Mi encuentro con ella...

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POV....

Cerré el coche con el mando electrónico y levante la vista para vislumbrar por entre los rayos del sol la torre más alta del módulo de máxima seguridad, ergida como una antigua fortificación. Parecía impenetrable y daban escalofríos solo de mirarla.

Respire hondo, sosteniendo mi maletín con fuerza, ya paso ligero crucé el pequeño pasillo acristalado que separaba el garaje de la entrada principal.

A simple vista, la primera imagen de la Prisión de Mujeres de está ciudad nortina era austera, fría, atemorizante y, probablemente, esta era la realidad que se escondía tras aquellos impenetrables muros.

Recordé las palabras de mi padre un segundo antes de cruzar la puerta giratoria que daba a la entrada enrejada. Él creía que yo estaba loca. Lo mismo que pensó mi madre. Lo mismo que dijeron mis amigos. Lo que le pasaba a todo el mundo por la cabeza. No tenía que demostrar nada, dijeron. Podía ejercer mi profesión en cualquier otro lugar más acorde con el tipo de vida que había tenido, con las expectativas que debía haberme hecho conforme estudiaba la carrera.

Ser enfermera del centro de salud de un pueblo o de una ciudad acomodada, donde lo más grave que debía hacer durante mi turno fuera cogerle unos puntos a algún niño travieso que se hubiera hecho daño jugando al fútbol. Sin sobresaltos. Sin estrés. Sin emoción. Sin prestar una ayuda significativa.

No obstante, yo estaba más que decidida. No había estudiado enfermería para quedarme sentado en una silla acolchada del área de urgencias de cualquier hospital. No. Lo había hecho para ayudar a la gente, para sanarla. Para ejercer donde realmente pudiera ser útil y se me necesitara. Por ese motivo me había ofrecido voluntaria para prestar mis servicios médicos en la prisión. Por vocación, y porque nadie más quería hacerlo.

Me retoqué la chaqueta blanca y azul que llevaba a juego con unos vaqueros blancos pitillo y miré por el rabillo del ojo que las botas estaban limpias. Me eché la coleta hacia el lado y anduve los pasos que me separaban de la puerta. No habría vuelta atrás en cuanto la cruzara, y lo hice con convicción.

La pelirroja gendarme de la entrada me cacheó con profesionalidad, sin apenas dirigirme la palabra. Comprobó mi identificación con mirada crítica y, pese a mi temblorosa sonrisa, ella no expresó ningún tipo de emoción.

- Debes ser muy valiente para estar aquí, me dijo, seca - O muy tonta, terminó la frase con sarcasmo.

Ignoré su comentario y la siguió por el pasillo en total mutismo. Los rayos polvorientos de sol, que se colaban por los pequeños ventanucos enrejados, dibujaban sombras fantasmagóricas en el suelo gris y sucio. La encargada metió una llave grande y desgastada en una cerradura y pasó delante de mí, dejándome ver el inicio de un pasillo estrecho compuesto, a ambos lados, por un conjunto de celdas desde las que se oían voces, algún que otro grito y demás sonidos. que poco tenían de agradables. Se me hizo un nudo en el estómago cuando empecé a recorrerlo. De inmediato me llegaron todo tipo de «piropos» e inadecuados que me esforcé por no escuchar. Lo había previsto. Estaba preparado para ello. No en vano, estaba en una prisión femenina colmada de mujeres que llevaban meses, años quizás, sin ver a un hombre o una mujer. Pero yo no era una mujer, recordé qué me había dicho el encargado que me había hecho la entrevista al presentarme para el puesto. Era la enfermera de la prisión, estaría allí para hacer mi trabajo y asistir al médico, nada más. No habría simpatías, trato cercano ni conversaciones con las presas. Mi trabajo era puramente médico, no social. Con tales ideas en la cabeza, yo trataba de concentrarme en proseguir mi camino. La gendarme me repetía incansablemente las normas que ya me habían dejado claras en cada paso dado desde la firma del contrato y hasta ese momento.

La Enigmatica JefaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora