capítulo 2

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Mientras Molly lo observaba con curiosidad, Harry trató por todos
los medios de contenerse. Al final, comprendió que le sería imposible.
Extendió los brazos y la agarró con fuerza antes de estrecharla contra su
poderoso y esbelto cuerpo.
Molly se apoyó sobre él. Dejó que los largos dedos se le enredaran en
el cabello para levantarle el rostro. Entonces, tímidamente, levantó sus
propias manos y dejó que se deslizaran a través de las profundidades del
cabello de él. La necesidad que tenía de tocarlo estaba derribando todas
sus inhibiciones. La amplia y sensual boca del español reclamó la de ella
con explosiva pasión.
Molly jamás había sido besada de aquel modo, como nunca antes
había conocido una pasión, urgencia y excitación como la que sintió en
aquel momento. Se notaba mareada, fuera de control. La lengua de él se
les deslizó entre los labios para retirarse enseguida, provocando que un deseo abrasador se apoderara de ella. Tembló de por la oleada de
sensaciones que estaba experimentando, provocando que la boca se negara a separarse de la de él y que los pezones se le irguieran contra la camisa que llevaba puesta. Sus sentidos le daban vueltas por las caricias y el sabor de él, por lo que tuvo que agarrarse a las solapas de la chaqueta de él para no perder el equilibrio.
En algún lugar, la alarma de un coche comenzó a sonar. Harry se
tensó y levantó la cabeza. Entonces, comprendió lo que estaba haciendo y
reconoció que estaba actuando según su impulso y sin utilizar el freno de
la inteligencia. A pesar de todo, soltarla le costó más de lo que hubiera
querido porque estaba muy excitado.
—Lo siento —murmuró.
A Molly le costaba también elaborar pensamiento racional alguno.
—¿Por qué? —preguntó ella mientras él le colocaba las manos sobre
los hombros para empujarla deliberadamente hacia atrás, alejándola de él.
—No debería haber ocurrido algo así y, en circunstancias normales,
jamás habría pasado —susurró Harry.
Molly recordó el hecho de que él, prácticamente, la había empujado
de su lado y se sonrojó de vergüenza. No. Efectivamente aquel contacto
no debería haber ocurrido nunca y no decía nada en su favor que él
hubiera sido el primero en darse cuenta de ello y en hace algo al respecto.
¿En qué diablos había estado pensando ella? Sin embargo, aún sentía el cuerpo cálido y tembloroso.
El rubor que le cubría las mejillas se negaba a desaparecer.
—No me estoy comportando según soy. Tal vez haya bebido
demasiado. ¿Qué otra explicación podría haber para mi comportamiento?
—inquirió Harry. Mientras la observaba, sonrojada por completo, nopodía dejar de preguntarse qué edad tendría. En aquel momento, le
parecía que era muy joven—. Dios mío… Eres la camarera.
Al escuchar tan claramente cómo había expresado él lo que ella era,
Molly palideció. Era una persona, un ser humano, antes de ser camarera.
—Debería haberme dado cuenta de que serías un esnob de los pies a
la cabeza. No te preocupes. No necesitas excusarte. No soy tan ingenua como para pensar que un beso significa que estábamos ante el nacimiento de una relación. ¡Además, tú no eres mi tipo!
Con una serie de rápidos movimientos, Molly vació la bandeja y se dirigió hacia el interior.
—Eres muy hermosa —murmuró Harry—. No necesité ninguna otra
excusa.
Molly se detuvo en seco al escuchar aquel inesperado cumplido.
¿Hermosa? ¿Desde cuándo era ella hermosa? Le habían dicho que no
estaba mal en un par de ocasiones cuando iba muy arreglada, pero no
podía haber nada de verdad en la etiqueta que él acababa de otorgarle.
Medía poco más de un metro y medio y tenía una melena de rizos negros
que eran a menudo imposibles de controlar. Tenía una piel bonita y se
consideraba afortunada por poder comer más o menos lo que le gustaba
sin ganar peso. En su opinión, aquellas dos cosas eran sus dos únicas
ventajas.
—¿Estabas ahí fuera con el señor Carrera? —le preguntó la madre de
la novia, muy enojada, tras interceptarle el paso—. ¿Por qué has tenido que salir a molestarlo?
—No lo estaba molestando. Necesitaba darle las gracias por
defenderme y simplemente le he llevado algo de comida —replicó Molly, levantando la barbilla en gesto desafiante.
La alta rubia la miró con airada superioridad.
—Ya le he dicho a tu jefe que tú no volverás a trabajar en mi casa.
Tienes una actitud equivocada —le censuró Krystal—. No tenías ningún
derecho a tratar de intentar un acercamiento personal con uno de mis invitados y estropear así la boda de mi hija.
Aquel injusto comentario hizo que los ojos de Molly se llenaran de
lágrimas y tuvo que morderse la lengua para no contestar. No había hecho nada malo. Había sido insultada verbal y físicamente, pero nadie iba a disculparse con una simple camarera. Regresó a la cocina, donde Brian sugirió que empezara a ayudar al chef a recoger. Lo hizo rápidamente.
Poco a poco, el tiempo fue pasando y, con él, el incesante parloteo de los
invitados a la fiesta. Todo el mundo se fue marchando.
—Ve a ver si quedan más copas —le ordenó Brian.
Molly sacó una bandeja. La primera persona a la que vio fue al
banquero español, apoyado contra la pared elegantemente y hablando por
su teléfono móvil. Estaba pidiendo un taxi. Ella se negó a mirar en su
dirección. Se dirigió a la sala contigua para recoger un montón de copasabandonadas. Harry no dejaba de observarla como si se tratara de un
ave de presa.
Ella le había dicho que no era su tipo, pero estaba convencido de que
era mentira. Sin embargo, no era la clase de mujer que le había gustado
en el pasado. Las rubias altas y elegantes habían sido más bien su tipo, como Aloise. Molly le atraía de un modo más básico. El sensual meneo de sus rotundas caderas habría atraído la atención de cualquier hombre de verdad. La melena de cabello rizado y salvaje, los enormes ojos verdes y
la atrayente y gloriosa boca eran atributos muy sensuales, y eso sin mirar el resto de su cuerpo. Se excitaba sólo con mirarla. Recordar cómo ella le había respondido no mejoró su situación. Necesitaba una ducha fría.
Necesitaba una mujer. Le enfurecía tener tan poco control sobre su
cuerpo.
Cuando Molly terminó de ayudar a cargar la furgoneta del catering,
las salas estaban prácticamente vacías. Se puso el abrigo y se dirigió
hacia la parte delantera de la casa para ir al lugar en el que había
aparcado su coche. Le sorprendió encontrarse al banquero español en la
calzada.
Era una noche fría y ventosa y él no llevaba abrigo sobre el traje. El
viento aullaba por la calle y parecía estar completamente helado.
—¿No ha llegado aún tu taxi? —le preguntó ella, sin poder
contenerse.
—Aparentemente, están muy ocupados esta noche. Creo que no he
tenido tanto frío en toda mi vida. ¿Cómo se puede soportar este clima? —preguntó Harry sin poder evitar que le castañetearan los dientes.
—Es lo que hay —dijo ella. La noche era tan fría que sin que pudiera
evitarlo, se le ablandó el corazón—. Mira, me ofrecería a llevarte a tu casa,
pero no quiero que te lleves la idea equivocada…
—¿Y cómo me podía llevar la idea equivocada? —le preguntó Harry.
Sabía que iba a pasar mucho tiempo antes de que volviera a salir a una
fiesta sin su chófer. Hasta que fue demasiado tarde, no se le había
ocurrido que no podía marcharse a casa tras haber tomado unas copas.
—No te estoy acosando ni estoy expresando ningún interés personal
en ti —replicó ella.
Harry no pudo evitar sonreír porque él estaba pensando justamente lo contrario: que si la dejaba marcharse jamás volvería a verla.
Jamás. Se había dado cuenta de que no estaba preparado para aceptar
aquella eventualidad.
—Sé que no me estás acosando. Acepto que me lleves —murmuró
suavemente.
—Iré a por mi coche —replicó ella. Cruzó la carretera y se dirigió al
lugar donde estaba aparcado su antiguo Mini. Mientras abría la puerta y se sentaba en su interior para arrancarlo, no pudo dejar de arrepentirse de lo
que había hecho. ¿Por qué no había podido marcharse sin decirle nada? Además, no le había preguntado dónde vivía. Seguro que no le pillaba de camino.
La aparición del brillante coche rojo sorprendió inicialmente a
Harry. Para poder entrar, se dio cuenta de que tenía que echar para
atrás el asiento y así poder encajar su altura en un espacio tan pequeño.
—Veo que te gusta el rojo.
—Así resulta más fácil verlo en el aparcamiento. ¿Dónde vives?
La dirección de Harry era tan exclusiva como ella se había temido,
pero no estaba muy lejos de la parte de la ciudad en la que estaban.
—¿Cómo llegaste a la recepción esta tarde?
—En coche, pero he bebido demasiado como para poder conducir.
—¿Por eso dijiste que no te estabas comportando según eres?
—No. Hoy es el aniversario de la muerte de mi esposa. Falleció hace
un año. Llevo algo desasosegado toda la semana —respondió Harry.
Inmediatamente se preguntó por qué le estaba contando algo tan personal
a una desconocida.
—Vaya, lo siento mucho —dijo ella—. ¿Estaba enferma?
—No. Tuvo un accidente de coche. Culpa mía. Tuvimos un…
intercambio de palabras antes de que ella se marchara…
—No creo que fuera culpa tuya —le aseguró firmemente Molly—. No
deberías estar culpándote. A menos que estuvieras físicamente detrás del
volante, sólo se trató de un trágico accidente. No es bueno pensar que fue
de otra manera.
Molly pensó que aquella confesión significaba que era viudo. No sabía
como se sentía ella al respecto. ¿Y él?
—Te sientes culpable por haberme besado, ¿verdad? —añadió.
—No creo que debamos hablar de ese tema —replicó él.
Al cambiar de marcha, Molly le rozó accidentalmente el muslo.
—Lo siento —murmuró ella, algo incómoda—. No hay mucho sitio en
este coche.
El ambiente era muy tenso.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando de camarera? —le preguntó
Harry para tratar de romper el incómodo silencio que reinaba en el
pequeño espacio del coche.
—Empecé a trabajar a tiempo parcial cuando estaba en la
universidad. Mi sueldo me ayudaba a pagar mi préstamo de estudios.
Cuando tengo tiempo, soy ceramista, pero necesito trabajar de camarera
para pagar mis facturas.
El silencio volvió a reinar entre ellos. Molly aparcó junto a un moderno
edificio de apartamentos que él le indicó. Harry le dio las gracias y trató
de salir del coche, pero la puerta no se abría. El picaporte defectuoso, queella creía que Jez había arreglado, volvía a hacer de las suyas. Molly se
disculpó y salió corriendo del pequeño vehículo para abrir la puerta del pasajero desde el exterior.
Harry se bajó y se estiró, aliviado de poder salir del limitado
espacio interior del coche. Se dio cuenta de que Molly le llegaba a mitad
del torso, pero decidió que había algo muy femenino en su diminuta
estatura. Sin que pudiera evitarlo, se imaginó levantándola contra él. Le
costó mucho rechazar este pensamiento. De todas formas, su cuerpo reaccionó con inmediato entusiasmo. Quería tomarla entre sus brazos y hacerle el amor. Estaba asombrado de lo mucho que le costó mantener las manos alejadas de ella, y furioso por no poder mantener su libido bajo control.
Con una rápida despedida, Molly volvió a meterse en el coche. Desde
su interior, vio como él cruzaba la calle, se metía en el interior de un
vestíbulo bien iluminado, intercambiaba un breve saludo con el portero y desaparecía de su vista. Se sintió terriblemente desilusionada de que él se hubiera marchado.
Sacudió la cabeza por su propia necedad y se inclinó hacia un lado
para ponerse el cinturón de seguridad. Entonces, se dio cuenta de que había algo sobre el suelo. Se estiró para poder recoger el objeto y vio que
se trataba de la cartera de un hombre, cartera que sólo podía pertenecer
al hombre que acababa de salir del coche. Con un gruñido de impaciencia, volvió a salir del coche.
El portero no tuvo problema alguno en identificar la persona a la que
ella se refería y se ofreció a entregarle la cartera. Sin embargo, Molly
prefería darle la cartera personalmente. El portero trató de llamar al apartamento de Harry, pero, como no consiguió respuesta, le aconsejó que subiera al último piso en el ascensor.
Mientras subía, Molly se preguntó a qué estaba jugando. Estaba
literalmente persiguiéndolo. Tal vez debería dejar que fuera el portero
quien le entregara la cartera. ¿Acaso había estado buscando una excusa
para volver a ver a Harry? Estaba empezando a tener dudas cuando las
puertas del ascensor se abrieron. Salió a un vestíbulo semicircular.
Harry estaba delante de la única puerta registrándose los bolsillos. Al oír el sonido del ascensor, se dio la vuelta. Por el gesto que se reflejó en su rostro, se quedó muy sorprendido al verla.
—¿Es esto lo que estás buscando? —le preguntó Molly mientras le
mostraba la cartera—. La encontré en el suelo de mi coche.
—Es exactamente lo que estaba buscando —replicó. Abrió la cartera y
sacó una tarjeta con la que abrió la puerta directamente—. Gracias… No,
no te marches —añadió, al ver que ella hacía ademán de volver a meterse
en el ascensor—. Entra a tomarte una copa conmigo.
—No, no puedo. No he subido para eso.
—Debería haber sido la razón principal —dijo él observándola con
intensidad—. ¿Por qué estamos los dos intentando que esto no ocurra?Molly no tuvo que preguntarle a qué se refería porque ya lo sabía.
Desde el momento en el que lo vio, sólo había podido pensar en él. Sólo
pensar que existía la posibilidad de que jamás volviera a verlo a pesar de
que no lo conocía le disgustaba profundamente. Se sentía atraída a él
como el hierro al imán y le resultaba imposible hacer nada para contener
esa atracción.
—¡Porque es una locura! —exclamó Molly dando un paso atrás.
Harry le agarró la muñeca con una mano y la hizo entrar en su
apartamento.
—No quiero permanecer aquí fuera hablando —susurró—. Todos
nuestros movimientos están siendo grabados por cámaras de seguridad —
explicó.
Encendió las luces del apartamento para iluminar un enorme
vestíbulo de suelos de mármol y una hermosa mesa de cristal con una
escultura de bronce encima. Lo que veía a su alrededor parecía el interior
de una revista de decoración y eso la ponía muy nerviosa.
—¡Mira cómo vives! —exclamó ella señalando a su alrededor—. Eres
banquero. Yo soy una camarera. Es como si fuéramos habitantes de
planetas diferentes.
—Tal vez esa novedad sea parte de la atracción y, ¿por qué no? —dijo
él, agarrándole también la otra muñeca—. No quiero que te marches…
Comenzó a frotarle suavemente la muñeca con las yemas de los
dedos. Cuando ella lo miró, supo que había cometido un error fatal. Ya no
podía pensar y mucho menos respirar. Aunque no quería marcharse, en su vida casi nunca corría riesgos de ninguna clase. Había aprendido que los
costes de ser otra cosa que una mujer sensata y cauta eran demasiado
altos y dolorosos.
—Me aterroriza sentirme así —confesó.
—Tú me haces sentirme más vivo de lo que me he sentido en años…
Eso no es motivo de miedo, sino de celebración…
A Molly le turbó profundamente que él estuviera describiendo
exactamente lo que ella también estaba sintiendo. De algún modo, hacía que su reacción para con él resultara más aceptable y esto la ayudaba a dejar de escuchar la voz de su conciencia. La energía sensual se había desatado por completo en ella y le recorría todo el cuerpo, tensándole los pezones y llenándole la entrepierna de un calor líquido en una tormenta de poderosas sensaciones físicas que la volvían completamente loca.
Entonces, Harry se inclinó sobre ella y la besó apasionadamente.
Molly contuvo el aliento. Tanta urgencia era precisamente lo que
deseaba su cuerpo. Sintió que él le quitaba el abrigo. Era como si
estuviera pegada al musculoso cuerpo de Harry. Los senos se
aplastaban contra el fuerte tórax y los labios se separaban para dar la
bienvenida a los eróticos movimientos de la lengua de él en la boca.
Al notar cómo ella respondía, Harry se echó a temblar. Le bajó las
manos a las caderas y la levantó hacia él. Molly le rodeó el cuello con los
brazos y le devolvió el beso con idéntico fervor.
—¿No quieres una copa? —le preguntó él.
—No si significa que vas a dejar de besarme —le dijo Molly mientras
le hundía los dedos en el negro cabello para abrazarse a él. Tenía la
misma sensación de gozo que cuando creaba un nuevo diseño sobre su
torno de ceramista, la misma gloriosa convicción de que lo que estaba
haciendo era lo adecuado.
—No puedo parar —gruñó Harry deslizándole los labios sobre el
esbelto cuello en una serie de rápidos y excitantes besos que hicieron que
ella gimiera de placer. Cuando le acarició el paladar con la lengua, Molly
tembló violentamente—. Quédate conmigo esta noche…
Al principio, la sorpresa y la desolación se apoderaron de ella. Pudo librarse de la cárcel de la sensualidad el tiempo suficiente como para plantearse rechazar esa invitación. No eran adolescentes besándose en el portal de una casa. Tal vez ella podría ser mucho menos experimentada que muchas jovencitas, pero sabía que lo que ocurriera a continuación era
básicamente decisión suya. Pensó en apartarse de él, desearle buenas
noches y asumir que, probablemente, no lo volvería a ver. La piel se le
heló con ese pensamiento. Lo abrazó con fuerza. Nunca antes se había
sentido así con respecto a un hombre y no estaba segura de que le
gustara.
—Pero yo sólo soy una camarera…
—No importa. No importa nada… Lo que importa es quién eres
cuando estás conmigo.
Molly levantó la mirada y se quedó atrapada por una sonrisa que le
aceleró el corazón e hizo girar su mundo como si se tratara de un
terremoto. De repente, ser sensata y cuidadosa no tenía atracción alguna
para ella. Harry la hacía querer ser osada, la clase de mujer que
inspiraba a los hombres actos de locura…
—Me quedaré…
El la abrazó con fuerza y, por el modo tan apasionado en el que la
besó, no dejó ninguna duda de que estaba completamente de acuerdo con
su decisión. Molly sintió la erección de Harry contra su cuerpo y se echó
a temblar. El efecto que tenía sobre él la intimidaba y la excitaba a la vez.
Harry era tan hombre en comparación con los muchachos a los que ella
había estado acostumbrada. La llevó a una habitación que se encontraba
iluminada solamente por la luz de la luna. Entonces, se sentó sobre la
cama y la colocó a ella entre sus piernas abiertas.
—Ahora estás a mi nivel, por lo que será mucho más fácil besarte —
susurró. Le soltó el cabello e hizo que la espesa melena de rizos negros le
cayera sobre los hombros—. Tienes un cabello muy hermoso…
—Es demasiado abundante y, además, está demasiado rizado.
—A mí no me lo parece, querida —musitó él. Comenzó a acariciarle
posesivamente el cuerpo. Con los pulgares, le rozó los protuberantes
pezones, que se veían a través de la fina blusa de algodón—. Y también
tienes un cuerpo muy hermoso…
El intenso deseo que recorría a Molly estaba alcanzando niveles de
impaciencia. Se inclinó hacia delante y rozó los labios de él con los suyos
de una manera experimental mientras le iba quitando la corbata de seda.
Entonces, le miró a los ojos, que eran tan oscuros como el ébano y tan
insoldables como la noche.
—Espero que esto no sea un error —musitó ella, consciente de que
estaba arriesgándose mucho con él al arrojar la cautela a los cuatro
vientos.
Harry se quitó la chaqueta y la besó apasionadamente, hasta
dejarla prácticamente sin aliento.
—Nada que es tan bueno como esto podría ser un error —afirmó.
Molly se preguntó si él se sentiría del mismo modo por la mañana.
También se preguntó cómo se sentiría ella, pero, mientras las hábiles
manos de Harry la acariciaran le resultaría imposible pensar en el
futuro. El le desabrochó la cremallera de la falda y se la bajó. Tras
quitársela, comenzó a desabrocharle con idéntica rapidez los botones de
la blusa, para despojarla de ella con idéntica rapidez. La facilidad con la
que la estaba desnudando sugería un nivel de sofisticación que la ponía
nerviosa. Los pechos sobresalían de las copas del sujetador y él se los
moldeó con un masculino gruñido de apreciación. Entonces, con los dedos,
torturó los pezones y luego pasó a estimularlos con la boca y lengua.
Molly se estaba viendo envuelta por una serie de sensaciones tan
ajenas a ella que tuvo que contener un gemido de placer. El poder de lo
que estaba sintiendo era abrumador. Tenía la piel cubierta de sudor y el
corazón le latía tan fuerte como una taladradora. Además, sentía dolor
entre las piernas. Se sentía completamente desesperada por poder tocarlo, pero él no le daba la oportunidad. Entonces, la tumbó en la cama y se levantó inmediatamente para terminar de desnudarse…

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