Salvatore Bianco
Llevábamos exactamente una semana sin hablar como antes. Desde que llegó de Luxemburgo Aitana estaba como en otro mundo. No me dejaba siquiera verla desnuda. No se paraba de la cama y cuando lo hacía era para fumar y ella..., ella no fumaba. Le escribía y no recibía respuestas y en las noches procuraba dormirse antes que pudiera preguntarle qué ocurría. Tenía una especie de yogur por vida. Le empresa en pleito legal, Fabrizio tocándome las pelotas y mi madre que había salido del hospital pero apenas sabía cómo se llamaba. Le dieron el alta un lunes en la mañana y para la tarde, ya estaba instalada en la casa en el primer piso con una enfermera encargada de ella las veinticuatro horas. Según los médicos su estado era muy ambiguo. Por el momento no podía hablar, no podía caminar, no podía siquiera moverse sin ayuda pero al menos sabia de alguna forma lo que pasaba a su alrededor.
— Ágatha tiene amnesia, al parecer no recuerda los últimos meses de su vida. Esto es algo temporal pero lo que no sabemos si sea temporal o no es su estado motor y físico.
Mirándola con pesar conteste.
— Pagare lo que sea para que mejore
— No es cuestión de dinero, hay cosas que solo se dejan en manos de Dios. Como médico tenemos un límite.
— Déjenos solos por favor.
El médico salió y no sabía ni cómo acercarme a ella sin llorar de dolor por verla así, toda vendada en la cabeza, ida, siendo ni la mitad de lo que era antes. Aquella no era Ágatha Bianco. Aquella no era la mujer fuerte que me crió. Aquello era solo un remanente vago y pésimo de ella.
— Hey, mamá ¿Me escuchas?
Ella solo me miró y sonrió espaciada.
— Se que estás ahí de alguna forma. Sabes..., quiero decirte algo, más bien prometerte algo.
Ella no me miraba, miraba a la nada y en ocasiones no podía controlar su cabeza y comenzaba a cabecear de vez en cuando.
— No se como hacerle, no se como voy hacer pero volverás hacer la misma de antes. Te vas a curar, te vas a quedar a mi lado, vivirás muchos años porque si no lo haces yo me volveré loco. No tienes idea cómo te necesito. No es justo, esto no es justo.
Ella seguía sin siquiera emitir ningún sonido pero lo poco que podía mover que era sus manos, sus dedos buscaron rozarse con los míos y aunque no recibí ninguna palabra, y sus ojos no hacían contacto con los míos, si que derramaron lágrimas. Apretó fuertemente mis manos y supe que ella estaba ahí, en alguna parte de esa mente en ambigüedad allí aún estaba mi mamá.
— Descansa mamá, vendré en un rato para ver cómo sigues. No dejaré que nadie más te dañe.
Salí de la habitación dejándola con la enfermera y era ya hora de la cena. Lo normal era que Aitana estuviera unos minutos antes que yo pero no, la mesa estaba servida pero ella no estaba en su lugar. La espere un par de minutos y esos minutos se convirtieron en una hora. Llegó al rato en un estado deplorable. Apenas podía sostenerse en pie y al verme puso los ojos en blanco.
— Disculpe la tardanza tuve..., tuve asuntos que atender.
— Estás borracha
— ¿Yo? Pfff para nada, estoy igual de sobria que tú.
— Hasta acá llega la peste a alcohol. ¿Dónde estuviste todo el jodido día?
Casi cayéndose sobre la mesa me miro y no sin antes reírse respondió.
— ¡¡¡Pues si!!! Estoy borrachaaaa y ¿que? Es muy mi problema. Esta soy shoooo. ¿Y sabes que? Voy a tomar hasta que reviente, voy a drogarme hasta que se me acaben las píldoras y si no te gusta pues lárgate. Me importa cinco, ya no me va a controlar nadie ni tú ni nadie me va a decir que hacer. ¿Vale?
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Resilencia
RomanceLa vida para Aitana y Salvatore por un momento les mostró una segunda oportunidad para vivir su relación o al menos eso parecía. Ser la esposa de Salvatore resultó no ser suficiente para enfrentar sus miedos e inseguridades pues bastó con un sólo de...