30

2 0 0
                                    

Lucía no podía más. Sus párpados se cerraban, la pantalla del ordenador ya no la mantenía concentrada ni despierta. Seguir esperando no tenía sentido, y menos si se quería levantar temprano para hacer deporte.

Apagó el portátil. Sin embargo, su rendición fue recompensada: escuchó la llave en la cerradura y la característica equivocación que cometía Gala al intentar abrir cuando estaba cansada. Miró el reloj. Eran las once y cincuenta y nueve, a punto de marcar el día siguiente.

Su prima apareció con las ojeras remarcadas, que últimamente eran costumbre. Preocupada, se acercó a cogerla el bolso y ayudarla a quitarse los zapatos. Cuando la mayor la vio salir del salón entre la oscuridad, no la reprendió, como había hecho los primeros días. Se limitó a suspirar, lo que incrementó la ansiedad de la chica de rastas. Debía regañarla, debía llamarla la atención y no hacer como si nada pasase. Se la veía derrotada e incapaz.

—¿Qué tal hoy en comisaría?

—¿No tendrías que estar en la cama? —evitó la respuesta.

—Lo mismo puedo decir de ti. Llevas tiempo llegando tardísimo. Estoy segura de que te acuestas a las cuatro de la mañana, y te levantas a las siete para volver a ponerte de servicio a las ocho. ¿Qué intentas?

—Solo estoy limpiando la ciudad —dijo. Le costaba hasta pensar. Se frotó las sienes.

Ambas fueron al cuarto de la propietaria. Lucía notó que la agente se dejaba el móvil lejos. No se dio ni cuenta, a juzgar por su comportamiento. Se cambió y se metió en la cama sin dar ni las buenas noches. Hizo un ruidito a modo de despedida. La otra chica cerró la puerta con cuidado.

Caminó por la sala, pensando en posibles soluciones, mientras iba a buscar el teléfono olvidado para poner el despertador y que le sonase a la castaña. Ayer mismo ella le había dado la contraseña por si esto ocurría, sabiendo que, con lo mal que estaba, no tardaría en suceder su descuido.

Había venido a la ciudad huyendo de sus padres, un poco también porque sabía que Davis se preocupaba por ella, desde siempre. Que la situación estuviese resultando al revés la asustaba. No estaba preparada para ser la adulta, no quería, bajo ningún concepto, asumir ciertas responsabilidades. Su ansiedad crecía, con el aparato de Gala en las manos.

¿Y si marcaba a alguien? Invadir la privacidad de quien le estaba dando sustento no le parecía bien, pero...

Al señor guay pero antipático no, pensó. Seguro que era él el que no la impedía quedarse tantísimas horas, y le diría que hacía bien y que era aplicada. Además, ¿Qué hacía llamándole, si apenas le conocía? Aunque entre Gala y él parecían entenderse de forma extraña.

La única con la que tenía confianza era Marta. Esas noches en su casa las hicieron hablar a la fuerza, mientras el resto de las personas descansaban. Ninguna de las dos solía dormir lo que debían para sus respectivas edades.

Eligió su número, guardado como Marta la mejor emoji corazón. Respondieron al otro lado de la línea.

—Marta, no soy mi prima. Quiero decir, soy...

—¿Lucía? ¿Qué haces con el iPhone de tu prima? —la interrumpió.

—No es una tontería, lo prometo —miró en todas direcciones, sintiéndose culpable, esperando que Davis no se despertase y la pillase—. Estoy preocupada por ella.

—¿No deberías acostarte para llegar pronto a tu curso de verano?

—Empieza el viernes, no mañana —suspiró—. Porfa, escúchame. No cambies de tema.

—Bueno, dime. Me has pillado justo antes de meterme a la cama.

—Mi prima lleva toda la semana apareciendo por el apartamento más tarde de las once, pero en plan mal. Se va temprano, su jornada es de más de doce horas. Creo que sale de servicio y sigue. Le cuesta hasta pensar. Es un zombi. No quiero que caiga enferma o algo peor. No podría soportar que compartiese cuarto con Javier en el hospital, a este paso...

La NovataWhere stories live. Discover now