Capitulo 16: Muriendo por morir

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Salvatore Bianco

En ese instante, en ese segundo la testosterona se elevó al mil por ciento. Contra aquel sofá la hice mía con unas ganas que rebasaban cualquier control. Su desnudez, su piel erizada, su cabello largo que caía hasta sus caderas dejando aún más pronunciada esa feminidad que deslumbraba ante los ojos de cualquiera. Hacerle el amor era placentero, pero más placentero era podernos entender en esos momentos oscuros donde lo romántico toma un descanso y lo rudo, lo hostil e indecoroso toma protagonismo. Me fascinaba el sexo con ella, ese momento en el que solo éramos ella, yo y el placer pero después del orgasmo, después de bajar nuevamente de las estrellas a la realidad, verla con la mirada apagada, con un silencio inminente y una sonrisa casi forzada pretendiendo no preocuparme me desonsoló. Estaba en un lió emocional que no sabía cómo salir del mismo. Me había quedado dormido por un rato y al despertar y no tenerla al lado me hizo buscar rápidamente con la mirada hasta verla sentada en el balcón mirando distraída hacia el jardín. Tenía su mentón apoyado sobre sus rodillas y en una de sus manos un cigarrillo encendido lo cual me resultó alarmante, solo una o dos veces la vi fumar desde que la conozco. No era algo que fuera frecuente y me resultaba chocante verla haciéndolo. Me acerqué a ella con cierto temor a incomodarla, sentándome a su lado me quedé en silencio por un ligero segundo y sin saber exactamente qué decirle comenté.

— Pensé que lo habías dejado

— Yo también lo creí.

— Apágalo

Negó con la cabeza con firmeza

— ¿Prefieres que busque una copa?

— Prefiero que hables, que hablemos a qué te refugies en vicios Aitana.

Dándole una calada al cigarrillo pasando por alto mi petición de recostó en la tumbona sin mirarme fijamente a los ojos. No parecía enojada, más bien se veía distraída, como si un millón de cosas estuvieran en guerra en su mente.

— Alicia fumaba aunque intentaba esconderlo porque si Ryan se enteraba la agarraba a palos. Odiaba el olor, odiaba que fumara delante de él y asociando ese rechazo que él tenía por el cigarrillo me decidí a probarlo. Con eso pretendía que dejara de hostigarme, que dejara de buscarme en el cuarto. Comencé a fumar cuando tenía doce años, pensé que sería la mejor forma de parar con sus abusos pero solo conseguí que lo hiciera más frecuente, con más saña. Creo que toda mi vida se ha visto rodeada de vicios, de golpes. Y aunque suene tonto, han sido los vicios los que han logrado manternerme respirando. Me hacen olvidar, me hacen dejar de sentir, me hacen dejar de sufrir aunque sea por un corto tiempo.

Apreté los dientes y sintiendo algo de culpa y remordimiento por algo que cause aun sin quererlo me recosté a su lado en la otra tumbona.

— ¿Por qué lo haces ahora?

— He estado pensando, pensé mucho aquí por un rato y después de tres cigarrillos y un café creo que estoy más clara y serena que hace unas horas. Si, muy rico todo, follamos, nos hablamos morboso y acabamos sacandonos orgasmos uno al otro pero..., ¿después de eso que sigue? ¿ A parte del sexo que tenemos?¿ Amor? El amor es subjetivo.

— Aitana, se que el embarazo de Renata te afecta, se que para ti la maternidad es algo que deseas pero no es lo único en una relación. Actúas como si solo te hubieses casado con ese fin. El matrimonio va mucho más allá que los hijos.

Aitana asintió con la cabeza y ahora mirándome a los ojos tras dar una última calada al cigarrillo y apagarlo sonrió tenue de una manera que hasta cierto punto me desconcertó. Era como si algo en ella se hubiese resignado y al hacerlo esa parte de ella se enfriara volviéndose dura e insensible.

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