Desaparecerla....

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Al otro diá ...

Me temblaban las manos al fingir un desmesurado interés por ordenar los frascos de jarabe, todos con la etiqueta hacia delante, con las fechas de caducidad bien visibles, poniendo los más perecederos delante y los de duración más prolongada detrás. A ojos de cualquiera, aquella tarea estaba tomando todo mi interés y no había nada fuera de ella que pudiera importarme. No podía ser más falso. Era consciente del tintineo que hacían las llaves de la gendarme al girar dentro de la cerradura de las esposas. Podía sentir su respiración, así como la de la otra mujer que la acompañaba. Notaba el sonido inquieto de un pie que se removía en el suelo con nerviosismo. Y, sobre todo, sentí las airadas palpitaciones de mi corazón, que cabalgaba desesperado golpeándome las paredes del pecho hasta provocarme casi dolor.

- Aquí le dejo a la pajarita, doctora, espetó la voz de la mujer, como siempre quejumbrosa y desagradable

- No sé qué le estará metiendo en sus horas de colaboración de enfermería, pero siga, porque últimamente está de lo más...

Las palabras murieron en su boca al ver la expresión de Lauren que curvó las cejas de una forma que dejaba claro que aquella conversación no era para nada de su agrado. La gendarme tragó saliva ruidosamente y se puso tan tenso, que tiró las llaves al suelo cuando intentó engancharlas de la hebilla de su pantalón de uniforme. Musitó una despedida más para sí misma que para nadie más y emprendió la salida sin dilatación. Nada más cerrarse la puerta y escucharse los pasos de la mujer en dirección contraria, sentí la fuerza de unos brazos potentes que me asían la cintura con determinación. Ahogué un grito y todo mi cuerpo se estremeció cuando tropecé contra el suave y cálido cuerpo de Lauren, que apenas tuvo tiempo de sonreírme antes de estampar su boca contra la mía. Gemí, rendida, y le envolví el cuello con los brazos abriendo la boca y aceptando los embates de su lengua que me recorría entera, de esa forma sedada y experimentada que me hacía arder entera de pasión. La miré a los ojos. Ella sonreía, provocándome unos escalofríos que me recorrieron de la cabeza a los pies. Le besé las comisuras de la boca, el puente de la nariz, la barbilla, las mejillas, e incluso, los parpados, obligándola a cerrar los ojos.

- Hola... hola... -balbuceé tontamente.

- Hola... Lauren se echó a reír y detuvo mi escrutinio, poniendo su suave mano en la nuca para hacerme parar. Me sujetó la cabeza y se volvió a besarme, mientras su duro muslo derecho se abría paso entre mis piernas, haciéndome tambalear sobre los tacones que me había puesto.

Con una risita culpable, me sujeté de sus hombros, intentando encontrar aire para respirar. Ella se entretuvo lamiendome la barbilla.

- Me he arreglado especialmente para ti hoy y ni siquiera te has fijado.

Me abrí despacio la bata, enseñándole el vestido veraniego que había escogido para la ocasión. Me había vestido y perfumado como si fuéramos a tener la tan esperada cita posterior a la gran noche. Poco importaba que aquello que tuviera que quedara en secreto, y desde luego, no tenía el más mínimo inconveniente el hecho de que estuviéramos encerrados en la enfermería de una prisión. Todos esos eran detalles que Lauren y yo habíamos decidido obviar de mutuo acuerdo. Eran pocos, muy pocos los momentos de extrema felicidad que podíamos permitirnos. La noche anterior habíamos hecho el amor por primera vez, y nos habían arrancado de nuestra ensoñación cuando aún estábamos cubiertos por el sudor de la otra. De nada valía sentarnos a lamentar las circunstancias de nuestra situación. Perder el tiempo era imperdonable y no íbamos a cometer ese error. Ella bajó la vista y me miró de arriba abajo despacio, haciéndome ruborizar por lo certero de su escrutinio. Asintió, en apariencia complacida, pero luego le quitó toda importancia al vestido y los tacones, negó con la cabeza y me sujetó la cara con sus dos manos, cálidas y suaves.

La Enigmatica JefaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora