeño Jingyi se fue en un abrir y cerrar de ojos. Pasada una semana después de su nacimiento, Lan Xichen se lo llevó junto a Yao al castillo de Rodas. Según Xichen sería más adecuado para ellos pasar la cuarentena en un entorno más limpio y cómodo que una tienda militar. Por ello, en cuanto la mayor parte de los escombros fueron levantados y los pasillos barridos, Meng Yao y el bebé se asentaron en una de las habitaciones del controversial castillo. Y para demostrar bondad, Lan Xichen contrató a las sirvientas que no dejaron el castillo para atender a su familia, claro, bajo amenaza de cortarles la cabeza si algo les sucedía a sus tesoros.

Las damas del castillo aceptaron el trabajo, sin embargo, no estuvieron muy conformes al ver que atenderían a un doncel. Dado que en los reinos latinos no son bien vistos, los donceles son desplazados como esclavos e incluso trabajadores sexuales en los barrios rojos, por lo tanto, ver que uno es atendido como rey era de locos. Pero ni modo, el Sultán era el sultán y Meng Yao su adorada concubina.

Lan Wangji también estaba encantado con su pequeño sobrino. Frecuentemente iba a visitar a Meng Yao para tener unos minutos cargando a Jingyi. Cuando Mao nació no pudo conocerlo de bebé porque estaban en diferentes provincias, por lo que ahora con Jingyi estaba encantado pues lo pudo disfrutar desde el principio.

—Toma, pequeño A-Jing— dijo Lan Wangji aquella vez que le entregó un pequeño colgante de jade al bebito. —Que te proteja siempre y seas bueno con tus padres

Él estaba feliz porque su hijo tendría un lindo amigo con quien jugar. Debido a que nacieron casi simultáneos era seguro que crecerían un buen tiempo juntos y podrían llegar a ser grandes amigos.

—Su Alteza, perdone mi imprudencia, pero ¿ya le ha escrito a Wei Wuxian?— preguntó Meng Yao mientras observaba como el Sehzade movía la cuna de estilo veneciano.

—Sí, espero ya le haya llegado

—Mn... Lo conozco, sé que se volvería un poco loco si algo le pasara a usted. Por favor, no lo abandone, él es muy importante para mí y no me gustaría verlo sufrir

—Nunca lo haré— respondió el Sehzade, observando la sonrisa de media Luna en el pequeño Jingyi. —Yo tampoco lo soportaría— dio una última caricia a la mejilla del bebé y se enderezó. Se paró erguido y con las manos entrelazadas en su espalda, entonces se dirigió hacia Meng Yao. —Eso mismo esperaría de usted... Por favor, no lastime a mi hermano. Usted está en sus ojos, su vida es la vida de él

Las palabras de Lan Wangji inflaron el pecho del castaño. Con ello era obvio que tenía la victoria en sus manos ya que dudaba que Su Alteza le hubiera dicho eso a Wanyin.

—Me esforzaré por hacerlo feliz. No se preocupe, mi prioridad son Su Majestad y su hijo, no pido más— y sonrió, ocultando en el fondo de su corazón que sí quería más. Pero era paciente, planearía todo con tiempo y sería fuerte para soportar el peso de sus acciones.

Lan Wangji dio media vuelta para retirarse después de asentir, sin embargo, recordó algo importante y se volvió hacia Meng Yao.

—Por cierto, una cosa más, joven Meng. En unos días regresaremos a la capital, por mar, espero que no se maree

—Mnn— A-Yao tarareó en su sitio y respondió —No hay problema, tengo experiencia en ese tipo de viajes después de todo— haciendo alusión a sus vastos traslados en el mercado de esclavos.

—Bien. Digo esto porque al regresar, ya no será más un simple concubino. Este acontecimiento es inusual y habrá quienes no puedan soportarlo. Tenga cuidado de los que viven en el harén, sobretodo, cuídese de Wanyin... Lo conozco poco, pero sé que él se deja llevar por la ira fácilmente. Proteja a Jingyi, eso será lo más importante

Oh! my SultanWhere stories live. Discover now