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Había gritado sus nombres mientras recorría la segunda planta de la casa, o lo que quedaba de ella, y luego también mientras bajaba las dañadas escaleras en dirección a la primera planta, no obtenía respuesta. Absolutamente nada. Pero de todos modos intentó de nuevo. No perdía nada.

— ¿Mamá? ¿Mikey?

Su voz sonaba cada vez más nerviosa, era obvio que no iba a recibir respuesta en lo absoluto. Desde que sus ojos se habían abiertos tenía la certeza de que estaba solo ahí, donde fuera que estuviera... estaba solo. Y la sola idea era terriblemente aterrorizante porque era un cobarde de primera y algo le decía que algo terrible había pasado ahí.

La planta inferior recibía rayos de luz desde diferentes ángulos, trozos de cemento habían sido arrancados como legos de una figura más grande, su casa estaba prácticamente cayéndose a pedazos y con ese temor latente salió a la calle. Todo era un caos. O lo hubiese sido si es que hubiese alguien más en aquel lugar.

Entre más se alejaba de su casa en dirección a la calle pavimentada cubierta de dunas de arena, más clara era la noción de que nunca más regresaría a su hogar. Estaba perdido ahí... y no había nadie a quien pedirle ayuda. Así que en lugar de lamentarse y asustarse, comenzó a caminar. Cada paso que daba aumentaba un poco más su curiosidad. Muchas casas se habían caído por completo, los vehículos estaban destruidos, quemados o demasiado destartalados como para funcionar. Por el rabillo de su ojo advirtió también una bicicleta, pero estaba oxidada.

En algún momento de la noche el desierto había llegado al frío New Jersey.

Asombroso.

— ¿Hay alguien ahí? —gritó cuando una ráfaga de viento hizo que un solitario trozo de cristal abandonara la ventana que una vez había sido. Su corazón había dado un vuelco y por poco se orinaba encima. Gracias a Dios no había nadie ahí para mirar el espectáculo.

Cuando otra ráfaga de viento movió sus cabellos deseó haberse puesto un suéter encima. Miró por sobre su hombro pero su casa estaba demasiado lejos como para regresar a buscar algo para cubrirse. Esa sucia camiseta, los jeans rasgados y sus converse sucias eran un atuendo ideal para el fin del mundo.

El fin del mundo... posiblemente era eso.

Quizás, por alguna razón, era el único humano que había sobrevivido a alguna clase de desastre nuclear. Quizás el desastre nuclear sólo lo había noqueado un poco y posiblemente por eso había dormido durante tanto tiempo, lo suficiente como para que todo luciera tan viejo y gastado. Pero era una idea demasiado estúpida... realmente no podía haber pasado algo así, ¿Cierto?

— ¿Mamá? ¿Mikey? ¿Hay alguien? —probó una vez más, pero era inútil.

No sabía a donde lo dirigían sus pies, pero cuando las casas o lo que quedaba de ellas comenzaron a dispersarse, campos más amplios de arena se dejaban ver frente a sus ojos. Cada tanto aparecía un automóvil viejo, escombros de algún viejo edificio o un solitario árbol sin hojas, pero no había nada más. Ni una sola alma, ni un animal o siquiera una gota de agua. Frente a sus ojos había más desierto y el sol era potente sobre su cabeza. Quizás su destino era perderse en aquel enorme desierto y morir de sed... aunque los demás humanos estarían realmente decepcionados si descubrían que el último hombre en la tierra había muerto de forma tan estúpida.

No podía morir. Al menos no de momento. O quizás ya estaba muerto.

Había leído una vez un cómic en donde el protagonista despertaba en un lugar realmente destruido y de pronto aparecía alguien que le decía que todo eso era el inframundo y que estaba muerto... posiblemente en cualquier momento iba a aparecer ese alguien a contarle a él como funcionaba todo ahí. Quizás mientras dormía se había ahogado con su propio vómito, había escuchado que esas cosas pasaban. Quizás lo había mordido una araña o se había asfixiado con su propia lengua.

tales from (i)reality • frerardWhere stories live. Discover now