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Kagōme Higurashi

El hombre, quizá de unos treinta y tantos años, está sentado frente a mi

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El hombre, quizá de unos treinta y tantos años, está sentado frente a mi. El traje negro de diseñador se ajusta perfectamente a su cuerpo. Su largo cabello castaño y ondulado lo trae atado en una coleta y el flequillo cae sobre sus espesas cejas.

Lo he cachado en un par de ocasiones mirándome. Sus ojos de un tono peculiar me escrutan. Su mirada es tan intensa que me tiene nerviosa. Veo el pasillo a cada rato pero Sesshōmaru no aparece. Su acompañante, un tipo alto y calvo le susurra algo y él me mira  a continuación.

— Señorita ¿Cómo me dijo que se llamaba? — me pregunta. No recuerdo haberle dicho mi nombre.

— Kagōme, señor — contesto después de algunos segundos pensándolo.

Tengo entendido que es el socio más importante de Sesshōmaru pero hay algo en él que me intimida. O sea, es algo así como un presentimiento. Mi intuición nunca falla. Si, no niego que es muy apuesto pero su aura es pesada, oscura. Su presencia es tan imponente que te hace sentir una opresión avasallante. Me cuesta respirar y mis manos tiemblan sobre el teclado del ordenador.

— Kagōme — repite, como si estuviera degustando la pronunciación. Asiente moviendo la cabeza y el impulso de preguntarle si pasa algo, baila en la punta de mi lengua.

Afortunadamente Sesshōmaru llega en compañía de Bankōtsu. Verlo, es como recibir una oleada del aire más fresco y puro. Mis pulmones lo agradecen y mi cuerpo poco a poco se estabiliza.

— Perdón por la demora — habla Bankōtsu saludando a ambos.

— Descuiden, son gajes del oficio que no se pueden evitar — dice el calvo.

Sesshōmaru me mira. Ladea un poco su rostro y las imágenes borrosas de mi sueño pasan por mi mente como flashes. Parpadeo varias veces para espabilarme y me levanto del asiento.  Hay una orden implícita en sus bonitos ojos dorados. Orden que cumplo sin decir una sola palabra.

Los guío hasta la oficina de reuniones y coloco sobre la larga mesa rectangular las carpetas que contienen las copias del informe de contabilidad de los últimos dos meses. La empresa Taisho está en su mejor momento. Las ventas ascienden como la espuma. Las ganancias son cuantiosas para Sesshōmaru que ya tiene más de cinco cuentas de banco a reventar.

Conversando con algunos empleados de las otras áreas me he dado cuenta que cada mes dona una cierta cantidad de dinero a cinco orfelinatos del país. Me quedé sorprendida, honestamente nunca me imaginé que tuviera ese tipo de detalles. Sesshōmaru es una caja llena de puras sorpresas.

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