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Era miércoles, exactamente las dos de la tarde cuando Sesshōmaru Taisho abandonó la oficina, en la empresa. Se sentía agotado física y mentalmente. Su escritorio era un desastre de carpetas, archivos, informes y hasta reclamos de sus clientes. El magnate no tenía cabeza para nada que no fuese la recuperación de Kagōme. La chiquilla que supo arrancar de tajo la coraza de hielo que cubría su corazón.

La fabricación de los autos de lujos del último catálago había sido pospuesta por orden suya. Cerró la planta de Londres por un tiempo, mientras lograba estabilidad emocional. Para Sesshōmaru el dinero no era problema. Sus cuentas de banco, tanto en el país como en el extranjero, estaban a reventar. Era un billonario que podía darse cualquier lujo y capricho, sin embargo ni con todo el dinero del mundo podría recuperar lo que había perdido.

Sesshōmaru no dormía, si no estaba en el hospital, estaba en la empresa. Las pocas horas que tenía para descansar, simplemente no podía conciliar el sueño. El peso que cargaba sobre sus hombros era inmensurable. Para Hiten, el médico, aún no era recomendable que Kagōme despertara ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde entonces? Una semana pero, la recuperación estaba siendo satisfactoria. La inflamación en su cerebro iba bajando progresivamente.

Cuando Sesshōmaru no estaba en la habitación, Inuyasha llegaba a verla. La tomaba de la mano para besarle el dorso y le acariciaba suavemente la frente, alejando las hebras sedosas de su flequillo. Sentía una conexión inexplicable con ella, la veía como aquella hermana que nunca tuvo y lo único que deseaba era protegerla, hasta del mismísimo Sesshōmaru si fuese necesario.

Su hermano mayor era obstinado, tosco, frío, el hijo de putas más cabrón del mundo no obstante, estaba cambiando,de apoco, pero lo hacía. Él era el único que podía percibir, notar ese gran dolor que albergaba en su interior. Sesshōmaru era un experto para ocultar sus emociones pero no podía engañar a Inuyasha. Bastaba una mirada para descifrar qué tipo de emoción surcaba su rostro. Obviamente, llegar hasta ese punto, de conocer tan bien a su hermano mayor, no fue sencillo. Inuyasha primero tuvo que sufrir desprecios, insultos, humillaciones y hasta golpes.

Sinceramente, Inuyasha era feliz porque su hermano había encontrado a Kagōme. Sentía ese celo, esa envidia pero de la buena. Inuyasha le había ofrecido tanto de sí mismo a Kikyō pero los resultados seguían siendo los mismos. Y le dolía, le dolía mucho reconocer que en la vida de esa mujer solo era una ave de paso. No importaban sus atenciones, sus palabras bonitas, no importaba que se entregara tanto a ella porque nunca podría amarlo... ¿Qué tanto se puede soportar por amor? ¿Qué tanto se puede dar? Inuyasha ya lo había dado todo ¡Qué más daba! Existía cuando requería de su tarjeta de crédito. Existía cuando llegaban las cuentas de cada mes. Y lo callaba. Se guardaba todo ese sinsabor para sí mismo.

Podía ofrecer su confianza más no podía confiar en Sesshōmaru. No quería escuchar ese típico "te lo dije" salir de sus labios. Tampoco era tonto, analizaba, escrutaba y no pasaba por alto ninguna reacción de la pelinegra. Kikyō podría ser astuta, calculadora pero Inuyasha actuaba con el sigilo de un león a punto de devorar a su presa. Tarde que temprano daría su primer golpe.

Bankōtsu, se sentía resentido y molesto con Sesshōmaru. Amigos desde que eran un par de adolescentes que añoraban iniciar la universidad. Sesshōmaru siempre fue el callado del salón, el antipático, el que siempre tenía una expresión de odio hacia todo el mundo. Y aún así, era el rompe corazones. Su nombre era pronunciado en cada rincón de la universidad. Las chicas se morían por recibir de él aunque solo fuese una mirada. Ciertamente, en su momento le molestó que fuese más popular que él.

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