Capitulo 38: Cartas sobre la mesa

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Salvatore Bianco

Había llegado tarde. Justo cuando logré vencer el dolor, cuando por fin me había decidido a escucharla la vida me dio un portazo al corazón. Quería gritar, quería reclamarle, deseaba agarrar a hostias a ese aparecido porque no podía, no soportaba ver como otro hombre besaba a mi mujer. Me quemaba por dentro, no podía soportar aquella sensación. Jamás pensé que me viera atascado en aquella situación y lo más que me jodía era que en parte, yo era el causante. Traía conmigo a salvador en brazos. Quería darle esa paz que se que injustamente le arrebate a Aitana y en ese momento comprendí que precisamente ese era mi papel, el de padre; porque a la mujer creo que ya había comenzado a perderla. El silencio fue incómodo, casi insoportable. Lo único que me pasaba por la cabeza era pedirle a ese fulano que se largara y nos dejara solos pero no, era algo que estaba lejos de estar en mi derecho.

— No pretendía molestar. He venido a traerte a Salvador porque te extraña y te necesita.

El individuo al ver la tensión entre los tres optó por irse y fue en ese entonces cuando sentí la verdadera tensión. Aitana se acercó solo lo suficiente para tomar al bebé en brazos y yo no pude evitar sentir una sensación de emoción y al mismo tiempo de culpa al ver su vientre. Se veía tan hermosa, tan tierna embarazada que no pude evitar esbozar una sonrisa tenue.

— Te ves hermosa embarazada.

— ¿A qué has venido? — Respondió seca

— Necesitamos hablar.

— No tengo nada que hablar contigo. Fuiste muy claro, soy una zorra que te fue infiel con tu hermano. ¿No hay mucho que explicar ahí no?

— Entiendo que estés enojada conmigo pero...

Negó con la cabeza con serenidad.

— No, no estoy molesta. De hecho, ya no siento siquiera tristeza por lo que hiciste. Tus razones tendrás, pero ahora tienes lo que deseas, tu libertad.

Apreté los dientes lleno de frustración porque ella tenía razón. Me comporte como un patán, como un idiota y ahora estaba pagando unas consecuencias que creo que no me daría la vida entera para pagar.

— Sigues siendo mi esposa. Nos debemos una conversación.

Agarrando un sobre que tenía sobre la mesa me lo dio y pidiendo que lo abriera respondió.

— No por mucho tiempo. Aquí está la demanda de divorcio firmada. Cuando quieras puedes ir y someterla. Eso es lo único que tú y yo teníamos pendiente.

Solté los papeles a un lado dándole la menor importancia. Yo solo deseaba verla, contemplar cómo su cuerpo, su rostro, su esencia había cambiado. Era inexplicable la sensación de agrado que sentí al verla llevando un hijo mío en su vientre. Me quedé algo distraído y sin dejar de mirar su pancita comenté.

— Cuando nos casamos..., cuando te convertiste en mi esposa incluso antes de serlo y el miedo a no poder ser madre te inundaba el corazón te dije que algún día me darías un hijo, nunca dudé de eso.

Ella se quedó callada pero en sus ojos se podía ver el deseo de llorar aunque por más que deseaba hacerlo, lo contuvo lo más que pudo hasta que una de esas lágrimas que tanto intentó ocultar cayó por sus mejillas. La secó rápidamente con sus dedos y buscando esconder con sus brazos su vientre respondió áspera.

— ¿A qué has venido? ¿Para que me buscas? No tienes nada que hacer aquí Salvatore.

— Llevas un hijo mío en tu vientre. Tuve que enterarme por mi madre que estás embarazada y por eso estoy aquí. Tengo derecho a cuidar de mis hijos Aitana.

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