MARATÓN FILOSÓFICO: ROUSSEAU Nacido Libre.

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FILO+SOPHÍA: "FILOSOFÍA PROHIBIDA"⚠️

En 1766, un hombrecillo de ojos oscuros ataviado con un largo abrigo de piel fue a ver una obra al teatro Drury Lane, de Londres. La mayoría de los presentes, incluído el rey, Jorge III, estaban más interesados en este visitante extranjero que en la obra que estaba siendo representada sobre el escenario. Por su parte, a él se le veía incómodo y parecía más preocupado por su perro alsaciano, que había tenido que dejar encerrado en su habitación. No disfrutaba de la atención de la que estaba siendo objeto en el teatro y habría sido mucho más feliz en el campo, solo, buscando flores silvestres.

¿Quién era este tipo? ¿Y por qué todo el mundo lo encontraba tan fascinante?

La respuesta es que se trataba del gran pensador y escritor suizo Jean-Jacques Rousseau (1712–1778). La llegada de toda una sensación literaria y filosófica como Rousseau a la ciudad de Londres (invitado por David Hume), causó la conmoción y las aglomeraciones que hoy en día provocaría una famosa estrella pop.

Para entonces, la Iglesia Católica ya había prohibido varios de sus libros a causa de las ideas religiosas poco convencionales que contenían. Rousseau creía que la verdadera religión surgía del corazón y no necesitaba ceremonias religiosas. Fueron sus ideas políticas, sin embargo, las que levantaron más ampollas. «El hombre nace libre, pero en todas partes se encuentra encadenado», declaró al principio de su libro El contrato social. No es de extrañar que los revolucionarios se aprendieran estas palabras de memoria. Maximilien Robespierre, al igual que muchos de los líderes de la Revolución Francesa, las encontró inspiradoras. Los revolucionarios querían romper las cadenas con las que los ricos sojuzgaban a los pobres. Estos últimos se morían de hambre mientras sus ricos amos disfrutaban de una vida de lujo. Al igual que a Rousseau, a los revolucionarios les enojaba ver cómo se comportaban los ricos mientras los pobres apenas podían comer. Querían auténtica libertad, además de igualdad y fraternidad. Sin embargo, es improbable que Rousseau, muerto una década antes, hubiera aprobado que Robespierre enviara a sus enemigos a la guillotina durante el «reinado del terror». Cortarle la cabeza a tus oponentes estaba más cerca del espíritu de Maquiavelo que del suyo.

Según Rousseau, los seres humanos son buenos por naturaleza. Si nos dejaran solos en un bosque no causaríamos ningún problema. Pero si nos sacan de este estado natural y nos colocan en una ciudad, todo comienza a ir mal. Nos obsesionamos con intentar dominar a otras personas y obtener su atención. Esta forma competitiva de ver la vida tiene efectos psicológicos terribles y la invención del dinero no hace sino empeorar las cosas. La envidia y la avaricia son el resultado de vivir todos juntos en ciudades. En medio de la naturaleza, el «buen salvaje» crecería sano, fuerte y, sobre todo, libre. Rousseau pensaba que la civilización corrompía a los seres humanos. No obstante, era optimista y creía que se podía encontrar otra forma de organizar la sociedad, una que permitiera a los individuos prosperar y realizarse y, al mismo tiempo, que fuera armoniosa, que todo el mundo trabajara en pos de un bien común.

En El contrato social (1762) se propuso encontrar la forma de que la gente pudiera vivir junta bajo las leyes del estado y que al mismo tiempo permitiera a todo el mundo ser tan libre como lo sería si viviera fuera de la sociedad. Parece imposible de conseguir. Y quizá lo es. Si el coste de formar parte de una sociedad es algo parecido a la esclavitud, el precio es demasiado alto. La libertad y las estrictas leyes impuestas por la sociedad no casan bien, puesto que, para prevenir ciertos actos, esas reglas pueden llegar a convertirse en cadenas. Aun así, Rousseau creía que había una salida. Basó su solución en la idea de la Voluntad General.

La Voluntad General es todo aquello que sea mejor para toda la comunidad, para todo el estado. Cuando los seres humanos eligen agruparse para garantizar su protección, se supone que tienen que renunciar a muchas de sus libertades. Esto es lo que pensaban tanto Hobbes como Locke. Es difícil que alguien pueda seguir siendo auténticamente libre y al mismo tiempo viva en una comunidad amplia; tiene que haber leyes para controlar a las personas y algunas restricciones de comportamiento. Sin embargo, Rousseau creía que se podía vivir en un estado siendo libre y, al mismo tiempo, obedeciendo las leyes de ese estado; y que estas ideas de libertad y obediencia no sólo no se oponían sino que se podían compaginar.

Es fácil malinterpretar lo que Rousseau quería decir con Voluntad General. Éste podría ser un ejemplo moderno: si les preguntamos, la mayoría de la gente preferirá no tener que pagar impuestos altos. De hecho, es una promesa habitual de los gobiernos que buscan su reelección: la promesa de aligerar la carga fiscal. Puestos a elegir entre pagar un veinte o un cinco por ciento de sus ganancias, la mayoría preferirá pagar menos. Pero ésa no es la Voluntad General. Lo que todo el mundo dice que quiere cuando se le pregunta es lo que Rousseau llamaba la Voluntad de Todos. La Voluntad General, en cambio, es lo que la gente debería querer, lo que sería bueno para toda la comunidad, no sólo para cada una de las personas desde un punto de vista egoísta. Para delimitar lo que es la Voluntad General, hemos de ignorar el interés personal y centrarnos en el bien de toda la sociedad, el bien común. Si aceptamos que muchos servicios, como el cuidado de las carreteras, necesitan los impuestos para su existencia, es bueno para toda la comunidad que éstos sean suficientemente altos. Si los impuestos son demasiado bajos, toda la sociedad sufrirá las consecuencias. En esto consiste, pues, la Voluntad General, en que los impuestos sean suficientemente altos para proveer un buen nivel de servicios.

Cuando los seres humanos se unen y forman una sociedad, ésta se convierte en una especie de persona. Cada individuo pasa a ser parte de un todo más grande. Rousseau creía que las personas podían seguir siendo realmente libres en sociedad si obedecían leyes conformes a la Voluntad General. Estas leyes las elaboraría un legislador capacitado. El trabajo de éste sería crear un sistema legal que ayudara a los individuos a seguir la Voluntad General en vez de aten- der intereses egoístas a expensas de otros. La verdadera libertad, para Rousseau, es formar parte de un grupo y hacer cosas en aras de esa comunidad. Tus deseos deberían coincidir con aquello que es mejor para todos, y las leyes deberían ayudarte a no actuar de forma egoísta.

Pero, ¿qué sucede si te opones a lo que sería mejor para tu ciudad-estado? Puede que tú, como individuo, no quieras avenirte a la Voluntad General. Rousseau tenía una respuesta, aunque no es la que le gustaría oír a la mayoría de las personas. Es bien conocida –y algo preocupante– su declaración de que si alguien se negara a reconocer que obedecer una ley es en beneficio de la comunidad, a esa persona se la debería «obligar a ser libre». Para Rousseau, por mucho que alguien pensara que está actuando libremente al oponerse a algo que claramente beneficiaría a su sociedad, no sería realmente libre a no ser que acatara y cumpliera la Voluntad General. Sin embargo, ¿cómo se obliga a alguien a ser libre? Si te obligo a leer el resto de este escrito, ya no se trataría de una elección libre. Más bien se diría que obligar a alguien a hacer algo es lo opuesto a dejar que tome una decisión.

Para Rousseau, sin embargo, esto no era ninguna contradicción. La persona que no supiera identificar lo correcto sería más libre si la obligaran a cumplir con la ley. Puesto que en una sociedad todos formamos parte de un grupo más grande, hemos de reconocer que lo que deberíamos hacer es seguir la Voluntad General, no nuestras egoístas decisiones individuales. Desde este punto de vista, sólo cuando seguimos la Voluntad General somos realmente libres, aunque nos obliguen a ello. Eso es lo que pensaba Rousseau, aun- que para muchos pensadores posteriores, entre ellos John Stuart Mill, la libertad debería consistir en la capacidad del individuo para, en la medida lo posible, tomar libremente sus propias decisiones. De hecho, hay algo ligeramente siniestro en el hecho de que Rousseau, alguien que había protestado por las cadenas que llevaba la humanidad, sugiriera que obligar a alguien a hacer algo es otro tipo de libertad.


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