Salvatore Bianco
Traté de no darle importancia, de que no me afectara e incluso intenté entenderla pero al final seguía doliendo igual. No comprendía su actitud, tampoco su distanciamiento; comencé a sentir que mi presencia de cierto modo le molestaba. Su mirada estaba siempre perdida y su mente en blanco. Quería ayudarla, quería saber qué era lo que le ocurría pero solo recibía evasivas o desinterés de su parte. Dormíamos en la misma cama pero a miles de kilómetros de distancia. Yo la deseaba como un loco, necesitaba sentirla cerca como antes pero cada vez parecía más imposible. La habitación estaba a oscuras, ella en el lado derecho de la cama y yo en el izquierdo. Difícilmente se podía ver en aquella oscuridad pero no hacía falta la vista para saber que ella estaba despierta igual que yo y que sollozaba intentando que no me diera cuenta.
— Aitana...—Ella no respondió intentando fingir que dormía pero yo insistí.— Se que no estás dormida. ¿Que tienes?
Ella siguió callada y busqué tocarla pero rápidamente dio un respingo haciendo que mi desesperación por no saber qué le ocurría llegara a mi límite.
— Intento dormir
— Yo intento entender qué te ocurre.
— No me ocurre nada, estoy cansada es todo.
— Llevas días sin mirarme a los ojos, días sin hablarme, crees que no me doy cuenta pero no dejas que te vea desnuda, me evades todo el tiempo, no puedo siquiera tocarte porque rápido te alejas. Trato de entenderte, intento jodidamente de hacerlo pero no lo consigo.
No respondió, siguió callada y eso fue más duro y doloroso que cualquier grosería que haya podido decir. En ese momento no pude evitar sentir aquella inseguridad de hace tanto tiempo atrás y que creía haber superado. Quizá estaba aburrida de mí, tal vez no soy lo que esperaba como esposo, quizá ahora sí la diferencia de edad comenzaba a pesarle y no era capaz de decírmelo.
— ¿Hice algo malo?
— ¿Qué es lo que quieres? ¿Sexo? ¿Es eso? ¿Eso es lo que necesitas para que dejes de fastidiarme? ¡Ya déjame dormir!
Pase de estar preocupado a estar realmente enojado. Su actitud y sobre todo su manera borde y tosca de responder me llevaron a un punto donde por un ligero segundo se me olvidó que era mi esposa y solo quería responderle igual o de peor manera. Me levanté de la cama y cansado de su rechazo conteste.
— ¿Sabes que? Vete a la mierda, ¡me tienes harto!
Azotando la puerta con fuerza salí de la habitación y lo único que necesitaba era respirar, un poco de aire fresco para aclarar mis ideas y no comenzar a inferir cosas que me pondrían a pensar de la peor manera. Salía a tomar algo de aire a la terraza y allí estaba Ágatha recostada en una de las tumbonas con un andador recostado junto a ella y al ver que ya no estaba usando la silla de ruedas dentro de todo me llenaba de felicidad. Comenzaba a dar pasos aunque fueran solo unos cuantos al día pero al menos para mí era un gran paso. Me senté a su lado y buscando no mostrar el enojo que recién Aitana había logrado provocar en mi comenté.
— Es algo tarde, pensé que estabas durmiendo.
— No puedo dormir así que vine aquí a distraerme un poco aunque me tomó una media hora llegar desde mi cuarto hasta acá — respondió jocosa
— Me alegra verte mejor mamá.
— ¿Qué te pasa? — Preguntó seria al verme el rostro
— Nada, porque debe pasarme algo.
— Es tarde, estás aquí.
— Creo que a los dos nos pasa algo — Comenté algo resignado. — Edrian, ¿Cómo está?
Encogiendo los hombros algo nerviosa susurró.
— debe estar bien, supongo.
— ¿Debe? ¿Acaso no se han visto?
— Decidí que era mejor dejarlo, no estaba funcionando y es mejor así.
— ¿Qué? ¿Pero desde cuando? Hace poco estaban bien. Seguramente has sido tú mamá, sigues con tus inseguridades y pensando por los demás.
Negó con la cabeza
— No son inseguridades es solo que pensé mejor las cosas. A veces un poco de realismo te hace replantearte muchas cosas en la vida Salvatore. Aún él está a tiempo de tener familia, una familia que ya no puedo darle. Estoy muriendo y es absurdo comenzar una relación cuando sabes que no va a ninguna parte. Además creo que no está enamorado de mí, más bien siente aprecio. Me salvó de morir y al ver que logró "salvar" de alguna manera a alguien que debería estar muerta confundió sus sentimientos.
— Más bien creo que aquí la confundida eres tú. Tienes una facilidad de decir como veinte estupideces en menos de un minuto. Mamá, eso son suposiciones tuyas como siempre.
— No son suposiciones mías. Primero estaba saliendo con Serena y ahora resulta que todo este tiempo tuvo pareja, en fin, no quiero hablar más de él.
Era obvio que haber terminado la relación la había afectado aunque intentaba ponerse esa careta de mujer fuerte e insensible que le daba igual dejar el hombre que ama por puras suposiciones estúpidas. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y el móvil apagado seguramente para no recibir ninguna llamada de Edrian. No entiendo porque las mujeres se complican tanto la vida, mi madre, luego Aitana e incluso Alicia. Estaba convencido que también mi madre sabía algo sobre el comportamiento de Aitana y cada vez que preguntaba al respecto ella me evadía pero en esa ocasión no estaba dispuesto a recibir evasivas de ningún tipo.
— Si te pregunto algo, ¿me prometes que me respondes con la verdad?
— Qué quieres saber.
— Se que sabes lo que le ocurre a Aitana. No se desde cuando, pero ustedes dos tienen una complicidad que antes no tenían y estoy seguro que sabes más de lo que quieres admitir.
— ¿Que se supone que sepa?
— Me dijiste que me dirías mamá.
Resopló evasiva
— Todo está bien Salvatore, quizá solo esté algo decaída pero nada grave.
— Tu y Aitana me están colmando la paciencia de veras. Es evidente que algo le pasa. Desde que estuve detenido las cosas han cambiado. Ella ya no es la misma, me evade, es fría e incluso grosera en ocasiones. No me deja ni siquiera tocarla, apenas sale de la habitación, quiero saber lo que ocurre por las buenas porque por las malas a ninguna de las dos les va a gustar.
— ¿Me estás amenazando?
— Te estoy advirtiendo mamá. Estoy cansado de que las dos me quieran ver la cara de estúpido en mi propia casa.
Ágatha se quedó callada pero su rostro lo decía todo. Algo dentro de ella quería salir, sabía que ella deseaba sincerarse pero algo terminaba deteniéndola. Después de un incómodo silencio entre los dos ella se volteó a verme y con la mirada algo confundida sin saber exactamente qué decir agarró mis manos y con la voz un tanto temblorosa comentó.
— Lo de ser madre y dar consejos sabes que no se me da para nada. Solo puedo decirte que a veces las respuestas a nuestras preguntas las tenemos enfrente sin darnos cuenta. No soy quien para decirte nada sobre tu esposa, tiene que ser ella quien se abra contigo. Hay muchas cosas pasando, cosas que quizá sean difíciles de comprender, incluso de perdonar tal vez, solo te pido que no importa cuando suceda, no importa cuánto tiempo tarde, si en algún momento tienes que escucharla hazlo, no importa cuán enojado puedas estar, cuanto duela, incluso si sientes que no puedes con tanto recuerda quien es ella y lo que significa en tu vida.
— Me estás asustando mamá. ¿Que tan grave puede ser lo que le suceda como para que no quieras decirme nada?
— Lo suficiente como para acabar no solo con la estabilidad mental de una persona, sino también de las personas que más amas. Dime algo, ¿La amas?
— Esa pregunta es absurda, la amo con la vida.
— ¿Alguna vez te has preguntado si hay algo en esta vida que no pudieras perdonar a la mujer que amas?
La pregunta me vino como balde de agua fría directo al corazón. Nunca había pensado en algo así antes porque tenía la idea de que jamás nos haríamos daño, que no nos faltaríamos porque el amor que sentíamos el uno por el otro impedía que una cosa de esas pasara pero el hacerme la pregunta ciertamente vinieron un par de respuestas a mi cabeza.
— Creo que aún amándola, aunque siempre sea el amor de mi vida, no perdonaría nunca una traición de su parte. Si Aitana llegara a faltarme, a serme infiel, creo que el amor que tengo por ella no se iría, seguiría amándola pero no podría seguir a su lado. La dejaría ir aunque al hacerlo se me vaya la vida con ella. Siento que por eso ella tiene el poder de destruirme en cualquier momento, solo que no tiene idea de a qué magnitud.
— ¿No perdonarías?— Preguntó Ágatha algo pensativa e inquieta
— No, no perdono una traición, ni una infidelidad ni siquiera a Aitana.
Ella no volvió a hablar, de hecho esa noche ninguno de los dos lo hizo, al igual que ninguno de los dos pudimos dormir en toda la noche. Durante toda la madrugada estuve tumbado en el sofá junto a la chimenea dándole vueltas a cómo hacer para acercarme a Aitana sin sentir que rápidamente ella ponía una pared entre los dos. Eran las ocho de la mañana, no era tarde pero tampoco tan temprano y decidí subir a la habitación para ver cómo había amanecido Aitana. Abrí la puerta de la habitación y quedé perplejo al ver el desastre en el que Aitana había dejado la habitación. Había tirado todo, cuadros, lámparas, habían docenas de perfumes rotos en el suelo, el espejo estaba agrietado. Escuché la ducha encendida y preocupado corrí al baño y allí estaba ella centrada en medio de la ducha dejando caer el agua sobre su espalda. Apenas podía ver por tanto vapor y al acercarme a la puerta de la ducha y abrirla palidecí con la temperatura del agua. Estaba hirviendo y su espalda comenzaba a lacerarse con quemaduras las cuales ella recibió sin queja alguna. Baje rápidamente la temperatura del agua y ella no se inmutó en moverse ni decir nada. Estaba ida, en trance. Sus nudillos estaban ensangrentados y todo aquello comenzó a asustarme, pero asustarme de verdad. Me senté a su lado y no me importó su rechazo, la abracé fuertemente sin decirle nada. Solo quería hacerle saber que estaba ahí para ella, quería que ella supiera que no tenía que tener miedo alguno porque ahí estaré a su lado tejiendo alas en su corazón hasta devolverle la esperanza, hasta que volviera a sonreír y sobre todo confiar en mí. Ella dejó caer su cabeza sobre mi pecho para terminar rindiéndose comenzó a llorar desconsoladamente. Nunca la vi llorando con tanto dolor como aquella mañana. Algo en su interior realmente le dolía acojonante y sentí impotencia al no poder ayudarla a aliviar ese dolor.
— Todo está bien, nena. Estoy contigo y siempre lo estaré sin importar nada.
******
Aitana durmió todo el día y yo me dediqué a cuidar su sueño aunque cada vez podía dormir menos sin tener esos extraños episodios de terror donde despertaba de la nada gritando sin motivo aparente. Afortunadamente en la noche estaba un poco más receptiva aunque aún seguía algo ambigua y distante. Lo único que me tranquilizaba era que Salvador era el único motivo que tenía en la caza para hacerla sonreír. Miraba como le daba la mamila y esa imagen era hermosa. De alguna manera lograba transmitir paz y ternura.
— ¿Cómo te sientes?
— Mejor
— Si quieres..., puedo dormir en otra habitación. Entiendo si necesitas tu espacio y...
— No..., más bien te debo una disculpa yo..., no me he sentido bien estos últimos días.
— Sabes que estoy aquí para lo que necesites cariño.
— Lo sé. Ahora que estás aquí en la casa, puedo estar más tranquila. Ya pasó lo peor.
— ¿Puedo preguntarte algo?
Asintió con la cabeza sin mirarme a los ojos.
— ¿Te he lastimado? ¿Te he hecho algo que te incomode?
— No, jamás me has lastimado. ¿Por qué preguntas eso?
Se me hacía difícil responder a la pregunta porque incluso era incómodo para mí. Jamás pensé que llegaría a tener este tipo de conversación con ella y en cierto modo me sacaba de esa zona de confort en la que creía estar.
— Por cómo me miras. Has cambiado conmigo nena. Lo haces con miedo, te cubres para que no te vea y me haces sentir como si te estuvieras protegiendo de mi. No sabes cuando me duele que me mires con miedo porque sería incapaz de lastimarte o dañarte.
Su mirada se suavizó al escucharme y su rostro se tornó algo apenado. Se levantó del sofá con Salvador en brazos y caminando hacia mi se sentó a mi lado esbozando una sonrisa tenue.
— Discúlpame no quise hacerte sentir así cariño. Se que a veces soy difícil de entender pero quiero que sepas que te amo con la vida. Que no hay nada en este mundo que no haga por ti. Vivo por ti y si un día me faltas me muero.
— Dime que te aflige
Sacudiendo la cabeza intentó restarle importancia a eso que tanto le atormentaba.
— He estado teniendo pesadillas con..., con cosas que no quiero recordar ni mencionar. No puedo dormir, no logro pensar en otra cosa y a veces inconsciente te alejo igual que me alejo del mundo pero no porque no te ame, sino porque aunque no lo quieras aceptar estoy rota por dentro.
Levanté su mirada con mis dedos sobre su mentón y mirándola a los ojos fijamente bese sus labios con suavidad y mimo. Esta vez no sentí ese rechazo, no sentí ese miedo, volví a sentir a la Aitana de antes. Sus labios estaban suaves, cálidos y receptivos aunque solo fue por un ligero momento.
— Te amo con locura, pequeña.
— Yo también te amo, no tienes idea de cuánto Salvatore.
Bese su frente y mientras ambos mirábamos a nuestro pequeño no pude evitar preguntarle a Aitana porque no me dieron información de su salud en el hospital siendo su esposo lo cual ella se tornó nerviosa y con voz tartamuda comentó.
— No te preocupes estoy bien.
— Porque me negaste la autorización Aitana.
— No quiero preocuparte es todo.
— Eres mi esposa, todo lo tuyo me importa.
— Mientras estabas detenido, sufrí una caída y me golpeé la cabeza. Me hicieron unos estudios y tuve una contusión cerebral un tanto complicada que desarrolló epilepsia.
— ¿Por qué ocultarme algo así? ¿Caída? ¿Cuándo? Porque no me dijiste nada Aitana.
— Fue algo tonto, no pensé que tendría secuelas. Estoy bien, te lo prometo. Ya estás con nosotros, estás aquí y ya nada te separará de ti y de nuestro hijo; eso es lo único que importa.
Sin decir más se puso en pie y caminó hasta las escaleras para seguido subirlas con Salvador en brazos. No sabía ni entendía porque pero seguía sintiendo que no era sincera del todo. Seguía callando algo que solo ella conocía; no sabía cómo pero costara lo que tuviera que costar descubriría que era eso que tanto guardaba en su interior. Mi amor por ella era inmarcesible, no importaba el tiempo, cuantos demonios tuviera, cuán difícil sea llegar a ella, estaba dispuesto a derribar cada muro, cada fantasma de su pasado. Ya no imaginaba la vida sin ella de ninguna manera.
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Resilencia
RomanceLa vida para Aitana y Salvatore por un momento les mostró una segunda oportunidad para vivir su relación o al menos eso parecía. Ser la esposa de Salvatore resultó no ser suficiente para enfrentar sus miedos e inseguridades pues bastó con un sólo de...